miércoles, 7 de mayo de 2008

Regaliz (II)

Segunda Parte

Andaba Regaliz ensimismado con estos pensamientos, cuando unos metros más adelante, vio a su tía Miriam que traía de la mano a su primo de cuatro años, un niño llorón llamado Iker. Como siempre, Iker estaba berreando.

—¿Qué te pasa, Iker?, le preguntó Abel.

—¡Buaaah!

Se puso en cuclillas delante del niño, y le enseñó lo que llevaba en la mano.

—Mira, si dejas de llorar, te regalo esta pluma.

—No hagas caso, Abel, intervino su tía casi enfadada. Ya se le pasará… ¿Para qué quiere el niño esa pluma tan bonita? Guárdala para tu colección.

Pero Iker, tal vez para llevar la contraria a su madre, Había dejado de llorar, y decidió aceptar el trato que le ofrecía su primo.

—Eres muy bueno, Abel —concluyó Miriam—. Y como te lo mereces todo, te voy a dar unas naranjas para que tengas algo para el camino.

Eran unas naranjas grandes y rojas, recién cogidas del árbol. Regaliz se las echó a la bolsa, y siguió camino adelante, feliz de haber resuelto el problema de la pluma de forma tan sencilla.

Y, como aquel día ya había llevado a casa lo suficiente para la comida, empezó a pensar a quién podría regalar las naranjas.



Un poco más adelante, divisó a lo lejos la figura de una mujer, casi anciana, que subía la cuesta tirando de una carreta cargada hasta los topes. Era Esther, la panadera del pueblo vecino, y Abel se apresuró a echarle una mano.

—Pero Esther… ¿cómo llevas tú sola tanto peso?

—Ay, hijo… Se le ha roto una pata a mi borrico; y no puedo dejar sin pan a la gente.

Estaba tan fatigada y sudorosa, que Regaliz no lo dudó: con el cuchillo de la panadera, peló las naranjas y se las entregó allí mismo.

—Pero ¿qué haces? Son tuyas…

—Yo ya he comido —respondió el chico—, y como ahora voy a ayudarte a repartir el pan, tenemos que aligerar un poco la carga. Así que hacemos un zumo, y ya verás cómo te pones bien enseguida.

Dos o tres horas después habían terminado la faena, y aún sobraban diez panes. En vista de lo cual, Ester le dijo a Regaliz:

—Mira, Abel, yo ya no puedo más, y tú has sido muy bueno conmigo. Por tanto, te llevas los panes que quedan.

Con diez panes redondos y grandes en un saco que le regaló la anciana, Abel siguió su camino, y de nuevo se puso a pensar a quién podría regalar tanta comida antes de que los panes se pusieran duros.

Caminando, caminando, llegó a la orilla del lago. A Regaliz le encantaba aquel lugar. Era una playa pequeñita rodeada de pinos, donde a veces se sentaba para contemplar el vaivén de las olas por la arena. Además en la orilla había montones de gaviotas que robaban los peces de los pescadores, y otras aves que él mismo había bautizado con apelativos la mar de originales: la patudilla tostada, el negrito picorrojo, la golondrina de plata, el chupapiedras… Seguro que a Adán no se le ocurrieron nombres más bonitos y sonoros que los de Regaliz.

Sin embargo, esta vez no se detuvo a mirar los pájaros, ya que en aquel momento regresaban a la playa las barcas de sus amigos los pescadores.

—Hola, Abel. ¿Qué te trae por aquí?

—Nada… ¿Habéis pescado mucho?

—Bastante. Pero ha habido temporal, y hemos perdido parte del cargamento. Entre otras cosas, se nos ha caído al mar la comida que habíamos traído de casa.

—Eso tiene fácil arreglo. Aquí traigo panes para todos: os los regalo.

—Estupendo. Pero con cuatro o cinco tenemos bastante. Y ya que eres tan generoso, llévate a casa un par de peces de los gordos. Así tendréis para cenar toda la familia.

Regaliz se quitó las sandalias y se metió en el agua para ayudar a sus amigos a sacar las redes a la playa. Había treinta y tres peces medianos, seis grandes y cuatro o cinco pequeños que fueron robados por las gaviotas a pesar de los esfuerzos de Abel por espantarlas.

—No te preocupes, chaval. También las aves tienen derecho a comer un buen pescado de vez en cuando.

Una hora después, con cinco panes de cebada y dos pescados en la bolsa, Regaliz se despidió de sus amigos y empezó a pensar a quién más podría hacer un favor.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía: lo que se avecina!! De todas formas, qué te habré hecho yo para que digas que soy un llorón?

Juanan dijo...

Oh...

María dijo...

¡¡¡¡fue a mi!!!! fue en mi primera comunion!!! se me quedó grabado... aunque de esta primera parte no me acuerdo muy bien, de lo que viene después si que me acuerdo!!!

Anónimo dijo...

D. Enrique, ¿lo tiene publicado) sino, copio y pego con su permiso, pues como regalo a niños del s. xxi esta fenomenal.