viernes, 11 de mayo de 2007

Es grande ser cura V

(Continúo con la historia que empecé ayer)



Salí de aquella casa con un extraño sabor agridulce en los labios. Estaba contento, casi eufórico, al haber comprobado una vez más cómo Dios nuestro Señor va al encuentro de sus hijos cuando más lo necesitan, y lo estupendo que es servirle de instrumento. Al mismo tiempo me sentía triste, incluso enfadado con medio mundo: con los que venden la droga, con los chavales que caen en la trampa… ¡qué se yo! Y, aunque he explicado muchas veces que no cuesta nada guardar silencio, habría pregonado a los cuatro vientos la historia de Jaime.


Su familia procedía de una ciudad pequeña de Castilla. Se habían trasladado a Madrid en busca de trabajo cuando su hijo tenía ocho años. Eran gente honrada y buenos cristianos. Tuvieron dos niñas y un niño. Jaime, el pequeño, era muy inteligente según su madre, pero más aficionado a las motos que a los libros. Su sueño era dar la vuelta a España en moto.


—Con una Harley-Davidson y una tía detrás…


Recuerdo que lo dijo mientras comíamos aquella tarde, pero no sé si me invento las palabras. ¿Se decía ya “tía” como sinónimo de “chica”?


Se puso a trabajar en un taller cerca de su casa. Allí entró en contacto con una banda de moteros; allí compró su primera moto de segunda o tercera mano, y allí la vendió para comprar heroína.


Jaime murió en noviembre, el día de Todos los Santos. Aquella tos rebelde era tuberculosis, y muy pronto aparecieron los primeros síntomas en la piel de un sarcoma de extraño nombre que, al parecer, es frecuente en los enfermos de sida. Luego vino un herpes, y más cosas que me resisto a recordar.


¿Y la droga? Un día me pregunté por qué Jaime no presentaba síntomas de tener el famoso “mono”. Su padre me lo explicó:


—Mi mujer va a comprar la droga para el chico todos los días. No se lo puedo prohibir. Lo que no haga una madre…


En aquella época sabíamos poco del sida. Hablé con el médico que atendía a Jaime y le pregunté si sus padres o yo mismo corríamos algún riesgo de contagio. Me dijo que no, pero con un matiz.


—No hay riesgo de que contraigan el sida, pero algunas enfermedades oportunistas sí que pueden contagiarse, por ejemplo la tuberculosis. Si han compartido con él platos o cubiertos, les aconsejo una radiografía de tórax.


Las últimas semanas de la vida de Jaime fueron tremendas. Yo lo veía todos los días, pero no me parecía oportuno contar nada a nadie. Ni siquiera en mi casa. Sólo a las niñas pequeñas del cole les pedí que rezaran por un amigo mío que estaba muy enfermo, para que se curara del todo o se fuera al Cielo contento y en paz.


En el hospital, un Jaime aún más demacrado que cuando lo conocí se confesó, recibió la Eucaristía y asistió a la Santa Misa un par de veces. No voy a decir que muriera feliz, pero cuando le di la Unción de los enfermos perdió el miedo y hasta sonreía de vez en cuando.


Celebré su funeral en la Parroquia. Asistieron treinta o cuarenta personas nada más, pero estaban sus cuatro amigos moteros y la chica que le gustaba, que era medio novia y lloraba a moco tendido. Todos se confesaron con un cura recién ordenado que llevé a la iglesia para que me echara una mano.


En la homilía hablé de aquel ladrón del evangelio que era tan bueno, tan bueno, que dio el golpe de su vida en medio del sufrimiento de la cruz: asaltó el Cielo robando la llave en el Corazón de Jesucristo.


Ahora recuerdo; no era 1984, sino 1985: se cumplían diez años desde la marcha al Cielo de Josemaría Escrivá. En el ataúd se quedó la estampa con la que Jaime le rezaba.

14 comentarios:

Lucía dijo...

Ahora ya a moco tendido.
Este blog es fenomenal,no porque te haga llorar,que otros días me parto de risa.

Enrique Monasterio dijo...

Sin embargo, tu blog está cerrado a cal y canto. ¿Quién eres?

Adaldrida dijo...

Joooo creo que me voy a saltar alguna letra porque tengo los ojos cegados.

Juanan dijo...

Una historia preciosa. Dolorosísima, pero preciosa. Sí que debe ser grande ser cura...

Por cierto, muchas felicidades por su blog y por su página mensual de Mundo Cristiano. Admiro mucho lo que dice y cómo lo dice.

Er Tato dijo...

Mi querido Enrique:

Respeto absolutamente cuando dices "....al haber comprobado una vez más cómo Dios nuestro Señor va al encuentro de sus hijos....". Faltaría más que no lo respetase, pero ya sabes de mi agnosticismo.

Sigo entrando casi a diario en tu blog y me sigues ¿sorprendiendo?. No, quizás no sea esa la palabra. Llegando. Sí, esa es la palabra. Tú lo atribuyes a tu Señor. Yo, a tu compromiso con los demás. Da igual. Lo importante es el resultado.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Yo me quedo con esa madre que con todo su dolor compraba la droga al hijo. Y esa capacidad del buen ladrón Jaime, que en su patíbulo logra arrancar las gotas de Misericordia que necesita, ese hombre que se hace niño en un hospital para entrar en el Reino.

Nodisparenalpianista dijo...

Enrique:
Gracias

Lucía dijo...

Aún no tengo más que un blog puramente familiar(soy Lucía,madre de seis hijos),de momento disfruto con los de los demás.Salir a la palestra me da un poco de vértigo...

Jesús Sanz Rioja dijo...

Ayer pusieron en le tele otra historia de buen ladrón, en un episodio de "Sin rastro". Muy bueno.

Enrique Monasterio dijo...

"Mi" Señor es el tuyo, querido Tato. Ya lo encontrarás.
Y no hace falta que me recuerdes cada día que eres agnóstico. Tanta insistencia resulta sospechosa.

Er Tato dijo...

Un comentario éste último, innecesariamente tendencioso. Tú sabrás por qué lo haces y por qué te resulta sospechoso.

Saludos

Enrique Monasterio dijo...

Perdón, Tato, era sólo una broma nada tendenciosa

Sinretorno dijo...

Gracia, ese está en el cielo y pid o lo que pidió el ladrón arepentido. Su prox libro se puede titular que grande es ser cura, para vocaciones.

Anónimo dijo...

"...asaltó el Cielo robando la llave en el Corazón de Jesucristo".

Y hoy me deja de nuevo sin palabras pero no importa porque ya las escribió usted. Gracias.