jueves, 17 de mayo de 2007

Derechos imaginarios


He aquí otro artículo antiguo que, cuando salió en papel, provocó un buen montón de correos electrónicos, la mayor parte favorables. Hubo un discrepante, sin embargo, que me hizo mucha gracia. Escribió que yo "no tenía derecho a negar los derechos que los demás se atribuyen por el hecho de ser libres". Me llamó "fascista", que es un insulto-comodín de mucho efecto, y, por supuesto se identificó con un seudónimo.

Ni entonces quise entrar al trapo de un debate ni lo quiero ahora, por meras razones de tiempo. Con estos artículos me limito a expresar una opinión muy meditada, e invito a mis lectores a "pensar por libre", sin dejarse seducir por la "cultura" mediática al uso.



Yo tengo derecho a hacer con mi cuerpo lo que me dé la gana.

La afirmación surge de la boquita de una intrépida “famosa” en una tertulia televisiva de media tarde.

Hablan de sexo, naturalmente. ¿De qué si no? A la salida del cole, es conveniente que los niños merienden su pequeña ración de basura.

Yo, que acabo de encender la tele, me quedo un instante enganchado a la pantalla y, antes de tirar de la cadena, espero que alguien responda a la famosa:

—No, rica, no... Ese derecho te lo sacas de la manga...

Sin embargo nadie mueve un músculo. Al contrario, los contertulios enmudecen ante la profundidad del argumento. Y es que la “famosa” ha apelado a uno de los tópicos más sólidamente establecidos en la cultura mediática.

Apago la tele (uno soporta mal el hedor de media tarde), y voy a desahogarme con mi amigo Kloster.

—No sé de qué te asombras —me dice—. Vivimos en una sociedad de derechos imaginarios, promulgados por la voluntad libre y autónoma de cada individuo.

—Ya.

—Buena parte del personal piensa que basta con decir “tengo derecho a…”, para convertirse, en efecto, en titular de una prerrogativa. O sea, que los derechos y libertades se alcanzarían por ocupación, como las tierras del viejo oeste. El que llega primero se los queda.

—Y no es así…

—Por supuesto que no. Todos disfrutamos de numerosos derechos. Algunos nos son concedidos por la sociedad de la que formamos parte, y otros se fundan en la misma naturaleza, en nuestra condición de seres espirituales creados a imagen de Dios; es decir, en eso que llamamos la “dignidad humana”. El Estado, si es justo, los “reconoce”, pero no los otorga.

—Ya. El derecho a la vida, a la libertad, al pensamiento, a dar culto a Dios…

—Sí, pero hay un problema: dónde cimentamos esos derechos si prescindimos de Dios. Si el hombre no es más que un bípedo implume destinado a la nada, sin alma inmortal ni destino eterno, ¿por qué va a ser más digno que una nutria o un chimpancé? Ante esa pregunta, el materialismo mira para otro lado, se llena la boca con palabras biensonantes pero vacías de contenido, y, al final, llega a la conclusión de que, a falta de un Creador, yo soy mi creador y mi criatura. Mi dignidad la defino yo, y también mis derechos o mis deberes.

La “famosa” de la tele, responde a esta mentalidad. Asegura que su cuerpo es suyo. Y no comprende que con esa declaración de propiedad, lo está envileciendo. El cuerpo no es un objeto; no se posee como una prótesis. El cuerpecito de esa chica posee una dignidad que no le pertenece: si la destruye, la vende o la alquila nos ofende a todos…

Al llegar a este punto, Álvaro me interrumpe:

—Un momento; ¿a mí qué me importa que otro venda o regale su cuerpo? Allá cada cual con su conciencia.

—¿No has sentido nunca vergüenza —le respondo— ante el espectáculo de alguien que pierde la dignidad…, por unas monedas, por un capricho o por nada?

Sí, vergüenza ajena…

Lo que llamamos vergüenza ajena, es siempre vergüenza propia. Quien atenta contra su dignidad nos dice con su conducta que tu dignidad o la mía tampoco vale nada.

Si de verdad cada uno pudiese hacer con su cuerpo lo que quisiera, sería lícito (y no delictivo) vender un riñón para ganar unos euros, o amputarse una pierna para perder peso, o venderse a uno mismo como esclavo para asegurarse el futuro…

—O prostituirse…

—Sí, viene a ser lo mismo. Como ves, “hacer con tu cuerpo lo que quieras” es una solemne memez. O un derecho imaginario, como diría Kloster. Lo malo es que hay más derechos de este tipo. Salen a todas horas en la radio, en el cine, en la tele…: el “derecho a morir”; el derecho a “rehacer mi vida”; el derecho a “ser feliz”; el derecho al placer; el derecho a adoptar hijos…

A lo mejor me animo y los voy comentando en esta página.




