jueves, 1 de diciembre de 2011

El poder y la envidia



La primera vez que apreté aquel botón fui feliz. En una décima de segundo, a seis o siete metros de mi mano diestra, el pequeño Citroën negro, recién comprado, vibró en un espasmo electrónico, me saludó con un simpático parpadeo amarillo y desbloqueó, reverente, las cuatro puertas para abrir paso a su nuevo propietario.
El coche y yo estábamos junto al concesionario del Paseo de la Habana, en un pequeño parking al aire libre. Acababa de abandonar el viejo Polo lleno de achaques, e, ingrato de mí, ya lo había olvidado. Brillaba un sol sereno de primavera.
Pulsé el segundo botón del mando y el Citroën guiñó un faro, emitió un sonido rotundo y bloqueó las puertas. ¡Qué noble sensación! Miré a izquierda y derecha en busca del merecido aplauso, pero nadie parecía impresionado.
Ha pasado más de medio año y pensaba que ya me había acostumbrado a sentir la fuerza del poder absoluto en mi mano derecha…, hasta hoy.
Calle Serrano, 6 de la tarde. Un automóvil más negro que el mío, mucho más grande y bastante más lustroso, estaba aparcado en una zona reservada para alguna embajada extranjera. Yo iba caminando por la amplia acera que nos ha regalado el alcalde en la última legislatura, cuando me adelantó una señora bienoliente, elegantemente recauchutada, que portaba en su mano derecha una gran bolsa con el logotipo de una boutique de la zona y en la izquierda un mando a distancia de color azul. Al llegar a cinco o seis metros del vehículo, pulsó el botón y, palabra de honor, el coche habló en alemán mientras abría de par en par el maletero.
Recordé la definición de “envidia” que aparece en el diccionario de la Academia: “tristeza o pesar del bien ajeno”.  En mi viejo catecismo se añade algo más: el envidioso percibe ese “bien ajeno” como un mal para sí mismo. Eso era precisamente lo que yo estaba experimentando con toda nitidez.
A continuación mi fantasía se desbocó, como suele suceder a todo envidioso que se precie. Imaginé por un momento que el locuaz automóvil teutón pinchaba las cuatro ruedas y gritaba en seis idiomas como una fiera herida. La distinguida propietaria chillaba más aún para hacerlo callar, sin conseguirlo en absoluto, hasta que llegaba la grúa y, en un descuido, le hacían un raspón de metro y medio en la carrocería… El coche berreaba como una niña rica.
Con la sonrisa en los labios, experimente la otra cara de la envidia: “la alegría por el mal ajeno, percibido como un bien para uno mismo”. No traté de rechazar tan oscuros pensamientos. Supuse, por alguna misteriosa razón, que mi envidia era sólo hambre y sed de justicia.
A las 7 de la tarde, casi había olvidado el incidente cuando me dispuse a montar en mi Citroën para regresar a casa. Allí estaba, estacionado en zona azul a muy pocos metros. Saqué el mando del bolsillo y apreté el botón de siempre. No ocurrió nada. El coche, por primera vez en 8 meses, me negaba el saludo y se resistía a abrirme la puerta.
Me acerqué temeroso a mi bólido sin dejar de pulsar el mando. Nada. Como una piedra. ¿Será la pila? Había una tienda de chismes electrónicos a pocos metros. La ocasión la pintan calva. El tipo del mostrador comprobó el mecanismo y pontificó:
―La pila está bien. Siga insistiendo. A veces estos coches se vuelven caprichosos…
¡Qué sabrá él! Me acerqué de nuevo al automóvil y le acaricié el espejo retrovisor de la izquierda.
―De acuerdo, chiquillo. Tú eres mucho mejor que el idiota ése que habla alemán. Por lo pronto me has leído el pensamiento, cosa que ningún coche había conseguido hasta hoy. Ahora voy a pulsar el botón por última vez. Si no respondes, lo entenderé y meteré la llave en la cerradura como hacía con tu predecesor.
Pulsé la tecla y sentí la fuerza del poder. Un parpadeo de luces y las puertas quedaron expeditas.
Ya en el interior pensé que hoy no tenía nada que contar en el globo.  


