¿De dónde venía
la música? ¿Y qué instrumentos y qué voces eran capaces de de crear tanta
belleza?
Echado a los
pies de mi Esposa, me encontraba rendido de cansancio y no lograba abrir los ojos. Pensé que, si
me despertaba del todo, se rompería el hechizo, que aquel cántico sublime se disolvería
en el aire sucio del establo; y yo quería seguir oyéndolo y disfrutándolo un
poco más.
Hasta que, de
pronto, en medio de la melodía, oí el llanto inequívoco de un niño.
Me puse en pie
de un salto. María sostenía a Jesús sobre sus rodillas y había empezado a
ponerle unos pañales. El recién nacido tenía los ojos cerrados con mucha
fuerza, como si no se atreviera a abrirlos, y lloraba desconsoladamente con
gritos y lágrimas. Su Madre entonces lo apretó contra su pecho y le cantó una canción
de cuna que jamás había oído antes. El Niño se calmó al momento y mi Esposa me
miró con esa carita de guasa que sólo ella sabe poner de vez en cuando.
—Ya ves, José
—parecía decirme—. Estabas tan dormido que me dio pena despertarte.
En ese instante
caí en la cuenta de que no estábamos solos. El establo se había llenado de
ángeles. Eran ellos los que cantaban y bailaban alrededor del pesebre mientras
la orquesta del Cielo ponía el contrapunto.
Pero a mí no me
distrajeron los ángeles: yo sólo tenía ojos para María y el Niño. Me acerqué a
ellos y pregunte:
—¿Puedo…?
—Es tu Hijo
—respondió la Madre de Dios—. Tómalo en brazos y cómetelo a besos, si quieres.
Tú debes ponerle el nombre que nos dio el Ángel. ¿Verdad que es guapo?
Lo tomé en
brazos y lo elevé en alto. Jesús entonces abrió los ojos y me miró. Seguro que
era guapísimo, pero mis propias lágrimas me impidieron comprobarlo.
2 comentarios:
Precioso. Gracias otra vez
Digo lo mismo que Cordelia: gracias de nuevo. ( doña inspiración ha vuelto con fuerza)
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