14 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta que llames a "apagar la tele" "tirar de la cadena".

Anónimo dijo...

Hace un tiempo leí un artículo de un buen amigo abogado titulado "El derecho a tu intimidad". Es un derecho que existe y que me protege, entre otros, de esos "famosos" ansiosos de cuota televisiva.

Dal dijo...

"Todo aquél que tiene una jerarquía de valores es un fascista", Buñuel dixit. Ahí radica el problema.

¿Y qué decir del "yo no abortaría, pero no soy quién para prohibir a alguien que lo haga"?.

Sinretorno dijo...

Bravo ya era hora de entrar al gran tema y que me dice de los que dicen que por amor se puede hacer todo, que donde hay amor ahí esta Dios, que el sexo fue previsto por Dios para disfrutar, a quien hace daño que yo me acueste con otro, con otra o conmigo???????Animo Monasterio.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el comentario de hoy, Don Enrique, me ha parecido muy bueno.

Permítaseme abundar: el derecho a contraer matrimonio.

Y hablando de matrimonio y familia, algunos amigos míos se están dando cuenta de la desprotección estatal a la familia y el matrimonio cuando les toca hacer la declaración de Hacienda o cambiarse de piso.

La primera roca donde encalla la ideología blanda, es el bolsillo.

Un saludo

Nodisparenalpianista dijo...

En mi blog de hoy contaba un sucedido de ayer. Una chica completamente desnuda caminaba por el dentro de mi ciudad. La gente le gritaba burradas y le hacía fotos. Como pude, les esquivé en mi bici. ¿Colusión de derechos? La una a ir en cueros, los otros a babear impunemente como gorilas, yo a moverme en bici.
La caída del Imperio Romano.

Er Tato dijo...

Mi querido Enrique:

Como ya imaginarás, no estoy de acuerdo con casi nada de lo que comentas en este artículo. Si acaso, con lo de "tirar de la cadena". Magnífica foto.

Salu2

Anónimo dijo...

¿Se podría tener derecho a no tener derechos?. Suena a contradicción.

Unknown dijo...

Recurriré a la típica frase que se dice mucho hoy en día para justificar todo: "mientras sea por amor..." Tanto la han dicho que el amor no se sabe ya ni qué es. Y como degeneración natural no se sabe que es la dignidad, el respeto de uno mismo...

Enrique Monasterio dijo...

Y, sin embargo, querido Tato, sigues aquí.
Sin retorno: Ya sabes que estamos de acuerdo en el fondo, pero si le echaras un poco más de sentido del humor...
Isabel: uno tiene derecho a renunciar a algunos derechos, por supuesto. ¿Por qué no? Claro que también hay derechos irrenunciables.
Veo que todos estamos de acuerdo en lo saludable que es tirar de la cadena.

Er Tato dijo...

¡Ay, mi querido Enrique (qué melosos estamos últimamente)! Claro que sigo por aquí. Seguro que nunca lo dudaste. Yo tampoco.

Es posible que podamos estar de acuerdo en el fondo. Es probable que ambos estemos básicamente de acuerdo en la necesidad de subrayar la tremenda importancia de ciertos valores fundamentales para el individuo. Pero es seguro que no estamos de acuerdo en algunos de los instrumentos para conseguirlo.

Lo del sentido del humor, me ha dejado un poco despistado. Siempre he presumido de tener bastante de eso....De todas formas, me lo haré mirar.

Salu2

Sinretorno dijo...

Para humor el suyo, pero no me falta, estoy estudiando el tema del derecho a contraer matrimonio con uno mismo, o misma. Ya se hacelebrado una boda así en Holanda. Si conoce al hombre de su vida, tendrá que divorciarse??Jajajajaja

Er Tato dijo...

Así que resulta que lo del humor escaso y el estar de acuerdo en el fondo era para "Sin retorno". El nick, claro. Me acabo de dar cuenta el leer su mensaje. ¡Es que como encajaba tan bien en la frase, creí que se refería a mí¡ Lo del humor me lo haré mirar de todas formas, que nunca viene mal.

Salu2

Juanan dijo...

En realidad, no es más que un silogismo: se confunde el "soy libre para decidir si hago esto o no" y el "me es lícito hacer esto o no".

Es lo que tiene la neolengua.