lunes, 28 de mayo de 2007

El perfume


Acabo de ver otra vez a la mendiga de la que hablé hace unos días.
Resulta que en mi perfumería de cabecera, donde compro los trastos de afeitar, regalan como promoción unos minúsculos frascos de perfume. El empleado, un tipo simpático y descarado, ha visto que los miraba con curiosidad y me ha dicho:

—Coja uno, padre. Se lo puede regalar a una amiga.

—Es una idea. Cogeré tres.

La mendiga —que por cierto se llama Raquel y hoy ha “descumplido” un año y ya tiene 22— me recibe con alborozo, y me recuerda todo lo que le expliqué el otro día. O sea que, a pesar de las apariencias, sí que me estaba escuchando, y tiene buena memoria.

Al final, en voz más baja me dice:

—Hoy me darás algo, ¿no?

—¿Qué prefieres, un euro o un frasquito muy pequeño de perfume?

Omito la palabrota que soltó. Eligió el perfume.

En cada frasco cabían dos gotas escasas. Dos para cada oreja y otras dos para perfumar a su hijo, que la miraba con asombro. Supongo que él habría preferido un donuts.

Espero que no le cuente a nadie que un cura le ha regalado un perfume. No suena bien la historia.

3 comentarios:

Enrique Monasterio dijo...

Perdón, configuré mal el artículo, como si no se permitieran los comentarios. Ya está arreglado.

Anónimo dijo...

Me gusta mucho que salude a Raquel y nos cuente lo que hablan.

Nodisparenalpianista dijo...

Disculpas anticipadas por la enmienda, pero la historia suena de maravilla.
En todo caso hay idiotas que solo oyen lo que les apetece o lo que les permiten sus reblandecidos sesos. Ellos si que son irremediablemente pobres.