La Misa “crismal” es una celebración relacionada directamente con el Jueves Santo. En la mayor parte de las diócesis suele anticiparse por razones prácticas, para que puedan participar todos los sacerdotes diocesanos que lo deseen. En Roma, no es necesario: el Santo Padre la celebra el Jueves Santo por la mañana, acompañado del clero de Roma y de los Cardenales.
Es la misa de la renovación de las promesas sacerdotales y de la bendición de los oleos sagrados, que los párrocos recogen al término de la misa para llevarlos a sus respectivas parroquias. Los oleos bendecidos se emplean en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Unción de los enfermos.
La Misa Crismal es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
Ayer por la mañana el Papa Francisco, Obispo de Roma, ha celebrado la misa crismal y ha pronunciado una gran homilía.
Queridos
hermanos y hermanas,
Celebro
con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con
afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como
yo, el día de la ordenación.
Las
Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de
Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción
que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es
para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella
de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo
perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón,
hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que
desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es
imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los
confines del universo representado mediante las vestiduras.
La
vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es
el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que
adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis
sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex
28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce
tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra
cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus
nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla,
puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el
rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que
en este tiempo son tantos.
De
la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino
presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y
consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la
cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza
«las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres,
para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La
unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho
menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite...
y amargo el corazón.
Al
buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una
prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le
nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena
noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece
cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como
el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las
situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a
la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que
hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con
sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de
Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que
le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...».
«Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la
orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de
Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia
pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los
hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e
intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales,
incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de
ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir
como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el
borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo
rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido
sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza
oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía
derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son
capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la
superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf.
Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes
de su manto.
Así
hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora:
en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que
desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en
autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al
Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra
vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a
hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en
la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a
dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
El
sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a
Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso
que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale
de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en
gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen
su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco
reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene
precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes
tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien
de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed
pastores con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio
al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis
de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización;
pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del
Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí
donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese
mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan
fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos
fiado: Jesús.
Queridos
fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que
sean siempre Pastores según el corazón de Dios.
Queridos
sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que
hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la
unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo
fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor,
sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad;
y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les
vino a traer Jesús, el Ungido.
Amén.
8 comentarios:
Qué forma más bonita de decir que la gente roba la unción.
Un saludo y gracias Enrique, y rece también por mí.
Ese oleo de alegria que nos vino a traer Jesús... resumiendo. Esta bien. no se puede añadir mucho más sin embargo después de asistir a los Oficios de Viernes Santo y de haber visto la Pasión esperando que empiece el via crucis para un dia que puedo, añadiria esto aunque no es lo que buscaba y perdonar la exclamación..." Yo sé que quería descansar y decir:¿por que no?... ¡Que se secó la raíz! Y las hojas, que hagan hoguera. Así es el chopo de corta vida hueco por dentro.
Mala madera y cuando menos te lo esperas… Va y te aparece un brote… ¡que coño!... ¿de que vas tú ahora?
¡Que yo también quiero chupar de tu tinta!
La que te queda y escribir mi propia historia.
Unida aunque no quieras a la tuya…
Y encima me darás las gracias.
Por ser dos en uno.
Distintos color y una misma savia"
.¡Felices Pascuas! Adiosle
Me ha encantado lo de pastores con olor a oveja. Qué afortunada soy, que la mayoría de los pastores que conozco son de ésos. De los que se meten en el rebaño y conocen a todas las ovejas, y se preocupan por ellas y van a buscarlas si se pierden.
¡QUE PAPA TENEMOS!
No paramos de rezar agradeciendo su eleccion.
Gracias Don Enrique
muchas gracias
Jo, ¿y qué decir de las palabritas que lanzó después del Vía Crucis del Viernes Santo? No tienen desperdicio.
Es un gran catequista, este papa; qué clarito lo explica todo.
Viva el Papa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
pero acompañémosle en su pontificado como el nos dijo: caminando, edificando, confesando a Jesucristo, el centro. Gracias Espíritu Santo por el Santo Padre Francisco !!!!!. Gracias también por el pontificado de Benedicto XVI!!!!
Hay que aprovechar esta intensa cuaresma y semana santa que hemos vivido para bien de la Iglesia!!!!!!
Y tu quien eres?
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