Ayer fui a visitar a un enfermo en las afueras de Madrid. Aparqué el coche a quinientos metros de la clínica y me acerqué caminando por un paseo arbolado. La primavera, en este barrio residencial, se abre paso entre los edificios con todo su esplendor.
Iba yo pensando en el enfermo, en cómo me recibiría y qué podría decirle para ayudarle un poco. Al mismo tiempo rezaba el Rosario. Rezar el Rosario es sencillo; basta con recitar la letra de las avemarías y “distraerse” con la música de los Misterios. Es como una canción. Cuando uno canta, ¿quién piensa en la letra? El corazón y la fantasía se dirigen a la persona que recibe el canto. A mí me acompañaba, además, un coro de pájaros.
—Dios te salve, María (un pinzón marcando su territorio), llena eres de gracia (el carbonero, el herrerillo), el Señor es contigo (¿un ruiseñor? No creo, no puede ser), bendita tú entre todas las mujeres (ya está aquí la algarabía de los abejarucos…)
No sé si es posible pensar en tantas cosas a la vez. Supongo que sí. Hay distintos niveles en el pensamiento. Yo, por ejemplo, ni me daba cuenta de que iba clasificando el canto de los pájaros, hasta que de pronto sonó el grito inconfundible de la oropéndola: mi primera oropéndola del año.
Me detuve en seco. La oropéndola es como un relámpago alimonado y brillante que aparece en primavera y se desvanece en otoño. Es grande, casi como una tórtola, pero no se deja ver. Tímida y escondidiza, anida en lo más alto de los chopos. Allí fabrica una especie de canastillos que se mecen con el viento.
Yo pienso que la mayor parte de los urbanitas no han visto jamás una oropéndola, a pesar de que hay miles en España. A lo mejor han oído en el campo, al amanecer, el acorde de unas notas líquidas y melodiosas, o una especie de maullido seco, especialmente por las tardes. ¿Pero a quién le importa el canto de las aves?
Si yo no fuera un ornitómano impenitente tampoco oiría a todas horas, hasta en sueños, los gritos de los vencejos, el trino de la curruca, la letanía musical del pinzón, las improvisaciones del ruiseñor… Pero es verdad, los oigo siempre, aunque no los escuche. Por eso, cuando voy al campo, ya no tengo necesidad de mirar los pájaros. Sé dónde están, y sé que ellos me están mirando a mí.
¿Podría ser algo así eso que llamamos “presencia de Dios”? Uno tiene tantas cosas en la cabeza, que resulta imposible pensar en el Señor a todas horas. No me acuerdo de darle gracias por los regalos que me hace cada día. A veces me olvido de que he comulgado sólo hace una hora o dos. Y el piropo que tenía pensado hoy para la Virgen, ya no recuerdo cuál es. Incluso se me pasa la hora del Ángelus.
Pero oigo su voz a lo lejos. Es un canto familiar que nunca me abandona. Y, aunque yo no le mire, sé que me ve y que me escucha. Y, de vez en cuando, me despierta con su canto, como una oropéndola en pleno Madrid.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
viernes, 18 de mayo de 2007
El canto de la oropéndola y la presencia de Dios
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9 comentarios:
Impresionante. Tanto el fondo como la forma. Mis respetos. Eso es vida interior y lo demás tonterías.
Dios le siga bendiciendo.
¡Más pájaros y menos tele!
Me ha gustado mucho. Y también (por cierto) la cita de Pascal recién puesta (creo). Añado otra que tiene que ver con la capacidad de contemplación; creo que tiene que ver con esta entrada. Es más conocida que la suya, pero ahora no encuentro la referencia, por eso no es textual. Decía Pascal que toda la desgracia del hombre proviene de que no aguanta estar sólo en una habitación...
Me ha dejado sin palabras. Nunca antes había encontrado una descripción tan cercana a cómo se siente a Dios.
Anda, Chini, búscame ese texto
Lo único que sé de la oropéndola es que su nombre parece un solo de Tomatito.
Pues a mí los cantos de los pájaros salvo rara excepción no me despiertan mucho la atención,debe ser porque estoy rodeada de los "trinos " de mis hijos(un poco más altos) que sí me llevan a menudo a pedir ayuda al cielo,a dar gracias por lo sanos que están y a pedir misericordia por lo que meto la pata.Creo que lo de los pájaros debe ser más relajante...
Lo he intentado. SNIF. No consigo escribir nada si no soy anónimo. Me da vergüenza...
Impresionante artículo. Es, como decía Santa Teresa, "ver a Dios entre los pucheros" o algo así.
Impresionante reflexión en los tiempos que corren.
lo que se dice asombrarse. Gracias, echaba de menos el que alguien se asombrara de lo cotidiano.
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