¡Qué
guapa estaba mi Señora vestida de fiesta con su túnica azul! En aquella boda de
Caná de Galilea Ella era la invitada principal y la mejor madrina, la más hermosa
y también la más discreta. Le habría gustado pasar inadvertida, pero, con una
copa de vino en la mano derecha, que apenas probó, y una sonrisa permanente en
los labios, atraía las miradas de todos, también las de Homero, mi búho.
Jesús
hablaba con Andrés en un rincón de la casa cuando se le acercó su Madre para
decirle en un susurro:
—No
tienen vino.
Fue el
primer milagro de Jesús y también el más modesto. Convertir el agua en vino
parece más sencillo que detener tempestades, curar leprosos o resucitar
muertos; pero fue un milagro mariano. María comprendió que, en una boda modesta
como aquella, el vino es siempre lo más importante. Si faltara, los novios recordarían el día más feliz de su vida con una sombra de pena, quizá incluso de vergüenza.
En Caná
hubo aquella noche dos vinos diferentes. El primero, áspero, peleón, adobado
con especias y quizá rebajado con un poco de agua, servía para encender una
chispa alegre en las pupilas de los invitados y para engañar al hambre con la risa.
El
segundo fue el que nació del milagro, el que entregaron al maestresala los
sirvientes cuando la fiesta decaía. Era un vino, denso y ligero al mismo tiempo,
sabroso y refrescante, suave al paladar, rico en aromas, capaz de enamorar
desde el primer sorbo. Un vino con memoria y sin resaca, una joya inolvidable.
Quizá
María quería explicar a los novios que también hay dos tipos de amor. El
primero, el de la boda, es un amor impetuoso, entusiasta, un poco ciego. Llega caído
del Cielo como un flechazo y se cree eterno. Desde fuera uno lo contempla con simpatía.
A todos nos conmueve verlo en los que comienzan su aventura. A ese primer amor
lo llamamos enamoramiento, y es precioso, pero termina pronto. Quizá también deja
resaca.
Pero hay
otro amor que no termina nunca. Es un milagro que Dios crea en el alma si
seguimos el consejo que nos dio María en la boda de Caná de Galilea:
—Haced
lo que Él os diga.
Los
sirvientes fueron llenando de agua —¡hasta arriba!— las seis tinajas de piedra
que había en la casa. Dicen que casi seiscientos litros, cántaro a cántaro, sin
hacer preguntas, confiando sólo en el mandato de Jesús y en la sonrisa firme de
la Señora.
El amor nuevo
crece así, acarreando agua, sufriendo un poco, desviviéndose siempre, luchando
contra el egoísmo, que es una amenaza constante. Si los enamorados no tienen miedo
a la entrega ni a los hijos que Dios les envía, porque saben que son el fruto natural
del matrimonio, un regalo divino y nunca "un riesgo" ni un obstáculo
para su felicidad, entonces, sólo entonces, recibirán de manos de la Virgen el
vino nuevo de Caná, el Amor con mayúscula que nunca termina.
Hace un
mes este ornitómano, amigo de los
pájaros y las rapaces nocturnas, cumplió 50 años de sacerdote. También el Papa los
celebrará en diciembre. Su sonrisa permanente indica que ya ha probado este
vino nuevo. El que disfrutamos en nuestra primera Misa fue estupendo, pero nada
como la alegría de las Bodas de oro.
6 comentarios:
Aun me falta para las bodas de oro pero 32 años ya son importantes.Y Si es verdad hay épocas de vino de calidad y otras más agua chirría pero ahí vamos
Las bodas de oro merecen ser recordadas,mucho más allá de la fecha-no se limitan a un dia.Veo que es así,y que traen muy buenos recuerdos-de oro!!!.
Este pasaje del evangelio es
mi preferido.Siempre descubro detalles nuevos,y con este comentario también.Gracias!!!
Desde luego que han venido, las musas...
Hay que pedirle a Dios templanza y sabiduría para degustar el Vino Nuevo, sin echar de menos el chisposo y alegre de las emociones
Yo voy teniendo mi poca experiencia. Desde que me decanté por Dios. Error de expresión.Digamos que Dios se arriesgó conmigo. Algo he sabido de ese Amor. Yo no busco la felicidad pero viene si te mantienes ahí. Guardas la experiencia de tus padres que pasaron sus 50 y más ¿Como si nada? Es un decir. Un ejemplo y ayuda para nosotros. Un vino bueno. Buenísimo. Bonita escena. Adiosle
Ni idea.....
Antuán, ¡gracias! ¡Rezaré también por las tuyas!.
Decía mi abuela, "amor con amor se paga". ¡No hay otra moneda ni riqueza mayor!.
Tengo también la suerte de Pacita, el mes que viene si Dios quiere cumpliremos los 30. Un suspiro, si Le dejamos siempre un hueco al Señor en nuestro día a día.
Me quedó en el tintero un comentario al post anterior referente a la confesión, dónde ¡es Dios mismo quien nos perdona!. Es verdad que hay que tener mucha paciencia para estar horas sentado en un confesionario, pero creo que esa paz que se siente tras una buena confesión el Señor por fuerza se la ha de regalar al sacerdote también.
Alejandra.
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