viernes, 27 de noviembre de 2009

Lágrimas para Patán

A propósito de mi post de ayer, viene como anillo al dedo este artículo que publiqué en MC hace diez o doce años.
Yo conozco un colegio de Enseñanza Media desde el que se ve amanecer sobre el mar. Estuve allí de visita hace un par de años, y no me quedé de milagro. Aún sueño con la insensata idea de volver algún día para trabajar entre niños y naranjos.

Lo recuerdo hoy porque acabo de recibir este e-mail:

“En el oratorio del Colegio —escribe el director— tenemos un dietario donde los niños van escribiendo, día a día, las intenciones por las que quieren aplicar la Santa Misa. Le adjunto el texto de hoy, que no tiene desperdicio. El chico es de 2º de ESO y lleva todo el día llorando como una Magdalena:
Por mi perro, porque lo quiero, y que Dios lo tenga con él y lo quiera y cuide mejor que yo. Por mi perro y los ratos felices que me ha hecho pasar, las veces que le he acariciado, cuidado, lavado y dado de comer, las veces que se ha escapado y lo he reñido, los malos ratos con él, que han sido pocos.

Por mi perro que se llamaba Patán y lo quería y lo seguiré queriendo hasta el final de mi vida. Te quiero, Patán. No te olvidaré jamás.


Era un gran perro, el mejor que se pueda desear, y que lo pase bien al lado de Dios porque se lo merece. Adiós. Te quiero”.

No voy a tomarme a broma la tragedia de un chaval de 14 años que acaba de perder a su mejor amigo. También yo tuve un perro a esa edad —incluso le dediqué un artículo—, y charlaba con él horas y horas en mis momentos de melancolía. No es raro que la adolescencia se manifieste así: lánguida, sensible, incomprendida y con granos hasta en el alma.

El redactor de tan insólita necrológica tiene, sin duda, un corazón grande y generoso y una sensibilidad literaria que sus profesores sabrán encauzar a su debido tiempo. De paso le enseñarán que los perros, aunque despierten delicados sentimientos de ternura, no pueden ser objeto de sufragios. Personalmente estoy convencido de que, al final de los tiempos, los “nuevos cielos y la nueva tierra” albergarán toda suerte de animales, domésticos y salvajes, que enriquecerán ese mundo resucitado; pero, en rigor, los perros, como las truchas o las avutardas, serán sólo eso: un adorno espléndido, una manifestación de la gloria, la belleza y el poder de Dios.

Sin embargo vale la pena añadir algo más.

La ética dominante, es decir la que predican cada día los telefilms de adolescentes norteamericanos, parece afectada por esa epidemia posromántica, que tantos estragos causó en el último siglo. Es una moral que mide la bondad o maldad de nuestras acciones no por criterios objetivos, sino sólo por los sentimientos que expresan. Un sentimiento “noble” podría ennoblecerlo todo: desde el suicidio al adulterio.

El romanticismo moral da por supuesto que los afectos deben ser siempre exaltados, jamás reprimidos ni orientados, ya que, por definición, son inocentes; en ellos radicaría la dignidad de la persona. Es curioso cómo la cultura anglosajona ha viajado desde la coerción puritana de cualquier emoción “incorrecta” hasta la glorificación de las hemorragias afectivas y de los achuchones lacrimosos.

Esta mentalidad ha calado hondo. Ya digo, la tele hace milagros. Ahora incluso los niños de pueblo saben decir eso tan televisivo de “mamá, has herido mis sentimientos” cuando su progenitora le reprocha su excesivo apego al canario flauta o a su primita Matilde.

Tampoco yo quiero herir más sentimientos, Dios me libre. Además estoy seguro de que en ese colegio de que hablamos sabrán formar la personalidad de nuestro poeta, le enseñarán a crecer, a orientar su afectividad en la dirección justa, a amar con lágrimas y sin lágrimas, pero con reciedumbre, con un corazón aún más grande y generoso.

—Pues a mí —me interrumpe Elisa— me encantaría conocer a ese niño. Debe ser supermono.

—Seguro que sí; cuando cumplas los 15 te lo presento.

10 comentarios:

Yuria dijo...

Kloster: ¿De dónde habrá sacado D. Enrique esa foto del ojo del perro y del niño? Es superchula.
Kloster: ¿Tú tienes perro?; yo, dos, y antes he tenido otros.
No se puede querer a las mascotas más que a las personas.

