martes, 10 de abril de 2007

La internacional clerical

Escribí este artículo hace cinco o seis años y casi me había olvidado de él; pero ayer mismo pensé que habría que decir algo sobre la pequeña escandalera clerical-laicista que han organizado unos cuantos con motivo de las medidas disciplinarias que ha tomado el Cardenal de Madrid en relación con una parroquia de Vallecas.

Todos los ateos, agnósticos e incrédulos profesionales de España vuelven a rasgarse las vestiduras y saltan a los periódicos y a las ondas santamente preocupados por la Iglesia Católica, su liturgia y sus verdaderas esencias, de las que se consideran, por lo visto, celosos guardianes.

Me puse frente al ordenador para escribir un par de pantallas, y de pronto me di cuenta de que me estaba repitiendo. Busqué en el archivo y encontré esto.


Clerófobos y comecuras han existido siempre; pero en los últimos años se multiplican como las amapolas. Los tenemos de todos los pelajes y etiquetas: rústicos y urbanos, mugrientos y lustrosos, solemnes y graciosillos, ignorantes e ilustrados. Los más inofensivos se limitan a emitir sonidos guturales, remedando a los córvidos, cuando tropiezan por la calle con un clérigo. Pero otros incluso escriben sin faltas de ortografía en los periódicos o participan en cualquiera de las tertulias radiofónicas.

En los países más civilizados la clerofobia es prácticamente desconocida; pero aquí es endémica y, al parecer, contagiosa. ¿Se trata de una forma de alergia a lo eclesiástico? Yo diría que no: más bien nos encontramos ante un síndrome psíquico de origen clerical, de una leve neurosis obsesiva, mezcla de amor y de odio, nacida casi siempre del resentimiento.

Los clerófobos, como las cigüeñas, anidan a la sombra de los campanarios. Son expertos en sacristías, adictos al incienso, parásitos eternos del clero, ya que necesitan de él para subsistir. La mayoría van de laicistas, y quizá lo sean. Precisamente por eso su cáscara frailuna resulta repugnante.

José Joaquín Iriarte los llama “la internacional clerical”, y no le falta razón: es toda una pandilla migratoria y multinacional. Llegan en bandadas, como las grullas y emiten el mismo canto (quiero decir las mismas consignas), como si las tomaran al dictado.

Hay clerófobos que se declaran ateos (o agnósticos, que suena más aparente y para ellos viene a ser lo mismo); pero muestran un conmovedor interés por la situación de la Iglesia. Jamás descansan en su afán de salvar a los cristianos de sus errores. Vuelven una y otra vez a lamentarse de que tal o cual obispo, o Papa, sea excesivamente conservador (o progresista, o nacionalista o medio pensionista). Desde sus columnas de prensa o desde su espacio en las ondas, pontifican con tenacidad y desinterés emocionantes.

Cabría preguntarles por qué les importa tanto la organización, la doctrina, la moral y hasta la santidad de una Iglesia en la que dicen no creer. La respuesta es que, en bastantes casos, son viejas glorias rebotadas de noviciados o seminarios; agraviados crónicos que no sabrían hablar sobre otros temas. En cambio dominan como nadie el argot de las sacristías.

Por otra parte, lo clerical vende estupendamente y puede llegar a ser un buen negocio. Un libro lleno de “audaces críticas” (quiero decir de majaderías) sobre la Iglesia tiene serias posibilidades de convertirse en best-seller, sobre todo si se adoba con unas pizcas de sexo episcopal o cardenalicio, trescientos gramos de intrigas palaciegas, dos cucharaditas de finanzas vaticanas, un tanto así de política internacional y alguna que otra referencia a las siempre misteriosas mazmorras pontificias.

La literatura de este tipo tiene indudables ventajas para autores y editoriales. La primera, que ni siquiera es preciso ser riguroso en los datos. Uno puede, sin mover un músculo, confundir al Cardenal Ratzinger con el ciclista Rominger, situar San Juan de Letrán en Venecia, o asegurar que Juan Pablo I en realidad no murió, sino que se encuentra en los subterráneos del Banco Ambrosiano, secuestrado por el Cardenal Camarlengo.

