martes, 3 de noviembre de 2009

Morir, dormir, despertar...

Este año no pensaba ir al cementerio. En nuestro Madrid, tan grande e inhóspito, uno ya no tiene tiempo para casi nada; pero me he levantado muy temprano y, al salir de casa, mi coche ha tomado una extraña querencia y me ha llevado hasta la misma puerta de La Almudena. Se ha detenido allí y he rezado un responso por todos los amigos que descansan en esa ciudad silenciosa de los difuntos.

Ya sé que no están en sus tumbas; que viven con el Señor una vida nueva “como chispas que prenden en un cañaveral”, según la expresión del libro de la Sabiduría; pero me ayuda visitar el cementerio; necesito ver, tocar, leer los nombres, para traerlos a la memoria y pedir por cada uno.

He leído en algún periódico que los camposantos son lugares tenebrosos; que habría que eliminarlos, reducir los muertos a ceniza y dar a esos terrenos una utilidad más alegre.

Creo que se equivocan quienes piensan así. Los cementerios nos recuerdan que existe la muerte, pero hablan sobre todo de la vida: son un grito de esperanza. Cuando los primeros cristianos enterraban y veneraban a sus mártires en las catacumbas, estaban afirmando su fe en la resurrección, su convicción de que la muerte es el principio de la vida, y que en esos huesos, que fueron templo del Espíritu Santo, hay algo divino, una semilla de inmortalidad, que germinará pronto y dará fruto. “Polvo serán, mas polvo enamorado…”

Desde La Almudena he ido al colegio, y he recordado a dos personajes de Shakespeare y de Calderón de la Barca: Hamlet y Segismundo. Hamlet, tentado por el suicidio, veía en la muerte un alivio, un sueño eterno: dormir “para terminar con los dolores del corazón”. Pero añadía: “morir, dormir, quizá soñar…” Sí, ése era el problema: qué siniestras pesadillas esperan al que renuncia voluntariamente a seguir viviendo.

Segismundo no pensaba que la muerte fuera un sueño. Al contrario, la vida sí que lo es, decía: “…pues estamos/ en mundo tan singular,/ que el vivir sólo es soñar;/ y la experiencia me enseña/ que el hombre que vive, sueña/ lo que es, hasta despertar.”

Hamlet se equivocaba, porque morir no es dormir, sino despertarse; abrir las ventanas a la luz, a la belleza, al amor y a la justicia de Dios. Sin embargo tampoco acertaba Segismundo en su lamento final: “¿qué es la vida?, un frenesí;/ ¿qué es la vida?, una ilusión,/ una sombra, una ficción”...

No, esta vida es real. Nuestros amores de la tierra, nuestro trabajo, nuestras luchas, van edificando, día a día, la Gloria que Dios nos dará gratis. Así lo expresó San Josemaría en una inolvidable homilía hace 42 años:

“En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria”

Mientras pensaba estas cosas, empezaba a amanecer en Madrid.

9 comentarios:

GAZTELU dijo...

A mi gusta visitar los cementerios,necesito como usted ver,tocar,leer los nombres de mis seres queridos o conocidos,pedir por cada uno,pedirles a cada uno por mis intenciones pero sobre todo me gusta visitar los cementerios porque están llenos de sabiduria.
GRACIAS

Altea dijo...

"Polvo enamorado"... No lo había oído nunca, pero me ha gustado.

Isa dijo...

Don Enrique, los que dicen esas cosas de los cementerios olvidando el verdadero sentido que tienen, quiero pensar que es porque nunca lo han sabido; no todo el mundo lee, estudia y sabe remontarse a los clásicos (Roma y Grecia ante todo...)
Yo quiero llegar al Cielo y para eso hay que morir, así es la vida; así qu evoy a ir forjándome el caminito...

María dijo...

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Francisco de Quevedo y Villegas

Aparte de esto hoy el sacerdote nos ha dicho en la Misa que durante los primeros 10 días de diciembre se puede ganar indulgencia plenaria en favor de las almas del purgatorio visitando el cemneterio y rezando por los difuntos.

Vamos, que con cada visita sacamos a una y la ponemos en el cielo ¿No, Don Enrique?

María dijo...

Ahora he estado revisando en internet y parece que no son los 10 primeros días sinos los 8 primeros.
Arrégle mi anterior comentario don Enrique, por favor.

Enrique Monasterio dijo...

Lo siento, María, no puedo corregir nada. Puedo admitir los comentarios o rechazarlos, nada más

María dijo...

Gracias, Don Enrique, me refería a eso, que si no estaba correcto, lo rechazara, para no engañar a nadie.

Anónimo dijo...

La homilía se llama "Amar al mundo apasionadamente". Se puede leer el texto entero en
http://multimedia.opusdei.org/pdf/es/amar_al_mundo_apasionadamente.pdf

De paso me acuerdo de un texto escrito por Prof. A. Aranda que habla de esta homilía:
http://www.opusdei.es/art.php?p=24962

Anónimo dijo...

No quisiera resultar "tiquismiquis" pero si no me equivoco, a María se le ha colado un gazapo, y quería decir Noviembre y no Diciembre. Es en Noviembre, el mes en que la Iglesia nos invita a rezar con mayor intensidad por las almas del Purgatorio.
SALUDOS y GRACIAS POR LA ENTRADA DE HOY, D. ENRIQUE
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