D. Enrique lleva razón, la reciedumbre está antes que el sentimentalismo. Aunque a veces, fastidie.

Yuria

Anónimo dijo...

Cuando tenía 10 años se murió una perra a la que había intentado enseñar a leer, a buscar petróleo y a cuidar amis muñecos. Era una perra estupenda que jugaba conmigo y no dejaba que nadie se nos acercase ni um metro si pensaba que podía ser peligroso.

Luego tuve más perros, de la misma raza, e incluso de la misma familia (su hijo y demás descendientes) pero nunca más me encariñé con ninguno. Ya tuve suficiente con aquel desengaño.

Comparto su opinión. La moral del culebrón es peligrosísima y, además, irreal. Debe ser agotador vivir todo el día a golpe de sentimientos!!!

Isa dijo...

Uf, pero mire que cuesta enseñar eso al personal...La mayoría de mis conocidas exaltan los sentimientos como si sólo con ellos se pudiera funcionar y no se dan cuenta que sus altibajos, sus depres y sus momentos bajos son por eso mismo, porque se han dejado llevar sólo por los sentimientos y se han hecho "pupa" en el corazón.
Yo creo que el tiempo las hará más sensatas y empezarán a creerse lo que les digo...aunque ya no tienen 15 años...
Y yo me aplicaré el cuento antes en todas las situaciones...

Anónimo dijo...

D.Enrique, me encanta y le doy la razón a eso de que hay que "saber amar con lágrimas y sin lágrimas pero con reciedumbre...", pues amor y sentimiento no son sinónimos.... pero usted cree que El Cielo será lo mismo sin perros...???
Y pensar que Dios nos quiere para El Cielo sabiendo que a veces nos comportamos como "animales"... (lo digo porque lo del aborto no se le ocurriría a ningún animal)

Unknown dijo...

Personalmente me aplico el cuento aunque tengo que reconocer que durante años pensé que estos, los sentimientos, eran y debían ser los dueños y señores en mí. Hasta hace bien poco 2 o 3 años.

Hoy me alegro de haberme dado cuenta por mí misma de ello. Me pena que fueron muchos quiénes quisieron hacermelo ver y yo rehusé. Ay la rebeldía. Menos mal que los años sirven para algo.

Gracias

Adaldrida dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con lo de los animales, pero me he picado un poco con el comentario de Yuria.

¿La reciedumbre está antes que el sentimentalismo? Lo peor es que muchos lo piensan así. Perdón pero, ¡y un jamón! ¿qué pasa, que nuestra religión es la fortaleza? Pues yo digo que la razon y el deber kantiano nos esclavizan mucho, muuuucho más que los sentimientos. Lo que hay que hacer es educar los sentimientos y luego dejarlos fluir, qué leches.

Pero algunos parecen de madera de palo: Hay que ser fuertes hay que ser fuertes hayqueserfuertes. Y si no eres fuerte, no eres digno de nada. Ea.

Pues yo prefiero soltar lágrimas de vez en cuando a pensar que llorar es un pecado.

Almudena dijo...

No sé cómo lo hace, es difícil tocar a la vez cerebro y corazón, pero lo hace muy bien. La explicación: meridiana. La llorera por la carta del chico, antológica. Muchas gracias por no cansarse de enseñar.

Capuchino de Silos dijo...

Don Enrique: Creo que ese es su nombre ¿no?. Me alegro conocerle.
¡Me encanta su blog!.
Creo, también, que ya puedo seguirle. Ha sido una suerte. Llevo dos días encontrando en este mundo bloggero sacerdotes de una forma casual y doy gracias al cielo por ello.
Muchas gracias por todo lo que hace y que Dios le bendiga SIEMPRE.

Ulin dijo...

Me han parecido muy interesantes los comentarios de Yuria y Adaldrida sobre sentimientos y razon. Sobre ese tema, lo mejor que he leido es "El Regreso derl Pergrino", de Lewis.La razon debe llevar la batuta, la persona es una unidad integral y uno ha de vivir sus sentimientos con reciedumbre y su reciedumbre con humildad.

poetaporlibre dijo...

Quisiera volver al día
en que compré mi canario
pues pensé
que me daría alegría
en los ratos de calvario
que pasé.

No hubo día en que parases,
siempre queriendo cantar;
mas así,

antes de que te cansases,
sin aun saber volar,
te perdí.


En el silencio te escucho,
en el vacío te siento...,
¿qué harás?.


Por olvidarte yo lucho,
qué terrible sufrimiento...,
¡¿dónde estás?!