domingo, 20 de mayo de 2012

Taquito (II)


...Y pasaron los años.
A Taquito ya nadie le llamaba Taquito, sino Don Zaqueo, que como os he dicho, era su verdadero nombre.
Zaqueo, a base de ser malo, se había ganado el odio de casi todo el mundo; pero también se hizo muy rico. Para colmo, era amigo del Gobernador, y le dieron un cargo importante en la ciudad, con el que siguió aumentar sus riquezas año tras año.
Se compró una casa enorme. Cincuenta esclavos necesitaba para mantenerla limpia y en orden. Allí todo era gigantesco: la cama, los salones, las butacas, las mesas… Los criados se preguntaban para qué querría un pequeñajo como Zaqueo habitaciones y muebles tan grandes; pero nadie se atrevía a hacer comentarios ya que le tenían miedo a su amo, pues seguía siendo el de siempre, es decir, un egoísta, mentiroso, tramposo, avaro y cruel.
¡Pobre Zaqueo!: aborrecido por medio mundo y temido por el otro medio, vivía solo, con la única compañía de un perro de lanas llamado Blas. Y, aunque muchos envidiaban sus riquezas, lo cierto es que, por las noches, cuando los esclavos se retiraban a la zona del servicio y él se levantaba de la cena, le entraban unas ganas tremendas de llorar y una especie de arrepentimiento por haber decidido ser malo tantos años antes.
Por las mañanas Zaqueo solía refugiarse durante media hora en su habitación secreta. Nadie sabía lo que escondía allí, al otro lado de una enorme puerta cerrada con siete llaves. Ni siquiera los criados tenían permiso para entrar; pero si lo hubiesen hecho, se habrían llevado una gran desilusión: en aquel cuarto oscuro y sin ventanas sólo había un pequeño sillón y, enfrente un inmenso espejo de esos que hay en las ferias de los pueblos, donde uno puede ver su propia figura deformada de mil formas grotescas.
Zaqueo lo había comprado a unos comerciantes de Arabia quienes le aseguraron que se trataba de un espejo mágico. Y, aunque de mágico no tenía nada, a él se lo parecía, porque allí se veía alto, esbelto y lleno de majestad, como a él le habría gustado ser.

Zaqueo estaba convencido de que el espejo reflejaba su auténtica grandeza, la que nadie podía ver. Por eso, cuando salía de la habitación, su aspecto parecía distinto, sonriente, altivo, y caminaba estirado y orgulloso como una avestruz.
Una mañana, después de desayunar, se dirigió a su habitación secreta, abrió los siete cerrojos y vio con asombro que las lámparas de aceite estaban encendidas y que una niña de diez o doce años limpiaba el espejo con una bayeta mientras canturreaba por lo bajo.
—¿Se puede saber lo que haces?, vociferó Zaqueo.
—Ya ves —respondió la niña sin alterarse—; estoy limpiando el espejo. Por cierto lo tenías bastante guarro.
—¿Cómo te atreves…? —comenzó a decir Zaqueo; pero se interrumpió al ver que la niña continuaba frotando y cantando como si tal cosa—. ¡Oye, rica, que hablo contigo!
—Ya lo supongo… ¿Qué te parece cómo queda? Ahora, cuando vuelvas a mirarte en el espejo, además de verte alto, guapo y apuesto, te verás limpio.
Zaqueo, rojo de ira, pero también de vergüenza al verse descubierto, sólo se atrevió a decir:
—¿Cómo has entrado?
—¿Dónde?
—¿Dónde va a ser?: ¡en mi habitación secreta!
—Ah, por el espejo, creo. No me acuerdo muy bien. ¿Y tú?
—¡Yo he entrado por la puerta! —gritó Zaqueo— Yo no hago numeritos de magia. ¿Se puede saber quién eres?

Continuará 

6 comentarios:

Altea dijo...

Aahhh, Zaqueo, jua, jua! ¡Me estaba imaginando un niño actual!

Lucía dijo...

Estoy ansiosisima por leer la continuacion...:)

Ignacio Sevillano dijo...

Me esta gustando mucho el cuento. Hasta mañana

Cordelia dijo...

Bendita ignorancia (la mía); me está gustando mucho, y me suena el nombre de Zaqueo, pero no lo termino de ubicar. Así que no puedo hacer conjeturas.

Verónica dijo...

Por favor, siga, siga....

Almudena dijo...

Genial con ese toque de Dorian Grey pero para bien... siga, por favor