 

14 comentarios:

Altea dijo...

A usted habrá que llamarle "el hombre que susurraba a los coches". Porque algo parecido sucedió con el Polo.

Una lectora habitual dijo...

Considere la posibilidad de que hubiera inhibidores de frecuencia en la zona. Cuando están activados no funcionan los mandos de los coches y es el momento en que nos damos cuenta de lo pronto que nos acostumbramos a las comodidades.

Anónimo dijo...

¡Qué va!: éso fué que el lustroso tudesco, más negro y grande que el suyo, leyó sus malos pensamientos y antes de que la recauchutada y bienoliente señora se lo llevara... le inhibió las ondas en justo castigo.

Relicary dijo...

Es muy tarde y me gustaría comentar cosas, pero sólo diré que es entretenida y que su citroen tiene sentimientos, como el viejo Herbie.

Respecto a la envidia, estoy muy cansado para pensar algo profundo... ¡Buenas noches!

yomisma dijo...

Y le van a dar el Cervantes a un chileno??????
(Palabra clave: antness .... Hormiguear? Maybe)

Anónimo dijo...

Querido amigo, es usted único...
Qué buena sonrisa -y carcajada- me ha sacado antes de acostarme.

Gracias mil, y mime mas a su nuevo coche pues lo obtuvo en óptimas condiciones.

Anónimo dijo...

Puede darse con un canto en los dientes. El coche de mi hija le juega esas malas pasadas y sin cerradura por donde meter una llave. La broma es pesada... no cree?

Miriam dijo...

Genial¡ He disfrutado un montón con su relato.
Creo que se lo voy a pasar a mi hermana...

Hace años, una tarde, vi un calcetín en el pasillo. Lo recogí y le dije : "Anda, que no te vas a escapar del baño. ¡A la lavadora directo¡" Mi hermana que pasaba por allí me miro como si estuviera loca.

Carlos García dijo...

Muchas gracias por alegrarnos la vida a base de desvelar la suya hasta lo indecible. Eso, más una buena manao a la hora de jugar con las palabras hacen de este globo un lugar muy apetecible. Pero -¡ojo!- no deje que nuestro aprecio se convierta en autoestima desatada. :)

Bernardo dijo...

Yo le tengo gran aprecio a los coches alemanes. Y conduzco un pequeño Renault dorado.

En Munich casi me deshidrato de la baba que se me caía con los cochazos que circulan por sus calles.

Menos mal que está la cerveza para reponer electrolitos.

Mercedes dijo...

En un chiste de Quino el papá de Mafalda no consigue que arranque su coche (creo que es un 2 caballos) y empieza a decir: "¡qué lástima que no arranque el coche más bonito del barrio! ¡Hoy que lo iba a lavar, a encerar y a ponerle gasolina!" Prueba otra vez y arranca. Y comenta: "Lo mimo demasiado".
Yo preparo catálogos de una marca alemana de coches y me tienen tan harta que les he cogido manía y nunca me compraré uno de esos. También me ayuda el hecho de que cuestan un pastón.
Saludos

Fernando dijo...

Algún angel del Mal nos sursurra el pecado...y caemos en la enividia (el pecado nacional, por otra parte). Entonces caemos en la cuenta y, confortados por el Perdón, comprobamos como Alguien pone las cosas en su sitio y todo funciona.
Me imagino la sonrisa socarrona del Creador al comprobar que la lección ha sido entendida...y publicada en el globo.

pacita dijo...

Bueno Don Enrique ,lo que me he reido ¡¡¡¡ hay días que es usted (con todo respeto) la monda

Adaldrida dijo...

Es geniaaaaal... me ha alegrado el día.