—¡Vale, vale! —contestó la niña—. Te lo diré; pero no te pongas así. Es que, como eres tan pequeño, pensé que a lo mejor te habías colado por alguna rendija.
Zaqueo ya no sabía de qué color ponerse, pero la chica continuó impasible:
—Me llamo Ana, y no he entrado por el espejo. Era una broma. Tampoco hago magia. Soy una de tus esclavas y me dedico a la limpieza. No me extraña que no me conozcas. Compras a tus esclavos por lotes, y así no hay forma de entablar contigo una relación normal. El caso es que, como nadie me daba trabajo (menudo follón que tienes en el servicio: allí no manda nadie), pues me he organizado por mi cuenta. He encontrado un manojo de llaves, y ya ves, he logrado abrir tu famosa puerta. Ahora, si te parece mal, lo dejo, que no es que una trabaje por gusto.
—No. No me parece mal —respondió Zaqueo ya más tranquilo—. Pero no vuelvas a entrar aquí nunca más. ¿De acuerdo?
Ana se sentó delante del espejo y dijo:
—No, no estoy de acuerdo. Ahora que conozco tu secreto, ¿qué más te da que venga o deje de venir? ¿No te gustaría que te haga compañía por las tardes, cuando te pones a hablar solo como un tonto o te miras al espejo como una vieja enana y presumida?
Seguro que pensáis que Zaqueo se enfadó muchísimo con semejantes impertinencias. Pues no. Se conoce que, como nadie se había atrevido antes a hablarle así, le hizo gracia y le dio un ataque de risa. El caso es que a partir de ese día se encariñó con Ana y empezó a tratarla como si fuera su propia hija.
Al principio no sabía comportarse con la niña. Como no había tenido hijos ni amigos ni nada, se encontraba desconcertado, y se limitaba a escucharla con gesto ceñudo. Pero Ana resultó ser una charlatana imparable, y todas las tardes le contaba montones de historias.
Así, poco a poco, Zaqueo empezó a cambiar. No es que se hiciera bueno de golpe, pero los criados se dieron cuenta de que ya no se enfurecía con ellos por cualquier tontería, les daba vacaciones uno o dos días a la semana e incluso les hacía algún regalo en sus cumpleaños. Algunos llegaron a afirmar que le habían visto sonreír.
—Dicen que ahora hasta silba por los pasillos —comentaba el jardinero—.
—Algo grande está pasando —le contestó el mayordomo—.
Sin embargo, en las conversaciones de Ana con su amo, había un tema prohibido: la estatura de las gentes en general y la de Zaqueo en particular. Así, cuando la niña le contaba cosas de su familia o de sus amigos, no podía describir a las personas diciendo, por ejemplo, mi primo Luis es un chico más bien alto… Si se le escapaba una frase parecida, Zaqueo se ponía de pie y daba por terminada la charla.
Una tarde, sin embargo, la pequeña Ana ―que, por cierto, era aún más chica que su dueño― decidió afrontar el problema sin miedo.
—Oye —le dijo—, ¿se puede saber por qué te preocupa tanto ser medio enano?
—¡Yo no soy enano! —gritó Zaqueo—. Y si vuelves a llamarme así, te venderé en la próxima subasta.
—No he dicho que seas enano, sino que tú estás convencido de que lo eres. Por eso te gusta tanto gritar, dar órdenes, engañar a los demás y poner cara de ogro. Ya que no eres capaz de asustar a nadie con tu aspecto, necesitas meter miedo a base de hacer el tonto. Te encantaría ser bueno, pero como has perdido la costumbre de portarte bien, estás triste y confuso. Vas a necesitar un milagro, Taquito.
Zaqueo se quedó tan impresionado con el discurso de la niña que, por una vez, no respondió. Sólo dijo en voz muy baja:
―¿Quién eres tú? ¿Y por qué sabes lo que pienso?
Ana no respondió. Levantó la mano derecha como diciendo adiós, hizo una reverencia, fue hacia el espejo y se metió dentro como por arte de magia. Una vez dentro dijo sólo cuatro palabras:
―Mañana lo sabrás. Mañana.
Y desapareció.
Continuará
9 comentarios:
Pero...¿Mañana no es el adverbio de los vencidos?
No he seguido el cuento, ni tiempo que tengo, seguro que no le importa y más si el publico que busca es otro que no se si aparece por aqui. Y sobre la niña que dice que no sale del espejo algunas deberian mirarse antes de salir de casa para ver lo ridi que van. el otro dia que acompañe a Misa a mi hermana cuando subiamos por mi calle nos cruzamos con una flaca y otra gorda dice mi sister: ¡vaya piernas! -desde luego no se si es mejor que vayan en nalgas o en mayas. Espero no haberme pasado. Adiosle
Pero bueno... ¡Que llegue mañana ya! Me he quedado con la miel en la boca. A Zaqueo se le reconocía, pero Ana...
Pues hasta mañana entonces...
Cuídese mucho. (Miel y limón)
Me e dado cuenta de que Ana tiene la nariz como un cerdo.Seguro que se significqa algo.
Sólo significa una cosa, Ignacio; que me he equivocado. Mañana cambio la foto
Ah mañana!, Mañana paso una dura prueba opositora. Me parece que necesitaré algo de suerte! y ayuda. Un Ave María para echarme una mano!
Bueno, la otra foto era bonita, pero es verdad que no le pegaba el morro de cerdito. No sé quién es Ana; a mí me gusta verla como el Ángel de la Guarda de Zaqueo. Estoy impaciente por que llegue mañana!!
Está muy bien la foto de Ana, así, mirando de frente, como debió de mirar a Zaqueo Takito Kung Fu
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