sábado, 5 de enero de 2008

Elogio del taco (hasta cierto punto)



Dicen que mi amigo Odón es mal hablado, pero si lo fuese de verdad, nadie se lo echaría en cara, porque, tal como está el patio, una grosería más o menos ni se nota. En esta tierra nuestra se dicen ordinarieces en todos los foros: en el Parlamento, en el Estadio de los Pajaritos y en la Real Academia de Bellas Artes. Lo que ocurre es que a Odón se le notan más los tacos, precisamente porque los utiliza con moderación y sabiduría. Él mismo suele explicarlo con singular vehemencia:

—Al fin y al cabo —decía en su tertulia literaria— ¿qué es el taco? ¡Lírica pura y simple! Machado definió la poesía como "unas pocas palabras verdaderas". Y ¿acaso hay palabra más verdadera, metáfora más breve, más auténtica y más apta para transmitir sentimientos que el taco ibérico en toda su grandeza original...?

Pues qué queréis que os diga: que Odón tiene razón, aunque rime. El taco es un tesoro de la lengua que debe conservase con orgullo. Es un recurso violento, de acuerdo, pero de tal expresividad concentrada, que, cuando se emplea adecuadamente, ahorra largas y prolijas explicaciones.

Elenita Castromil, por ejemplo, conduciendo el Golf de mamá, saltó al prado con el coche, se tragó una vaca y se rompió dos costillas, el parachoques delantero, los pilotos, las gafas, el radiador y la tibia de la pierna derecha. En tal coyuntura se le presentaron dos posibilidades:

a) telefonear con el Nokia al traumatólogo de guardia y decirle: "mire usted, don Arturo, creo que me he fracturado la tibia y tal vez incluso tenga fisura de peroné, porque el dolor de mi espinilla es intensísimo, especialmente cuando me río. Si a esto añadimos la opresión en el pecho, etc., etc."

b) olvidar por un momento la educación recibida en el colegio y aullar por el teléfono (rellene el lector el espacio entre paréntesis). Esto fue precisamente lo que hizo Elenita, y el buen doctor la comprendió perfectamente.

—Así que usted es partidario del taco.

—Dentro de un orden, sí. Pero hay un problema de saturación.

Hemos quedado que la palabrota es una metáfora: descabellada, pero eficaz si se emplea sobriamente (3 ó 4 por persona/año parece una cuota razonable). Ahora bien, abusar de las metáforas equivale a devaluarlas; es convertirlas en lugares comunes insoportables. El primero que comparó los labios de su amada con un rubí y sus dientes con perlas, probablemente era poeta. El segundo fue un plagiario, y el tercero también. El decimoquinto y los que todavía siguen, son unos cursis estomagantes.

Debería haber un depósito de fiambres literarios donde se almacenasen las metáforas asesinadas por el uso. Y a quienes trataran de exhumarlas, se les impondría la correspondiente pena de cárcel.

Con el taco ha ocurrido precisamente eso: la ignorancia, la pobreza de lenguaje, la tartamudez mental y el estercolero en que se han convertido algunos cerebros celtibéricos, han transformado la palabrota en muletilla de todas las conversaciones. Es imposible mantener una charla normal sin oír cada cinco o seis segundos una rústica alusión glandular, una referencia al presunto oficio de la madre de un tercero, un superlativo hormonal o lácteo, y todo ello bien adobado con imágenes marrones y verdosas de aroma pestilente.

¿No os entristece este envilecimiento que ha sufrido el noble, rotundo y escandaloso taco ibérico?

Dejadme que insista: el taco era una interjección llena de fantasía para momentos solemnes, y se nos ha convertido en una conjunción o en un adverbio blando y amorfo, en una especie de autem latino, que no se traduce, porque no significa casi nada. Fue una originalidad del castellano, ya que ningún otro idioma ha tenido tanta riqueza imprecatoria. Nos envidiaban los angloparlantes, y sólo los italianos podían competir con nosotros (ellos nos superaban en gestos); pero por desgracia, todo eso es historia: la palabrota, como los dinosaurios, se extingue por superpoblación y gigantismo.

Por eso me atrevo a pedir a las organizaciones ecologistas que hagan campaña en favor de esta especie amenazada. Devolvamos al taco su habitat natural, y saquémoslo del lenguaje diario y cutre

—¿Pero…, lo dice en serio?

—Completamente. Yo siempre hablo en serio. ¿Es que no os aburre oír invariablemente las mismas quince palabras. ¿No os preocupa, que el número de vocablos en uso disminuya de día en día? Hay ordinarieces-comodín que igual se usan para alabar que para insultar. Da lo mismo: ya no significan nada.

Caminamos hacia el ladrido como suprema y única forma de expresión.




6 comentarios:

Nodisparenalpianista dijo...

Me apunto a la moción.
Además está el que el taco, grosería, palabrota o burrada en gneral suele ser la evidencia de la pobreza lingüística que padece el que los emplea como palabras-comodín, porque no da para más.
Otra cosa es la chica que comenta, que seguro que es toda una princesita. Con la pierna a trozos, a ver quién es el guapo que mantiene la compostura.

alejops dijo...

Uno más en la protesta. Estar con una persona que suelta una perla de esas cada 5-10 segundos es un poco insoportable.

Juanan dijo...

Yo también me apunto, aunque me reconozco un poco de los del grupo enemigo. ¡Empezaré por mí mismo!

Anónimo dijo...

Me ha hecho mucha ilusión reencontrarme con este artículo, Don Enrique.
Recuerdo que, hace la tira de años, nos lo repartió la profesora de lengua en el colegio.
Me he reído tanto o más que aquel día. Y sus líneas, tienen aún más vigencia que entonces.

¡¡Felices Reyes!!

Dimas dijo...

Alabo Don Enrique su madrugadora locuacidad. Taco y piropo han pasado de ser explosiones de asombro y admiración a muestra de tan grosera como exigua formación.

Feliz año nuevo

Anónimo dijo...

Cuantísima razón, suscribo totalmente.