Una agresión al Papa y a la democracia
Estimado director:
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo «¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también «¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también «¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar.
Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es ladestrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que existe el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banco de los acusados. O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.
Marcello Pera
9 comentarios:
Ayer la leí donde Militos, y también me sustaría publicarla. ¡Es tremendo el diagnóstico de este senador!
Sigamos orando, saldremos fortalecidos de un modo que sólo Dios sabe, pero así ssrá
Estupendo! Certero análisis de la situación actual. Los cristianos de hoy en día estamos amodorrados y no nos enteramos de nada.
Es curioso que lo mejor que he leido estos días sobre este tema sean todos escritores no católicos.
El artículo es magistral y describe perfectamente la situación,al igual que otro que salió publicado en ABC el 24 de marzo escrito por un agnóstico.
GRACIAS
A mí me parece perfectamente legítimo que quienes crean en la existencia de una campaña en contra de la Iglesia católica la denuncien, y defiendan a la propia Iglesia. Me parecería aún más legítimo (y convincente) si quienes hacen eso reconociesen también que los casos de pedofilia últimamente surgidos a la luz son realmente graves, y que las verdaderas víctimas en todo esto son LOS NIÑOS AGREDIDOS, no los religiosos agresores ni la Iglesia. Y me lo parecería más aún si pudiera estar seguro de que, si exactamente los mismos casos, desde los expuestos en distintas Iglesias católicas nacionales (con Irlanda a la cabeza) hasta los que tienen que ver con instituciones vinculadas a la Iglesia (léase casos Marcial Maciel o San Viator, por ejemplo) surgiesen en alguna iglesia protestante, o en el Islam, o en un partido político -pongamos el PSOE-, las reacciones serían exactamente las mismas, ya que estaríamos hablando de los mismos delitos -y subrayo lo de "delitos". La Iglesia católica, como institución, no es más inocente que lo sería el PSOE, si fuera él el afectado: lo es menos, porque un partido político no pretende, como sí pretende la Iglesia, ser un referente ético universal. Los únicos inocentes sin discusión, repito y termino, son los niños agredidos. No veo que en este artículo -ni en los comentarios, de paso- se subraye eso como debiera. Mal hecho, en mi opinión.
Espectacular; estoy de acuerdo con GAZTELU, es una pena (y a la vez buena señal) que sean los no católicos los que nos den un tirón de orejas.
Al artículo lo único que le falta es un "con la gracia de Dios" (y un "al ataque")
Un saludo
¡Gracias don Enrique!.
Querido e ignoto Anónimo: eso que dices, lo ha escrito el Papa con mucha más fuerza y contundencia que tú. Por eso pidió perdón También debemos pedir perdón tú y yo si formamos parte de la Iglesia.
Pero ahora hablamos de otra cosa; no de disculpar a los culpables, sino de defender a la Iglesia universal, a los miles de sacerdotes santos que hay en el mundo y al Santo Padre, que está recibiendo uno de los ataques más insidiosos e injustos de toda su historia.
El autor de la carta dice, a mi juicio con toda razón, que los católicos hemos de ser conscientes de que los ataques tienen mucho más calado.
Los que injuriuan y calumnian al Papa saben que el Romano Pontífice nunca responderá ni se querellará: es un blanco perfecto.
Pero los cristianos no podemos quedarnos callados.
Dice Pera que la destrucción de la religión lleva a la destrucción de la razón. Y estando, como estoy, de acuerdo con su aseveración, tengo que decir que me parece una actitud intelectualmente insostenible, o al menos poco honesta, viniendo de quien se confiesa agnóstico irredento. Eso si que es una quiebra de la razón.
Pero es que, además, como buen agnóstico, el Dr. Pera centra el tema en la guerra ideológica (cristianismo vs multiculturalismo) y moral (cristianismo vs. relativismo), cuando para cualquier católico debería estar claro que se trata de una guerra de esencia teleológica: el misterio de iniquidad contra la verdad central y esencial de Cristo y su Evangelio. En eso consiste la presencia de la Iglesia en el mundo, y nunca ha sido de otra manera. De hecho, el mismo Pera dice en el encabezamiento de su artículo: "se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá [del objetivo del propio Papa], dada la enormidad temeraria de la iniciativa". Eso es cierto, señor Pera. Lo que ocurre es que el objetivo es el mismo Cristo, y no el que usted pretende señalar.
