martes, 8 de enero de 2008

Me despido del mar


Salgo de Solavieya a las ocho de la mañana camino de Bilbao. Por fin ha empezado a llover. Ya iba siendo hora, porque veintitantos días de sol son demasiados para esta tierra.

En la autovía del Cantábrico, la luz artificial no disipa la bruma, sino que la enciende en tonos dorados y la hace aún más espesa y opaca. Voy despacio, sin prisa. Me dejo adelantar incluso por los camiones. Sé que pronto empezará a clarear, y, aunque no se lo he dicho a nadie, quiero acercarme a la orilla de este mar, antes de abandonar Asturias.

El GPS dibuja una playa a mi izquierda y, sin pensármelo dos veces, desvío el coche en esa dirección. Estoy en un pueblo pequeño entre Villaviciosa y Ribadesella. Me meto por una carretera secundaria, pero acierto: termina justo en la costa, sobre un arrecife. Aún no se ve casi nada, pero el sonido del Cantábrico y el aroma del océano son impresionantes. A mi espalda, empieza a retirarse la sombra imponente de los Picos de Europa.

Salgo del coche. Sigue lloviznando. El mar está ahí mismo, aunque apenas lo veo. Es una sinfonía solemne y melancólica. El fuerte oleaje hipnotiza, seduce como una tentación.

Yo sé que a todos os ha ocurrido alguna vez lo mismo que a mí: que os pasarías las horas mirando al mar, igual que si estuvierais frente a una hoguera. ¿Quién no se ha quedado absorto contemplando una chimenea encendida, escuchando el crepitar de la leña, sin poder apartar la vista de ese espectáculo cambiante y acogedor? El mar produce un efecto idéntico: las olas son las llamas, siempre iguales y distintas. Decir nouvelle vague, es una redundancia: todas las olas son nuevas.

No sé cuándo volveré a ver el mar. Si pudiera, me detendría aquí mismo una hora, dos o quince, con la esperanza de que “me naciera” un poema tan perfecto que pudiera llevármelo a Madrid para leerlo todas las tardes sin compartirlo con nadie, y revivir este momento.

Comienza clarear. Empiezo la oración de la mañana, y viene a mi memoria el recuerdo de Jesús que, en un amanecer como éste —en la cuarta vigilia de la noche—, se acercó a la barca de los apóstoles caminando sobre el mar.

Nunca había entendido este insólito milagro. Jesús no era amigo de dar espectáculos; solía hacer prodigios, sí, pero a escondidas; incluso pedía a las gentes que no contaran nada. Es cierto que un día alimentó a diez mil hombres y mujeres con unos pocos panes y peces, pero fue porque le venció la pena por la muchedumbre hambrienta. Pero caminar sobre el mar… ¿a qué vino ese alarde gratuito, Señor?

Ahora creo entenderte un poco. Para los antiguos, el mar era “el abismo”, un lugar terrible lleno de monstruos y de oscuras divinidades paganas. Tú querías destruir ese mito y mostrar al mundo que eres el único Creador y Señor, que todo es bueno, porque nada escapa a tu inteligencia ni a tu poder. Por eso saliste a caminar sobre las aguas, no porque te venciera, como a mí, la tentación del mar. El tuyo fue el paseo de un propietario que recorre la finca para gozar de su belleza.

Ahora mismo, creo que te veo a lo lejos entre la bruma. Si me llevaras de la mano, si me dejaras pasear contigo…

No se lo digáis a nadie: hoy yo también he caminado sobre las olas.



4 comentarios:

c3po dijo...

Preciosa entrada! Me recuerda a un artículo de Cunqueiro, titulado "Ulises sale al mar".

Cuenta el gallego de un rapaz que será marinero, pero que antes tendrá que conocer muchas arenas diferentes, en remotas playas, bien lejos de las que va a usar para jugar con la pala que lleva en la mano, construyendo castillos de arena que la mano espumosa de la ola deshace.

Y, ahora biene lo bueno, empieza el párrafo siguiente diciendo que:

En fin, será un hombre libre y, como todos los hombres libres, amara la mar.

Una mar pequeña, una ría quizá, que es un valle de agua entre riberas verdes y rocosos montes.

Historias del Metro dijo...

La Campa Torres, el musel, la plaza de San Lorenzo, la Plazuela, el Parchís, Poniente, San Pedro, la Iglesiona, Corrida, Somió... no me extraña que se pase varias entradas despidiéndose de Asturias... A mí me ha dejado hecha polvo...
¿Seguro que se va a tirar un año entero sin volver?
PD: ¿habrá caído alguna sidrina no?

Anónimo dijo...

Se mete uno dentro de lo que describe, asi sería y es cuando lo vemos asi de bonito el mar.
Gracias por su "contenido"
Una madrileña

Altea dijo...

Madre mía, no se le puede ni leer. Provoca demasiada envidia.