sábado, 13 de diciembre de 2008

Se van las pelucas



Dicen que la acera de mi casa está maldita y que por eso los comercios que se instalan aquí empiezan a quebrar al día siguiente de su apertura.

No llevo muchos años en el barrio, pero ya he asistido al entierro de una tienda de arte, un supermercado, una panadería, una establecimiento de electrónica, la sede de la Federación de fútbol sala, un restaurante, una inmobiliaria..., y todo en menos de cincuenta metros lineales.

Sólo aguantan el tipo los bares y la tienda de la esquina: la de la foto. La he sacado un poco esquinada para que no se me ofendan. Se trata, como veis, de un comercio especializado en pelucas. El escaparate, demasiado amplio para mi gusto, está poblado de cabezas de aspecto funerario tocadas con postizos variados de pelo natural y sintético: barbas, bigotes, perillas, bisoñés, pelucones masculinos y femeninos...

Cuando paso por delante siempre pienso en la revolución francesa y en la guillotina. Tanta cabeza suelta y tanto pelo..., no sé. Kloster dice que tengo una imaginación enfermiza, pero no puedo evitarlo.

Jamás he visto un cliente. Quizá los esconden, o quizá no se atreven a entrar. Hay que tener en cuenta que el interior de la tienda se ve perfectamente desde la calle, y no debe ser cómodo que todos te vean cómo te pruebas frente al espejo el pelucón que necesitas para cubrirte la calavera.

El caso es que la tienda ha aguantado veinte o treinta años. La dependienta, inasequible al desaliento, ha hecho todos los crucigramas de la prensa nacional y sólo de vez en cuando, sustituye una cabellera rubia por otra morena o quita el polvo (o la caspa) de las pelucas.

La noticia de hoy es que el establecimiento se traspasa. Dice un cartel que se van a otro barrio. No explican cómo se las han ingeniado para resistir tanto tiempo ni por qué se han rendido a estas alturas.

Los echaré de menos. A Kloster le gustaba un bigote romántico y ondulado que portaba una de las cabezas. Yo rezaré por los que vengan a ocupar el local.

A ver lo que duran.


3 comentarios:

Bernardo dijo...

Je je je... pelucas con caspa. ¡Porque yo SÍ que lo valgo, ea!

CRIS dijo...

Pues yo tuve una tienda que cerramos hace un año exactamente, muchas veces me pregunté eso mismo que usted dice...¿Cómo rayos podrá llevar ese negocio en el que jamás ves a nadie, tanto tiempo en activo?

También pensaba en los chinos que alquilaban locales de 4000 € al mes para vender chucherías...y no los cierran ni para atrás...

Otras veces me lo pregunto cuando veo las miles de peluquerías y centros de estética que salen como setas...por mi barrio igual hay 4 ó 5 por manzana...¡Y eso que hay crisis!

Otras veces también me lo pregunto cuando veo una tienda de jabones exóticos en medio de un callejón lúgubre de un barrio residencial...

Lo de los comercios es un misterio...yo, obviamente no lo descubrí...si no, otro gallo me cantaría...

Olga Papathoma dijo...

Quizá es porque hoy estoy melancólica (que no triste), pero su tienda de pelucas me ha recordado la que visité en Oviedo con mi cuñada, que entonces tenía poco más de 30 años. No tenía escaparate ni estaba en un bajo. Era una tienda especializada en pelucas... especialmente para cubrir calvicies consecuencia de tratamientos de quimioterapia. Cuando descubrió su cabeza para probársela, los cuatro pelos medio quemados que aún le quedaban, producían una imagen que impresionaba. Yo entonces tenía unos 23 años y aún recuerdo su dignidad -y su coquetería- mientras buscaba nuestra aprobación. Luchó hasta el último momento, alegre y con paz. Yo no acepté su muerte hasta mucho después. Nunca más he visitado una tienda de pelucas, lástima que cierren la de su barrio: no parece tener esas connotaciones dolorosas de la que yo conocí. (No publique este comentario, por favor, no quiero reventarle el tono de humor de su comentario: ella se habría reído al leerlo. Sólo ha sido un desahogo).