Cuando empecé esta serie hace un par de meses, el título me salió del alma, y no lo puse, como hoy, entre signos de interrogación. Yo me encontraba eufórico, lo reconozco. Recuerdo muy bien que lo estaba y también el porqué, aunque, claro, no es cuestión de contarlo todo. El caso es que me lancé a llenar la pantalla con las cosas buenas de las que uno disfruta por el mero hecho de ser cura, y en eso sigo.
—Te has metido en un buen lío —me dice mi madre por teléfono—.
Se refiere al blog, por supuesto. Le asombra que todos los días sea capaz de escribir algo.
Hoy ya no estoy eufórico. El calor me aplana. Quizá por eso haya llegado el momento de recordarme a mí mismo y a los amables okupas de este blog, que sí, que ser cura es muy grande, pero que, en el fondo, no hay oficio más humilde.
Hace algún tiempo lo escribí en Mundo Cristiano. Acababa de leer “Casa propia”, el último libro de Enrique García-Máiquez, y me impresionó especialmente un poema: aquel en el que el poeta parece temer que los lectores saquen de él una imagen, demasiado perfecta. Y, consciente de que la belleza es inseparable de la bondad, confiesa que sólo pretende
…”dejar sobre el papel tan solo a un hombre sabio y bueno, y parecerme a ese hombre con los años”.
Pensé entonces, como ahora, que los curas deberíamos tener el mismo propósito. Y escribí esto:
Es verdad que los sacerdotes no somos poetas. Hemos de ser lo que ya somos por gracia del Sacramento que hemos recibido: el mismo Cristo que pasa, comprende, exige, cura e interpela a los hombres con palabras de verdad. ¿No fue Machado quien definió la poesía como “unas pocas palabras verdaderas”? En este sentido tal vez sí deberíamos ser poetas.
Ayer, como otros días, regresé a casa un poco cansado —gozosamente cansado— de predicar, de hablar de Dios; y, al leer los versos de mi amigo, empecé a pensar en tantas cosas: ¿habrá dado en la diana alguna de mis palabras? ¿Entre tanta locuacidad, habrá podido Dios hacerse oír y entender?
A mí, como a todos los sacerdotes, me gustaría ir esculpiendo con palabras un solo retrato: no el mío, sino el de Cristo, de tal forma que los que escuchan olviden mi voz, mis gestos, mi mayor o menor elocuencia, y descubran a ese Jesús amable, exigente, cariñoso, enérgico, amigo…, que vive y está permanentemente a la puerta del corazón. Sin embargo no puedo ser un mero portavoz, un instrumento inerte. Debo apropiarme las palabras que recibo y reparto, implicarme personalmente y tratar de dejar el alma en cada frase, porque hay que transmitir vida y no cadáveres, fuego y no ceniza. Y eso, siempre: cuando uno está eufórico y cuando siente el ánimo por los suelos, incluso cuando no encuentra sentido a las palabras que tantas veces ha predicado.
Entonces, sin querer, o tal vez queriendo, voy pintando también mi propio retrato: una imagen que en parte es auténtica, porque no quiero ser hipócrita, y en parte falsa, porque he eliminado de ella aquellos defectos y miserias que no tengo derecho a exhibir.
Mejor que yo, lo dice mi amigo:
“Palabra tras palabra/ sin prisa, voy forjando/ un personaje mío/ que es yo mismo: un yo máximo/ sin defectos o apenas/ con aquellos, simpáticos,/ que logran que el lector/ me sienta más cercano…”
No hay oficio más grande que éste. Me gustaría gritárselo a esos chavales que ahora mismo, mientras termino este artículo, rondan mi despacho y entran de vez en cuando para hablar de sus problemas. Y, sin embargo, el sacerdote no es casi nada: es el pincel que pintó Las Meninas, la pluma de ganso que escribió El Quijote…, y un autorretrato que uno va esculpiendo poco a poco, al que me gustaría parecerme con el tiempo.
Postdata: Enrique me escribió un correo para darme las gracias por el artículo, y me envió un poema espléndido, que perdí y me gustaría recuperar. Hablaba de poetas y sacerdotes.
7 comentarios:
A ver si se anima alguno...
D. Enrique, ya me estaba acostumbrando, de vez en cuando, a terminar llorando sus artículos pero empezar a mitad del texto...
Infinitas gracias, d. Enrique, porque su cita de mi poema me alegra el día y me llena de ánimo: me doy cuenta de que es grande ser poeta, aunque menor y aunque mucho menos grande, por supuesto, que ser cura. Pero qué milagro que alguien sea capaz de captar tan bien todo el mar de fondo que hay detrás de unos pocos versos.
El poema que le envié sería éste, que habla, más que del sacerdocio, de cómo la belleza y la autenticidad nos llevan, sin remedio, a Dios.
¿Por que pone un burro para escribir si ser sacerdote es grande?
Fred: un burro fue el trono de Jesús en Jerusalén
Ambos sinónimos de cura (cura y sacerdote) dan idea respectivamente de la humildad y de la grandeza de ese oficio.
Le aseguro que desde que leo Mundo Cristiano usted ha sido como un rayito mensual de Jesús extra. Y aún ahora que me he hecho okupa del blog sigue sorprendiéndome y superándose. Todo esto suena muy pelota, pero ambo sabemos quién es el verdadero artista. Sólo le doy las gracias
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