miércoles, 30 de marzo de 2016

A Antonio Buero Vallejo*


La ardiente oscuridad


Querido Antonio: a punto de celebrar el centenario de tu nacimiento, me ha venido a la memoria aquel día en que nos encontramos en el hotel "Arcipreste de Hita", de la Sierra de Madrid. Han transcurrido algo más de veinte años. Tú pasabas allí el verano y yo atendía un curso de formación en "Doña Endrina", un hostal cercano de la misma empresa.
Aquel primer contacto fue un tanto peculiar. Tú charlabas en la barra de la cafetería con dos personas más. Yo quería hablar un minuto con el director del hotel y lo encontré allí mismo. Le dije unas palabras en voz baja y tú volviste la cabeza. Al ver mi "uniforme" de cura me lanzaste un reto:
—Quiero hablar con usted y demostrarle que Dios no existe.
Se hizo un silencio incómodo en todo el local. A mí se me ocurrió responder:
—Mire, don Antonio…, los juristas hemos aprendido que la carga de la prueba recae sobre el que afirma, no sobre el que niega. Soy yo quien debería demostrarle que Dios existe.
Te extrañó que me presentara como jurista y que supiera tu nombre.
—¿Me conoce?
—Sí claro; he leído buena parte de sus obras. Y, por cierto, siempre he pensado que en muchas habla de Dios, aunque no lo mencione.
Poco después, sentados en unos cómodos sillones, hablamos de la primera obra de teatro que escribiste: "En la ardiente oscuridad". Te sorprendió comprobar que yo era capaz de revivir muchas escenas y hasta los nombres de los principales personajes: aquel "Ignacio" que ingresaba en un centro para invidentes y se resistía a abandonar el bastón, a considerarse "normal" e integrarse en el grupo de veteranos que, alardeaban de un espíritu positivo y optimista y decían ser felices sin echar de menos la visión.
Ignacio, por el contrario, insistía en llamarse "ciego", no invidente. Se rebelaba contra el destino que le había privado de la luz y se negaba a ser "domesticado" por sus joviales compañeros. Poco a poco fue atrayendo a unos cuantos a su causa y acabaron por contaminar a casi todo el centro.
La historia termina en tragedia; pero, antes del final, Ignacio expresa su rebeldía en un inolvidable monólogo. En pie, junto a la ventana, dirige su mirada ciega a las estrellas que brillan en la noche con todo su esplendor, y se lamenta por "esos mundos lejanísimos que están ahí, tras los cristales".
—"Añoro la estrellas —continúa—, quisiera contemplarlas; siento gravitar su luz sobre mis rostro, Bien sé que si gozara de la vista moriría de pesar por no poder alcanzarlas. ¡Pero al menos las vería! Y ninguno de nosotros las ve... "
Tengo clavada en la memoria esta escena, y siempre pensé, antes incluso de conocerte, que esa ansia frenética de ver lo que un ciego de nacimiento ni siquiera es capaz de imaginar, sólo era un reflejo de tu propia búsqueda angustiosa de Dios.
Soy agnóstico —dijiste—: eso lo saben todos, pero no me resigno con la ceguera. ¿Está usted seguro de que hay otra vida? Yo soy viejo y ahora me llenan homenajes. Me están poniendo el epitafio.
Tal vez te recordé entonces lo que dijo Jesús de Nazaret: Buscad y hallaréis (…) Todo el que busca, halla. Y tú eres uno de los buscadores más sinceros que he conocido.
No contaré nada más de aquella conversación ni de las vinieron después. Fueron pocos días, pero me gusta pensar que nos hicimos amigos. Yo acababa de terminar un libro sobre la Navidad, que aún no tenía editor. Tú lo leíste entero en una noche y me animaste a publicarlo.
Quedamos en volver a vernos y te di mi tarjeta.
—Cuando me sienta mal, le llamaré.
Un derrame o un infarto cerebral te dejó inconsciente en la primavera del 2000. Nadie me avisó, por supuesto. Pero cuando dejaste este mundo poco después, recé un responso por tu alma en el tanatorio de Tres Cantos a pesar de que alguien trató de prohibírmelo.
Tu búsqueda atormentada de Dios había acabado. Tu ardiente oscuridad se llenó de luz.  





Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916–Madrid, 2000) fue un dramaturgo español y académico de la Lengua, ganador del Premio Lope de Vega, 1948 y del Premio Cervantes,1986.
Al terminar la guerra, comenzó a trabajar en la reorganización del Partido Comunista, de cuya militancia se alejó años después. Detenido en 1939, fue condenado a muerte por "adhesión a la rebelión". Ocho meses más tarde se le conmutó la pena por otra de treinta años, que tampoco cumplió.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué interesante, me ha encantado.
Entonces... ¿él leyó "El Belén que puso Dios" antes de publicarse?

Yankee

goyo dijo...

Genial como siempre Genial ! Muchas gracias

Cordelia dijo...

Qué impresionante. El desafío de demostrarle que Dios no existe... Buscando alguien que le demostrara que estaba equivocado. Que bueno Dios, que le hizo toparse con usted. Quod erat demonstrandum...

Blancanieves dijo...

Siempre me ha dado mala espina esa actitud de rechazo a los rezos... Comprendo que para un ateo debo de dar vergüenza ajena, por hacer "mamarrachadas". A un agnóstico debería de darle igual, o acaso acceda "por si acaso, no vaya a ser verdad".
Pero esta especie de alergia a un sencillo padrenuestro sólo me la explico si el demonio anda por medio. Y entonces, razón de más para rezar.

Blas de Lezo dijo...

El mismo anzuelo usa Dios para pescar en una gasolinera de Canarias a un hombre con chaqueta reflectante que en el hotel Arcipreste de Hita a un escritor comunista. Lo mismo para un roto que para un descosido ¡Que bien! Para mi son historias preciosas que muestran un poco del tapiz que teje Dios y que solo El conoce del derecho y del revés.. Me imagino que en la pesca habra anzuelos multiuso y otros específicos. Igual pasa lo mismo con la gente. En cualquier caso parece que es condición necesaria para pescar echar el anzuelo. Y ques es mas divertido pescar que mirar como pescan.

Papathoma dijo...

Aún recuerdo el desasosiego que me produjo la lectura de alguna de sus obras, especialmente la que nombra. Pero me gustaban muchísimo, había algo en ellas que me impactaba.
No sabe qué alegría me ha dado contándonos esto. Dios es bueno y no deja de darnos oportunidades.

caminando dijo...

Me imagino la cara de don Antonio al recitar su obra, que buen instrumento la memoria...