Cuando llega noviembre -faltan sólo 7 días- la Iglesia nos invita a perder el miedo y asomarnos al otro lado del muro. En el mes de los difuntos, hay que romper el tabú y pensar en la vida eterna. ¿Podré atreverme yo también a escribir aquí sobre la muerte?
Frente a la pantalla del ordenador, me ha venido a la memoria un episodio del mes de enero de 1970, cuando acababa de estrenar mi sacerdocio y me pidieron que fuese a ver a un enfermo.
—Le quedan pocos días de vida —me dijo su mujer—.
Yo nunca había atendido a un moribundo. Así que cogí un ritual romano, los santos óleos, un par de libros, un crucifijo, el rosario, agua bendita, la estola…, qué sé yo. Al llegar, me encontré un hombre de cincuenta y tantos años, destruido por la enfermedad, que sin embargo sonreía.
—Me estoy muriendo —dijo como quien certifica un hecho banal—, ya me han dado los sacramentos y ahora necesito que me hable del Paraíso. Mi mujer y mis hijos se empeñan en que no piense en eso. Dicen que me quite los pájaros negros de la cabeza y no comprenden que toda mi esperanza está al otro lado de esa puerta. Es lo único que me importa.
Con la torpeza propia del caso, le hablé de Dios y de la Gloria quizá durante treinta o cuarenta minutos. Fuera de la habitación, sus parientes se impacientaban por mi tardanza, pero el enfermo no tenía prisa:
—Que esperen. Así pensarán que tengo que contarle muchos pecados. Usted siga, por favor.
Al principio mis consideraciones fueron, quizá, demasiado teológicas…, teóricas quiero decir; y mi amigo necesitaba que concretase más, que le explicase qué se iba a encontrar allí.
—Mire, padre, estos días he tratado de reconstruir cada año de mi vida, pero tengo muy poca memoria. Hay décadas enteras en blanco. Estoy haciendo el equipaje y quiero meter en la maleta todo lo bueno de mi vida. No me refiero a lo que he hecho yo, que es poco, sino a esos momentos que me han hecho feliz: los cumpleaños, las bodas, los días de sol en la playa, los juegos… ¿Podré guardar todo eso en un estuche y llevármelo al Cielo?
Como es natural no respondo de que éstas fuesen sus palabras, pero me conmovió aquel modo de decir algo que es una verdad de fe…, y de cajón. Sí, la felicidad del Cielo no está hecha de una pasta diferente a la nuestra: las alegrías de la tierra, el amor, la bondad, la belleza, nos las encontraremos al otro lado, limpias, transfiguradas, sin sombra de tristeza, pero auténticas, con el sabor entrañable de los mejores recuerdos.
Hace unos meses, un gran poeta-amigo falleció en Madrid bien dispuesto para dar el salto al Cielo. Se llamaba Pedro Antonio Urbina, y un par de años antes me dedicó este poema, que ya he aprendido de memoria:
“Estos brillos de anuncios y de luces,/ estos pasos fugaces de los coches/ elijo:/ que empiezo ya a ordenar todas mis cosas, /las que quiero tener allí en tu casa./ Y elijo el agua con las hierbas verdes,/ las mañanas de mayo con sus flores,/ los montes lejos y el azul muy alto, /el aire,/ la música que suena entre los chopos;/ aquella tarde en que reímos tanto,/ las baldosas de casa de la abuela,/ ésas que eran un mar entre los muebles,/ y te veía./ ¡Y elijo todo!, porque no me acuerdo/ y temo dejar algo en el olvido;/ y a mis amigos llévalos a casa/ contigo.”
También el poeta, como mi primer moribundo, preparaba sin pena su equipaje para el Cielo.
Pensar en la muerte es empezar a llenar la maleta de buenas obras; pero no sólo: también de momentos felices, de la belleza encontrada, de las luces y los colores que nos fascinaron, de la ternura sentida y entregada… En esa maleta encontrarán sitio los versos casi olvidados, aquél que no logramos terminar, porque se nos resistía la última palabra. Y la música que nos conmovió. Y las sonrisas… Sí, yo quiero llevarme al Cielo un cargamento de sonrisas.
Pensar en la muerte no es tan duro. Claro que hay que sacar la maleta del armario y limpiarla bien; quitar la basura que hemos ido acumulando con los años y dejar espacio para que Dios la llene con sus recuerdos y los nuestros. Veremos entonces que el equipaje es enorme y bellísimo.
