Fernando García de Cortázar ha escrito hoy en la tercera página de ABC un artículo que merece la pena leer y conservar. Creo que cualquier comentario mío sólo serviría para estropearlo.
La libertad se llama dignidad
EN el
principio fue el miedo. En el principio fue el temor a que las
propias convicciones no dispusieran de la popularidad que señalan
los sondeos. En el principio fue el pánico a ir contra la corriente, el
horror al deterioro de la propia imagen, el espanto de quien se queda
a solas con sus ideas. Porque el liderazgo político de nuestros días
no se basa en la ejemplaridad de la conducta, sino en la adaptación a
las circunstancias. Lo más desdichado de este tiempo no es solo que
nuestra sociedad haya perdido aquellos valores esenciales que explican
el sistema nervioso de una cultura y el andamiaje ético de una civilización.
Es más lamentable, en fin, haber bajado a un nivel en que el espesor
del compromiso con la verdad se considere menos apreciable que la delgadez
del relativismo. Es desolador que, tras haber destruido uno a uno los
edificios en los que se inspiraba nuestra arquitectura cultural, haya
quien quiera convertir lo que no es más que intemperie ética en el refugio
ilusorio de una irresponsable libertad.
Los
historiadores hemos percibido siempre la crisis de una civilización
en la pérdida de una conciencia, en la erosión de una serie de certezas
fundacionales en las que cobra significado el sentirse parte de una
inmensa tradición y de un gran proyecto de vida en común. La ausencia
de esa perspectiva, mucho más que las penalidades materiales, es lo
que ha conducido a la destrucción de sociedades que dejaron de creer
en ellas mismas porque empezaron por perder su fe en los principios sobre
los que se habían constituido. La quiebra de los valores en los que se
funda una comunidad afecta a la imprescindible integridad de una
cultura, a la validez de una manera de entender el mundo, a la firmeza
de un modo de ordenar una existencia colectiva.
Si una
nación es la causa que defiende, si una sociedad es el espíritu que la
inspira, si una civilización es la conciencia de su continuidad histórica,
la gravedad de la crisis de España no se encuentra en los curables desequilibrios
de nuestra economía, sino en el atroz vaciado de los principios que nos
hicieron parte de un gran espacio al que llamamos Occidente. No podrá
consolarnos de esta pérdida que también se sufra en otros países europeos,
aunque en el nuestro la cosa empeore por la falta de resistencia ideológica,
por el complejo de inferioridad, por la inaudita carencia de coraje
cívico con el que se acepta la derrota sin haber
dado la batalla. Y mucho más porque España es el único país occidental
en el que se admiten reproches políticos y desplantes doctrinales
de quienes, en los últimos cien años, han hecho pasar a Europa por las
etapas más vergonzosas de las que guarda memoria la modernidad.
La norma
que debe regular la interrupción del embarazo vuelve a presentarse
como ese territorio de abundantes vicios privados y escasas virtudes
públicas donde toma forma nuestra vida social. Los conflictos desatados
por el proyecto son el escenario en el que se representa la triste envergadura
de nuestras convicciones. En estas últimas jornadas, el llamado
«tren de la libertad» ha realizado un corto viaje sentimental, un vociferante
transporte de mercancías ideológicas, cuyo evidente estado de caducidad
no les impide presentarse como alimento del progreso y tonificante
de la democracia. De nuevo, las exhortaciones de este sector guardan
los atributos
esenciales de un acto de propaganda y descartan cualquier indicio de
los recursos de una argumentación. Lo que cuenta es, como siempre en
el mundo estético de nuestra izquierda, la puesta en escena: exhibir
dos caminos que conducen al mismo corazón de las tinieblas.
El primero,
que la defensa de la vida es una patética exageración del lenguaje,
una inexactitud grandilocuente de reaccionarios, que confunden una
simple acumulación de materia orgánica con un ser humano. El segundo,
que sea cual sea la condición de lo que una mujer embarazada lleva en
su seno, a ella solamente corresponde tomar la decisión de permitir
que la gestación continúe o se interrumpa. Siempre fiel a ese melodramático
estupor laicista que paraliza los órganos sensoriales de nuestra
izquierda, quienes se manifiestan indican que la Iglesia trata una
vez más de inculcar sus dogmas a los no creyentes, como si el aborto fuera
un asunto que nace y
muere en el cauce moral del catolicismo. Como si la defensa de ese
proyecto existencial que es una vida ya concebida no tuviera más motivación
que las convicciones religiosas.
No
creo que haya espectáculo más doloroso que el de una sociedad que se
plantea la cancelación de una vida como un acto de libertad. Dejemos
ahora la ya penosa argumentación acerca de la calidad humana de lo
que una madre lleva en su vientre. Consideremos que el único motivo
que conduce a proponerse el aborto es, precisamente, que lo que nacerá
será una persona, cuya existencia generadora de conflictos o incomodidades,
cuya existencia inoportuna, cuya existencia sin valor quiere destruirse.