Y es que el Papa nunca responde, ni se querella, ni insulta a sus agresores. Es, por consiguiente, un buen blanco. Se le puede injuriar o calumniar gratuitamente, y luego llamarle Woytila, para que se fastidie.

Eso sí: los clerófobos sienten una conmovedora inquietud por la salud del Santo Padre. De ahí que nunca tengan tiempo de explicar lo que dijo en su último discurso, sino sólo del lamentable aspecto con que apareció. Dan por supuesto que los portavoces del Papa mienten y que, en realidad, el Romano pontífice agoniza desde hace diez años. El tiempo acabará por darles la razón.

Hay columnistas políticos que no pueden prescindir de su leve irreverencia o su pequeña blasfemia cotidiana, que aspiran a convertir en género literario. Y hay periódicos confesionalmente laicos, que dedican a la información curial o vaticana más espacio que la hoja parroquial de mi pueblo. A veces incluso alaban, exaltan e inciensan a algunos eclesiásticos; pero, ojo, cuando un clerófobo aplaude a un cura, es seguro que otro recibe la ovación en su trasero.

—¿Y qué podemos hacer?

—Yo lo tengo muy claro: rezar por ellos para que sanen de su obsesión y no pagar un duro por tan penosa literatura. El día en que los cristianos nos decidamos a ignorarlos, se quedarán sin clientela. Tal vez entonces estén en condiciones de aprender a ser normales.

9 comentarios:

Altea dijo...

Era justo lo que tenía en la punta de la lengua.

Anónimo dijo...

Buenos mediosdías!

Me tomo unos minutos de receso en mi jornada laboral (espero una llamada telefónica que no llega), para felicitar la Pascua a la concurrencia, y aplaudir el mejor párrafo del artículo, en mi opinión y sin desmerecer al resto.

"Y es que el Papa nunca responde, ni se querella, ni insulta a sus agresores. Es, por consiguiente, un buen blanco. Se le puede injuriar o calumniar gratuitamente, y luego llamarle Woytila, para que se fastidie."


Posdata. Una pista:

Justo
Ahora
Intentamos
Mejorar
España

Anónimo dijo...

Feliz Pascua a todos!

Lo que hay que hacer en este caso es desagraviar mucho. Actos de desagravio como el café contra mas mejor.

Anónimo dijo...

Hermosísima reproducción decimonónica del clericalismo clásico. La gente conoce la historia para repetir sus errores. Ce la vie.

Er Tato dijo...

Hasta hoy no he podido echar un vistazo a tu blog, que suelo visitar de vez en cuando. El
trabajo y otras ocupaciones, que me tienen en exceso entretenido.

De las últimas entradas que has publicado, me ha llamado especialmente la atención ésta a la que respondo. Yo me declaro agnóstico. No es que vaya publicándolo por ahí (lo del blog no cuenta, que sé lo que estás pensando; ventajas del anonimato), pero ni me avergüenza ni me enorgullece serlo. Cuando la conversación y el interlocutor lo merecen, lo digo sin complejos, pero también sin presunción. Sinceramente, la generalización y la saña con la que tratas a los no creyentes (síndrome psíquico, resentimiento, parásitos eternos del clero, viejas glorias rebotadas de noviciados o seminarios, agraviados crónicos que no sabrían hablar sobre otros temas....) no deja de ser llamativa.

En algunas ocasiones me descubro reflexionando sobre si el agnosticismo honesto y consecuente es una opción más cómoda que la "teomilitancia" activa. Normalmente concluyo que los verdaderamente creyentes me producen cierta envidia. Debe ser bastante más sencillo ser una buena persona, en el sentido más amplio del término, si uno está convencido de que siéndolo va a obtener una importante recompensa cuando abandone este mundo, que serlo creyendo que lo más probable es que todo termine cuando te llegue la hora. Debe ser reconfortante poder equivocarse cuantas veces sea, con o sin intención, y tener el convencimiento de que alguien, en nombre de quien deberá juzgarte en el más allá, puede aliviar tu conciencia y limpiar tu "curriculum". Sin duda, es más cómodo tener una guía estándar con la que medir las desviaciones de tus actos, que tener que usar siempre tu propia conciencia para decidir si estás actuando o no con rectitud.