Y no pesa nada.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
sábado, 24 de octubre de 2009
El equipaje
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21 comentarios:
Supongo que es usted consciente de que una buena parte de ese cargamento de sonrisas que algunos nos llevaremos -seguro- al Cielo viene de su cercanía: tanto en este blog como en vivo. ¡Gracias!
Conmovedor.
Pero, D. Enrique. No me gusta noviembre. Pronto llegará Navidad.
Es lo más bonito que he leído nunca sobre la muerte. Mi mujer opina lo mismo.
Qué preciosa reflexión, don Enrique.
Me resucita, conmovedor. ¡Gracias!
También en su entrada "En el cielo sí hay trabajo" me sentí lejos de su idea del cielo. Estoy casi segura de que nada tendrá que ver aquello con ésto. Y eso que aquí encuentro grandes alegrías... Lo siento, pero yo espero un cielo nuevo y una tierra nueva y nada de lo que pudiera llevarme de aquí me serviría. Sí espero reencontrar a algunas personas. Y ¿Miedo?... miedo me dá que sigan alargando la vida y más ahora, que ni pensiones vá a haber... Seré un bicho raro, pero yo la extrañeza sólo la siento desde este lado y las maletas siempre me resultarán pesadas.
Gracias por la preciosa reflexión que nos ha escrito. Me ha ayudado y animado mucho a ir llenando la maleta de buenas obras, sonrisas, y un largo etcétera que me quiero llevar conmigo...
Almudena, no me gusta nada ese cielo tuyo, tan alejado del pequeño cielo que algunas veces tenemos aquí. Además no es eso lo que nos enseña la Iglesia:
"Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trasfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección."
Concilio Valicano II. Gaudium et Spes 36; y Catecismo de la Iglesia Católica, 1050
En resumen, que no quiero un cielo despegado de mis amores y mis alegrías de la tierra. Eso no sería el Cielo.
Carlos, cuando la palmes y REALMENTE estés despegado de tus amores y alegrías de la tierra, ya me contarás si quieres o no el cielo que te encuentres. Yo no dudo del amor de Dios, pero no doy un duro por mi capacidad para desear o imaginar cuanto Él está dispuesto a darme. Eso es todo. De todas formas cuando lleguemos, si llegamos, estoy dispuesta a retractarme si resulta que tienes razón.
Precioso.
Que no, que es el único viaje al que no hay que llevarse nada, ni maleta vacía siquiera. Todo lo tenemos que haber dejado ya aquí, bien sembrado y regado, sufrido y amado.
De ti no me despegaré nunca, Almudena
Extraños debates, ¿no crees, Kloster?
-En efecto, colega. Están locos estos blogueros
jijijijiji
Ayer me enteré de que una conocida mía, de 33 años, tenía un cáncer, probablemente incurable. Tiene dos gemelas de dos años. Comparto esta idea del cielo, pero cuando pienso en esta chica, me parece que este cielo es para gente de 90 años... no para jóvenes de 33 con bebés. ¿Qué será de esas niñas? ¿por qué no podrán crecer con su mamá? y ¿por qué su mamá no podrá disfrutar de ellas?
Muy bonito, muchas gracias.
Él sabe... Cuestión de fe, pero no de cajón... G. AC
Menos mal q existe noviembre. Al leer este post me he dicho a mí misma, vale! VOY A LLENAR MI MALETA DE BUENAS OBRAS! A limpiar mi basura todas las semanas, a sonreir mucho y a provocar sonrisas, a querer mucho mas, a gastarme por los demás. Dentro de poco supongo q estaré menos efusiva, pero tengo la gran suerte de poder ponerme de rodillas, detras de una rejilla y decirle al mismísimo Jesús q quiero volver a empezar! Y mientras tanto volverá a llegar noviembre.
tri
Estoy de acuerdo con su idea sobre la muerte. Y me gustaría que me atendieran como atendió usted a su moribundo. La muerte es Vida... y Vida Eterna
D. Enrique,
La madrugada del sábado murió mi abuelo, tras una vida como la que relata y después de meses despidiéndose. Anoche buscaba consuelo y ayuda para preparar las lecturas y le encontré a usted y, de nuevo, a mi abuelo. Muchas gracias.
Carmen
Impresionante su entrada de hoy!!!!
pero me han impresionado MAS los comentarios.
El mes de noviembre no es especialmente preferido por mi,son muchos los recuerdos que vienen a mi alma de los que se me fueron y este año sera especialmente duro recordar a mi cuñada fallecida el dia 31 de hace un año(46 años) pero reconozco que ha sido ella la que durante este año me ha hecho meditar la muerte sin temor y con una gran serenidad que fue exactamente como ella murio.
GRACIAS por la entrada, ha sido de gran ayuda interior
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