La gota y el océano
El mes pasado el sacerdote
que predicaba mi curso de retiro nos leyó una anécdota de la Madre Angélica.
Al terminar la meditación
le pedí que me dejara copiar la ficha donde la tenía anotada.
Como sin duda sabéis, Sor
Angélica es una monja clarisa norteamericana, fundadora de Eternal
Word Television Network (EWTN), la primera red de comunicación social
católica, vía satélite, en todo el mundo.
Ésta es la anécdota:
Hace unos años estaba en
California dando unas conferencias, cuando decidí dar un paseo junto al mar. Me
encanta el océano. Me asombra la obra que Dios realizó al crearlo, y cuando
contemplo su poder en esa expansión aparentemente inacabable de agua y en el
vaivén de las olas, siempre me entran ganas de jugar.
En esa ocasión vestía como
de costumbre mi hábito franciscano de color castaño, y al pasar junto a unos
bañistas, vi que me miraban perplejos. Conforme avanzaba por la playa, las
chicas que llevaban bikini empezaron a cubrirse una tras otra con sus toallas
hasta la barbilla, en una curiosa ola de recato. Cuando llegué a un punto que
me pareció conveniente, me detuve como de costumbre a 8 ó 10 metros de la
orilla y llame a las olas para que se me acercaran. A mi entender pertenecían a
mi Padre celestial, por lo que podía llamarlas si lo deseaba. Los bañistas me
miraban como si estuviera loca, pero no me importaba.
─¡Vamos, podéis hacerlo,
clamaba.
Me sorprendió comprobar que
una ola me había oído. Y de pronto estuve a punto de ser zambullida por una de
las olas más grandes que he visto en mi vida.
Quedé atónita sin poder
moverme.
─¡Corra, corra -gritaba
todo el mundo en la playa.
Pero con mi pierna
ortopédica anclada firmemente en la arena, no podía dar un paso.
De pronto la ola se
estrelló a mis pies empapando mis zapatos e incluso el dobladillo de mi hábito.
Al levantar la mirada comprobé que una gota diminuta se había posado en mi
mano. Era realmente hermosa; brillaba como un diamante a la luz del sol.
La belleza de aquella
minúscula gota me afectó tan profundamente que me sentí indigna de ella y, ante
mi propia sorpresa, la devolví al océano.
Entonces mi extraña paz se
vio interrumpida por la voz del Señor, que me decía:
─Angélica
─Sí, Señor ─respondí─
─¿Has visto esa gota?
─Sí, Señor.
─Esa gota es como tus
pecados, tus debilidades, tus flaquezas. Y el océano es como mi misericordia.
Si buscaras esa gota, ¿Podrías hallarla?
─No, Señor.
─Por mucho que la busques,
¿Serás capaz de hallarla?
─No, Señor.
─Entonces, ¿Por qué te
empeñas en buscarla?-añadió en un susurro.
14 comentarios:
Ay que alegría me ha dado hoy leerle D.Enrique por que aveces parece que llevamos encima todo el océano y no caemos en la INMENSIDAD DE DIOS PADRE!!!
Jo.m. d. Enry como es. casi no puedo escribir, me ha hecho llorar se lo juro y la madre Angelica se las trae. Es verad que yo tambien puedo hablar con Dios y conseguir su cariño y confianza, su perdón porque estoy a por uvas, porque hay tanto que hacer. mecachis! A ver cuando nos enteramos de lo grande que Es y no nos paramos en naderias, somos la berza. ¡Gracias! por este testimonio. Adiosle
Ufff... yo también le tomo la anécdota prestada. Gracias
Jopé.
Muchas gracias, despues de algunos dias leer estas cosas te dan paz
Padre humildemente no entendi ... esa gota era hermosa : la asimila al pecado y el océano inmenso como la misericordia de Dios ... "porqué te empeñas en buscarla?" al devolver esa gota no es lo que hacemos en la confesión? Me lo explica que quedé como " condorito"
Me ha animado la anécdota y los comentarios de todos.gracias
A ver si mañana te lo explico, María
Gracias!......
Muchas gracias, yo recién llegada de mi curso de retiro estoy muy receptiva y le agradezco que haya compartido esta meditación con nosotros.
Yo, como Cordelia, solo puedo decir: Jopé.
Qué bien que se le ocurrió contarlo.
Me uno a los jopés!
D. Enrique, copio del profeta Miqueas:
"¿Qué Dios hay como tú,
Que quite el pecado
y perdone la culpa
al resto de tu herencia?
No mantendrá su cólera por siempre,
Porque ama la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
pisoteará nuestros pecados,
arrojará nuestras culpas
al fondo del mar"
Miqueas 7, 18-19.
Maravilloso. Cuando comulgamos y nos confesamos "arrojamos nuestros pecados al mar de la misericordia de Dios". Eso sí que es un mar sin orillas!
Publicar un comentario