miércoles, 11 de febrero de 2015

Venta ambulante



—Relojes, tengo relojes majos…
El vendedor de relojes luce un sombrero negro de ala ancha y una sortija enorme en el meñique. A la legua se ve que es un profesional del trapicheo. Pregona su mercancía en voz muy baja y sin hacer el menor gesto que pueda delatarlo; mira sin mirar, con la cabeza inclinada hacia el suelo, y mueve los labios solo lo imprescindible para que los más cercanos podamos asomarnos a la pequeña bolsa azul donde se muestra el género.
—Son buenos, caballero. Y baratos.
Se detiene frente a mí y trata de que les eche una ojeada.
—Le doy un Rolex por cien euritos.
—Muy legal no será.
—Todo legal —responde mientras saca el presunto Rolex de la bolsa y me lo pone en la mano—.
—Lo siento, amigo. Si es auténtico no estaría bien que lo lleve un cura. Y si no lo es, peor aún.
El vendedor de relojes se guarda la mercancía en el amplio bolsillo del tabardo, y, sin cambiar de actitud, con la mirada en el suelo, como si estuviese traficando con  algo ilegal, masculla entre dientes:
—Deme algo pa comer, que acabo de llegar de Cádiz y no me queda ni un euro.
De pronto le ha salido un inesperado acento andaluz.
Echo la mano al bolsillo y saco unas cuantas monedas: apenas seis o siete euros. Elijo una y busco en la chaqueta una estampa del Beato Álvaro. El relojero aún hace un último intento:
—Por esas monedas te vendo un Viceroy como el de Fernando Alonso.


 

2 comentarios:

Feliciano Morosini dijo...

¿Y qué ha hecho? Supongo que le habrá comprado el Viceroy, porque es una ganga.

Fernando Q. dijo...

De Cádiz tenía que ser...arte pa' todo