lunes, 13 de febrero de 2012

La gota y el océano


El mes pasado el sacerdote que predicaba mi curso de retiro nos leyó una anécdota de la Madre Angélica.
Al terminar la meditación le pedí que me dejara copiar la ficha donde la tenía anotada.
Como sin duda sabéis, Sor Angélica es una monja clarisa norteamericana, fundadora de  Eternal Word Television Network (EWTN), la primera red de comunicación social católica, vía satélite, en todo el mundo.
Ésta es la anécdota:

Hace unos años estaba en California dando unas conferencias, cuando decidí dar un paseo junto al mar. Me encanta el océano. Me asombra la obra que Dios realizó al crearlo, y cuando contemplo su poder en esa expansión aparentemente inacabable de agua y en el vaivén de las olas, siempre me entran ganas de jugar.
En esa ocasión vestía como de costumbre mi hábito franciscano de color castaño, y al pasar junto a unos bañistas, vi que me miraban perplejos. Conforme avanzaba por la playa, las chicas que llevaban bikini empezaron a cubrirse una tras otra con sus toallas hasta la barbilla, en una curiosa ola de recato. Cuando llegué a un punto que me pareció conveniente, me detuve como de costumbre a 8 ó 10 metros de la orilla y llame a las olas para que se me acercaran. A mi entender pertenecían a mi Padre celestial, por lo que podía llamarlas si lo deseaba. Los bañistas me miraban como si estuviera loca, pero no me importaba.
─¡Vamos, podéis hacerlo, clamaba.
Me sorprendió comprobar que una ola me había oído. Y de pronto estuve a punto de ser zambullida por una de las olas más grandes que he visto en mi vida.
Quedé atónita sin poder moverme.
─¡Corra, corra -gritaba todo el mundo en la playa.
Pero con mi pierna ortopédica anclada firmemente en la arena, no podía dar un paso.
De pronto la ola se estrelló a mis pies empapando mis zapatos e incluso el dobladillo de mi hábito. Al levantar la mirada comprobé que una gota diminuta se había posado en mi mano. Era realmente hermosa; brillaba como un diamante a la luz del sol.
La belleza de aquella minúscula gota me afectó tan profundamente que me sentí indigna de ella y, ante mi propia sorpresa, la devolví al océano.
Entonces mi extraña paz se vio interrumpida por la voz del Señor, que me decía:
─Angélica
─Sí, Señor ─respondí─
─¿Has visto esa gota?
─Sí, Señor.
─Esa gota es como tus pecados, tus debilidades, tus flaquezas. Y el océano es como mi misericordia. Si buscaras esa gota, ¿Podrías hallarla?
─No, Señor.
─Por mucho que la busques, ¿Serás capaz de hallarla?
─No, Señor.
─Entonces, ¿Por qué te empeñas en buscarla?-añadió en un susurro.

14 comentarios:

pacita.. dijo...

Ay que alegría me ha dado hoy leerle D.Enrique por que aveces parece que llevamos encima todo el océano y no caemos en la INMENSIDAD DE DIOS PADRE!!!

Antuán dijo...

Jo.m. d. Enry como es. casi no puedo escribir, me ha hecho llorar se lo juro y la madre Angelica se las trae. Es verad que yo tambien puedo hablar con Dios y conseguir su cariño y confianza, su perdón porque estoy a por uvas, porque hay tanto que hacer. mecachis! A ver cuando nos enteramos de lo grande que Es y no nos paramos en naderias, somos la berza. ¡Gracias! por este testimonio. Adiosle

Almudena dijo...

Ufff... yo también le tomo la anécdota prestada. Gracias

Cordelia dijo...

Jopé.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, despues de algunos dias leer estas cosas te dan paz

MARTINA dijo...

Padre humildemente no entendi ... esa gota era hermosa : la asimila al pecado y el océano inmenso como la misericordia de Dios ... "porqué te empeñas en buscarla?" al devolver esa gota no es lo que hacemos en la confesión? Me lo explica que quedé como " condorito"

rafaela dijo...

Me ha animado la anécdota y los comentarios de todos.gracias

Enrique Monasterio dijo...

A ver si mañana te lo explico, María

Anónimo dijo...

Gracias!......

Gaztelu dijo...

Muchas gracias, yo recién llegada de mi curso de retiro estoy muy receptiva y le agradezco que haya compartido esta meditación con nosotros.

yomisma dijo...

Yo, como Cordelia, solo puedo decir: Jopé.

Altea dijo...

Qué bien que se le ocurrió contarlo.

Anónimo dijo...

Me uno a los jopés!

Verónica dijo...

D. Enrique, copio del profeta Miqueas:

"¿Qué Dios hay como tú,
Que quite el pecado
y perdone la culpa
al resto de tu herencia?
No mantendrá su cólera por siempre,
Porque ama la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
pisoteará nuestros pecados,
arrojará nuestras culpas
al fondo del mar"

Miqueas 7, 18-19.


Maravilloso. Cuando comulgamos y nos confesamos "arrojamos nuestros pecados al mar de la misericordia de Dios". Eso sí que es un mar sin orillas!