Uno
de los alicientes de este trabajo que me ocupa desde hace un par de años es que
está lleno de comienzos y finales. No hay cabida para la rutina. Este sucederse
de cursos de retiro y de convivencias convierten la vida del predicador en un
continuo empezar y terminar. Esta noche acabamos en La Acebeda un retiro de
hombres con treinta asistentes, y el próximo lunes empezaré otro de mujeres en
Molinoviejo.
Cada
comienzo es diferente. Aunque el guión sea el mismo, aunque las personas se
parezcan, todo se renueva de forma inexplicable. Y, al terminar, hasta el
cansancio es diferente. Es una fatiga serena que va creciendo en las
conversaciones personales. Es como si cada uno me cargara con sus
tristezas, sus alegrías y desalientos, y me echara sobre los hombros los
propósitos que ha hecho frente al Sagrario.
En
Molinoviejo habrá pocos cambios. Tendré una almohada diferente (cosas de viejos) y el antiguo oratorio, a pocos metros de mi habitación, será mi desaguadero.
Antes, como mañana es miércoles de Ceniza, leeré el grito del Profeta Joel:
—¡Ahora
—oráculo del Señor— convertíos a mí de todo corazón!
O
dicho con otras palabras:
—¡Rectifica
el rumbo, no te desvíes, vuelve a empezar. Cántame un cántico nuevo con tu
vieja partitura!
5 comentarios:
Amén
Léalo fuerte. A ver si nos entra en la cabeza. Y en el corazón.
Benditos retiros donde el alma se serena.
Don Enrique, mi padre viajaba con su almohada. Decía: que era la única forma de poder dormir bien.
Desde luego como cada dia es igual y a la vez es distinto. No vale acostumbrarse. Adiosle
Pater Gracias! Es una gozada leer lo que nos manda. Dios lo bendiga y le conserve esa pluma que tanto bien hace. Marilupe, su su amiga mexicana.
Publicar un comentario