Al final, la conclusión/insinuación de Pera viene a ser que los cristianos deben tomar conciencia de todas esas realidades y enfrentarse a todos esos enemigos del cristianismo. En su cosmovisión, el cristianismo se convierte en una simple garantía de identidad cultural, nada más que un muro de contención frente a los enemigos de un Occidente que, en realidad, dejó de ser cristiano hace ya mucho. Tanto es así que en su artículo considera, de forma implícita, el atributo “cristiano” en orden a una adscripción más o menos nominal y de carácter netamente cultural, y no una consecuencia de la vida en comunión eclesial (sarmientos y vid).
El italiano intenta analizar el problema y aportar recetas de carácter estrictamente humano, y por ende ideológico. Y es, precisamente ahí, donde está el peligro más real (y quizá menos debatido) de esta embestida laicista. El gran peligro no es la duda que se siembre en los sarmientos desgajados, ni la pérdida de confianza de quienes tienen con la Iglesia una relación más mediática que vital. El auténtico peligro es que los fieles lleguen a asumir el esquema de pensamiento hegeliano que late bajo las palabras de Pera, de manera que todo se centre en el ámbito de lo humano (cultural, ideológico, etc) y ello sirva para esterilizar el ímpetu evangélico que debiera alimentar el espíritu de los fieles en los momentos de mayor prueba.
No es sólo que la batalla por Dios no se puede librar sin la intervención de Dios, sino que además el auténtico enemigo del cristianismo no son los laicistas o los relativistas, sino los propios cristianos que asumen acríticamente los dogmas de la modernidad. El mismo Pera llega a afirmar que en la tolerancia con la modernidad es dónde se encuentra la raíz de la incapacidad de los cristianos para captar el problema en su auténtica profundidad. Y, nuevamente, tiene gracia que afirme eso un paladín del liberalismo de su talla, pues el liberalismo encarna la primogenitura filosófica del modernismo en la economía, la política y el pensamiento filosófico y religioso.
Lo que hace Pera en este artículo es, una vez más, lo que el gran pensador tradicionalista Vazquez de Mella calificó como “poner tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias”. En ese sentido, no es al Papa, sino a la Tradición multisecular de la Iglesia, a lo que los cristianos tenemos que asirnos para no perder de vista los referentes en la batalla. El Papa es un obrero más en la vid, el más grande y todo un signo para los demás, pero un obrero más.
Los cristianos aspiramos a alcanzar la Ciudad de Dios, aquí en la tierra también, en la mayor medida de aproximación posible. La ciudad del hombre construida sobre el occidente liberal y culturalmente pseudocristiano es la cáscara reseca de la corteza de un árbol que se secó cuando Dios fue expulsado de la vida de la comunidad humana. Y, si eso se hace con el leño verde … ¿qué será del seco?
Bueno, D.Enrique, paseando por la Red no se cómo me he encontrado con su "globo" y me he alegrado mucho, pues hace tiempo encontré unlibro que citaba el suyo "el Belen que puso Dios" y la cita me gustó tanto que la he leido muchas veces y por eso se de usted.Yo soy una madre joven de Madrid, tengo cuatro niños...y soy carmelita descalza seglar.El Señor da estas sorpresas tan grandes en la vida...no podemos dejar ni un instante de nuestra vida de alabarle y de darle gracias.Si quiere conocer mi opinión de todo esto...realmente la Iglesia es PRESENCIA de Cristo, es Cuerpo de Cristo, eso es lo que VIVIMOS, y es un Mistario de Amor tan grande de Dios con nosotros que ni podemos llegar a imaginarlo...Señor danos fortaleza para ser testigos de TU AMOR en medio de un mundo que te rechaza porque no te conoce, rechaza la VIDA que Tu nos das en tu Iglesia porque no es capaz de verla;D.Enrique se nos tiene que ver muy, muy alegres, muy felices ¿Si no quien va a creer que hemos conocido el Amor de Dios?
Me gustaria que usted leyera mi pequeño cuaderno de oración ( http://dejaosamar2.blogspot.com) y mi vivencia de la vocación al Carmelo de Santa Teresa ( http://vivirelcarmelo.blogspot.com)...desde alli está usted ya en mis oraciones, un abrazo en Cristo, Catalina
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