Más allá de clerófobos y comecuras como tú los llamas, a los que podríamos contraponer a algunos auténticos inquisidores e intolerantes que, sin duda, existen en el seno de tu Santa Madre Iglesia, la mayoría de los agnósticos y ateos no vamos por la vida insultando a los creyentes, ni tenemos taras psíquicas, ni somos agraviados crónicos. Solemos ejercer una crítica, a veces sana y otras no tanto, a determinadas aptitudes de las religiones en general, y de la Iglesia Católica en particular. En mi caso, desde luego con menos artillería de la que tú has empleado en el artículo. Y ahora me voy a mojar. De la Iglesia Católica admiro sobre todas las cosas, la capacidad de sacrificio y entrega de muchos de sus miembros para comprometerse con los más desfavorecidos a cambio SOLO de ser fieles a su fe y a sí mismos. En el otro lado de la balanza están su capacidad camaleónica como Institución para sobrevivir, camuflarse y sacar partido de cualquier régimen político que le toque en suerte y su permanente obsesión por intentar imponer a los no católicos, presionando a los Estados, normas de convivencia en determinados asuntos que sólo deberían exigir a sus miembros (anticonceptivos, homosexualidad, enseñanza religiosa......). Por ejemplo ¿por qué necesita la Iglesia que se prohíba la unión homosexual o que la asignatura de religión sea obligatoria? ¿Tan poco confía en sus feligreses que necesita que sus preceptos se impongan a toda la sociedad de manera coactiva por parte del Estado?

Sinceramente, yo no me veo pretendiendo imponer a un creyente mis opiniones, sobre todo las que atañen a mi libertad personal, ni menospreciando a quienes están convencidos de su fe y la ejercen de manera libre y consciente.

Un saludo

Enrique Monasterio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Enrique Monasterio dijo...

Es evidente, querido Tato, que no hablo de ti cuando me refiero a los clerófobos. Tampoco a todos los agnósticos o ateos, sino sólo, y precisamente, a los personajes que describo, que por desgracia son legión.
No te des por aludido. Yo tampoco me siento aludido cuando me hablas de católicos intolerantes, inquisidores, etc.

Er Tato dijo...

Mi querido Enrique:

Es posible que para ti sea evidente que no te referías a mí. Es seguro que yo no he me he sentido identificado con tu descripción indirecta de algunos agnósticos y ateos. Pero ¿cómo podía no darme por aludido al leer tu artículo cuando me declaro expresamente agnóstico en mi blog? Aclarada en cualquier caso la no obligatoria correlación entre clerófobo y agnóstico, me sabe a poco tu respuesta al orillar, no sé si conscientemente, un debate que apunto en mi comentario y que, posiblemente, pudiera ser el origen y hasta la explicación de tanto clerófobo. Legión apuntas tú, quizás exageradamente.

Me refiero a la evidente tendencia que tiene la Iglesia de pretender imponer a los que voluntariamente no forman parte de ella, sus principios morales y sus reglas de convivencia. Tú te quejas, dando bastante "caña" por cierto, de la actitud de los clerófobos al criticar a la Iglesia, al entrometerse en terrenos que, ciertamente, no deberían incumbirle. Pero ¿no está la Iglesia animando y justificando este tipo de reacciones cuando utiliza duros calificativos morales hacia el comportamiento de aquellos que no siguen sus preceptos por no ser creyentes?¿acaso no es tan injusto pretender medir con la vara de la moral católica a quienes no lo son, como medir a los católicos con la vara de una moral "laica"?¿se puede criticar con coherencia al clerófobo por querer imponer sus ideas a quienes, a su vez, pretenden imponerles las suyas? A mí, ambas actitudes me parecen reprochables. ¿No hay un poco de soberbia en aquello de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio?

Un saludo

Anónimo dijo...

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