Porque, de no estar prevista la llegada al mundo de una persona, ¿en
qué consistiría la preocupación de esa madre que define como derecho
la propiedad absoluta sobre su cuerpo y una aberrante soberanía sobre
una vida que aún ha de existir? Si nacer es algo
más que cumplir un trámite hospitalario, si vivir conscientemente
es algo más que un hecho biológico, no podemos pensar que la concepción
es un simple asunto de eficiencia reproductiva, sino el preámbulo fascinante
y abrumador de la capacidad de crear una existencia humana.
La libertad
es aquello que nos realiza, es aquello que nos da nuestra condición única
entre todas las especies que viven en la Tierra. Proclamar que la interrupción
de una vida no es un mero acto de voluntad, sino el acontecimiento en
el que la libertad cobra toda su plenitud, solo puede emanar de ese
trayecto ferroviario, de ese viaje al fondo de la noche que se ha emprendido
en nombre de una falsa emancipación. Porque aquí no se trata ya de que
una mujer exprese las condiciones dramáticas en que tantas veces puede
darse un embarazo no deseado. Estamos ante la aniquilación moral de
una sociedad, que considera que las cuestiones llamadas «de conciencia»
y que se refieren a valores fundamentales pueden privatizarse hasta
el punto de excluir cualquier atención del poder público, cualquier vigilancia
sujeta al bien común, cualquier defensa de los derechos de todos. ¿Quedará
la política para cuestiones menores, para asuntos administrativos,
para temas de tertulia, mientras los aspectos esenciales que han definido
la calidad superior de nuestra cultura son abandonados en el reducto
autista de la conciencia individual?
Por
creer lo contrario, quienes pensamos que en nuestra conducta deben ser
preservados los derechos y no los privilegios, que nuestra legalidad
no puede dar por bueno lo que repugna a nuestra moral, hemos sido agasajados
con la munición habitual de nuestra izquierda. Por si nos sirve de consuelo
en este trance difícil, en el que debemos oponer la envergadura de
las convicciones a los índices de popularidad, no estará de más recordar
lo que un siempre lúcido
y ya viejo Chesterton dijo a quienes le trataban de reaccionario:
«Aprendí lo que era la libertad cuando pude darle el nombre de dignidad».
8 comentarios:
Muy bueno!! Si el hecho de generar dificultades y conflictos fuera motivo para perder el derecho a vivir,¿Cuántos habitantes tendría la tierra?
Lucía
"No creo que haya espectáculo más doloroso que el de una sociedad que se plantea la cancelación de una vida como un acto de libertad".
exacto!
Lo más triste de todo es que la mayoría de la gente te dice: "yo creo que nunca lo haría, pero no me parece bien imponer mi forma de sentir a otros"... Asi que, se apoya el aborto ¡Por amor al prójimo, por respeto...!
"La libertad se llama dignidad"...
Y yo agrego ante todo respeto a la Vida desde el momento de la Concepción...
Nuestro querido Papa Francisco hoy nos recuerda:"No tengan miedo a casarse..." y yo agrego a los hijos que vendrán... Dios bendice mucho a los padres generosos...
Preciosa la Entrada de hoy Pater !!! para reflexionar, y respetar la Vida siempre...
Buen Finde !!! para todos...
En una clase de Secundaria, en un colegio donde se ofrece a los alumnos una sólida formación humana y religiosa, se planteó un debate sobre el aborto. Un tercio de las chicas estaba claramente a favor. Argumentos: "un embarazo inesperado te arruina la vida","al principio no es nada, es...como una lagartija!".
Antes habían visto un documental sobre el aborto, imágenes reales incluídas.
Me causó una profunda tristeza, aunque entiendo que, a sus 14 años, no hacen sino repetir el mensaje que reciben:" tú decides". Y punto.
Como ahora ddecidirán en Bélgica los padres, cuándo ha llegado el momento de eliminar a su hijo enfermo.
De adolescente me gustaba aquella frase rotunda: "tu libertad termina donde empieza la mía".
Ahora me gustaría poder gritar: "mi libertad termina...donde empieza la tuya, hijo mío por nacer, enfermo o down, anciano padre, marido o hermano en fase terminal!!".
Repito mi comentario en otra entrada, puede sonar categórico, tendrá matices que no soy quién para juzgar, pero las cosas son como son.
En el aborto dólo caben tres posturas,
EN CONTRA, ASESINO O CÓMPLICE, y cómplices son todos los que se andan con medias tintas ( "porque no eres ni frío ni caliente te vomitaré de mi boca")...
No caben supuestos, lo del peligro psicológico para la madre es un coladero sin sentido, una mentira más, lo de las malformaciones tampoco, volveríamos al nazismo más radical, no hay escusas, TODOS tenemos derecho a la vida, porque la vida es de Dios, no nuestra. Hay que perderle el miedo a decir las cosas por su nombre.
Pater q pasa con mus comentarios?no están bien?
Ni idea. ¿Qué comentarios?
Publicar un comentario