miércoles, 28 de septiembre de 2011

Encuentros extraños


No me lo invento. Palabra. Estaba yo dentro del coche tratando de encontrar unas llaves que se me habían caído por algún rincón, cuando oí que alguien golpeaba la ventanilla. Abrí el cristal unos centímetros y se asomó un caballero de mediana edad, pulcramente afeitado y con un peluquín castaño:
―Buenas tardes. ¿Estaría usted dispuesto a mantener una conversación serena y civilizada, racional y sin dogmas, con un desconocido? Y si su respuesta es, como presumo, afirmativa, dada la condición religiosa que revela su vestidura, ¿le importaría que ese desconocido eligiera los argumentos de dicha conversación.
No respondo de la literalidad de la pregunta. Probablemente fue aún más barroca, aunque exquisitamente correcta. Sólo se me ocurrió contestar.
―Ese desconocido… ¿es usted?
―Aspiro a dejar de serlo ―respondió sin mover un músculo de la cara―.
Salí del coche, y le escuché durante no menos de quince o veinte minutos, mientras estudiaba su semblante y la extraña indumentaria que portaba: botines de tacón alto, pantalón raído y una camiseta blanca llena de señales de tráfico. No pude meter baza en su monólogo, y la verdad es que tampoco sabría dónde meterla, porque no entendí nada. Sólo el final…: necesitaba dinero.
La despedida fue algo menos ceremoniosa. Se alejó dignísimo, caminando casi de puntillas con sus botines de leopardo, en busca de otro oyente con más medios.
No es muy ejemplar la anécdota. Me quedé con una vaga sensación de culpa.

4 comentarios:

GAZTELU dijo...

La anécdota es buenísma D. Enrique, de todo hay en la viña del Señor.
Este caballero quizás pensaría que usted era de los curas de la Iglesia rica, digo "quizás"

GRACIAS

Relicary dijo...

Um, rara forma la verdad. En algunas calles que frecuento me he encontrado en situaciones algo similares, increíble pero cierto, y aunque a algunos ya los conozco hasta el hastío, ese sentimiento de culpa nunca desaparece. Me siento mal porque seguramente después de no haber dado nada, tenga un plato para comer.

Y me queda la eterna duda ¿lo necesita de verdad o pide por pedir? Aunque me convenciese de la segunda respuesta, no me quedo tranquilo ni mucho menos.

Cada vez son más originales estas personas, pero supongo que depende de cada particular.

DAVID DIAZ CRIADO dijo...

¿y si le damos con el dogma en la cabeza? ¿eso es racional? ja.ja.

Papathoma dijo...

Me encantan las ciudades grandes porque es donde pueden ocurrir este tipo de cosas.
Él le pidió una conversación civilizada y la obtuvo.
Y encima se fue con su oración.