Los pinos de Valsaín, siempre de puntillas sobre el
suelo de Molinoviejo, parecen mástiles enormes cuando se balancean con el
viento, tan frecuente en esta zona norte de la Sierra. Nunca se deforman ni se parten
por la mitad. Si acaso, cuando el temporal arrecia, a veces cae alguno al suelo con las
raíces al aire. Dicen que eso ocurre sólo porque el árbol ya estaba muerto, pero el
problema es éste precisamente; la escasez de tierra para alimentar y dar fuerza a tanta raíz. Se conoce que Molinoviejo está edificado como la casa de la
parábola, sobre roca, y el jardín ha ido creciendo sólo hacia arriba, no hacia
abajo, como ocurrió en otra parábola, la de aquel Sembrador que lanzó la
semilla sobre un pedregal.
Para evitar catástrofes, los pinos de Molinoviejo necesitan podas
frecuentes. Supongo que de esta forma el tronco se mantiene erguido si redobla
el huracán. Hoy precisamente han venido los podadores con toda clase de medios mecánicos
y hasta los pájaros han huido del estrépito.
Al terminar, los pinos parecen más limpios y aseados, como
yo mismo cuando voy al peluquero y mi amigo Ángel se pasa de la raya con la
tijera.
—Hoy te he quitado diez años —me dice—.
—Me has dejado con toda la calva a la intemperie. Y encima te
pago por robarme la manta protectora.
Si los pinos de
Valsaín se miraran hoy al espejo se sentirían como yo. Claro que a ellos les vuelven a crecer ramas
suficientes para que los pájaros estén cómodos cuando llegue la primavera. Yo en cambio...
3 comentarios:
Que foto tan bonita. Da gusto ver el color verde en el jardín. Me temo que a nosotros aun nos quedan semanas de tundra. Ains....
La verdad es que se les ve muy estiraos. Parece un bosque de lápices. Da gusto. Adiosle
Muy chulas las fotos. El paisaje de los pinos de Valsaín es único.
Publicar un comentario