viernes, 7 de agosto de 2009

El sacrificio de Lourdes



Esta misma tarde, mientras contemplaba el retrato al óleo de un personaje desconocido he recordado con todo detalle la historia de Lourdes. Son cosas de la memoria, que a veces funciona con extraños estímulos.

Habrán pasado quince años o alguno más. Fue un mes de agosto, caluroso como éste, y yo andaba por la Sierra de Madrid atendiendo diversas actividades, desde Navacerrada hasta Miraflores del Real a bordo de un cochecillo renqueante y sin aire acondicionado. En uno de aquellos viajes alguien me habló de un anciano que necesitaba ayuda espiritual en Cerceda. Estaba en situación crítica y los médicos sólo le daban unas pocas semanas de vida. Su mujer, Lourdes, al parecer había asistido a algún retiro predicado por mí y pidió que, “si no era mucha molestia, me acercase a su casa”, a pesar de que Manolo, su marido, no quería saber nada de la Iglesia ni de los curas.

Vivían en un chalet muy pequeño en las afueras del pueblo. Llegué una mañana y la verdad es que el enfermo me recibió con cordialidad y agradecimiento. Aquel mismo día se confesó y por la tarde recibió la unción de los enfermos y la Eucaristía. Al terminar, Lourdes me esperaba en el vestíbulo y me pidió que la escuchara unos minutos.

—También yo estoy enferma —me dijo—. Tengo un tumor maligno en el pulmón y los médicos dicen que con quimioterapia se podría retrasar su evolución, pero no me dan esperanzas de curarme. Y éste es el problema que quiero consultarle…

En resumen, Lourdes había decidido no hacer nada, renunciar a cualquier tratamiento agresivo, ocultar a su marido el problema y esperar.

—Manolo fallecerá antes que yo y no quiero que se preocupe por mí. Bastante tiene con lo suyo. Que muera en paz, ¿no le parece? Luego, ya veremos. No creo que me queden ganas de meterme en hospitales. Prefiero morir aquí dejando que la enfermedad siga su curso. ¿Puedo hacerlo o tengo obligación de someterme a tratamiento?

Por supuesto, Lourdes tenía todo el derecho a actuar de esa forma. Es más, su actitud me pareció heroica y propia de una persona santa y enamorada que sólo quería estar siempre muy cerca de su esposo.

Volví a esa casa casi todos los días. Hacia el mes de octubre murió Manolo y celebramos el funeral. Aquella misma tarde, Lourdes y yo tuvimos una interesante conversación, precisamente la que me ha venido a la memoria al contemplar el retrato del caballero desconocido.

Mañana os la cuento.

11 comentarios:

Ave del Paraíso dijo...

Yo actuaría de la misma manera que Lourdes. Incluso, si no tuviera pareja y los médicos no me dieran esperanzas de curarme, tampoco me sometería a un tratamiento tan agresivo.
Ya nos contará esa conversación tan interesante que tuvo con Lourdes.
Por cierto, la foto es increíble. El arco iris que ilumina el cielo, es como una maravillosa inyección de esperanza.

Jose dijo...

D.Enrique,hace tiempo le mandé ánimos cuando le hackearon su cuenta, y le dije que dejaría algún comentario en el blog que no fuera anónimo, pues ya que no me voy de vacaciones y lo sigo fielmente cada día, hoy me animo a dejarle éste. Me ha impresionado la historia de Lourdes, hay mucha gente heróica pero no salen en la prensa.

Gonzalo dijo...

Preciosa historia. El "tu bí contínued" nos deja ansiosos...

Juana la Loca dijo...

Gracias D Enrique por compartir estas historias de amor.

GAZTELU dijo...

Buen trabajo D.Enrique!!!!!
Me conmueve la historia
GRACIAS

Bernardo dijo...

Cuando dicen "dar la vida", no es una frase hecha. Nudo en la garganta.

Anónimo dijo...

No me puedo creer que nos deje con la miel en los labios aunque, desde hace unas dos semanas que descubrí su blog, siempre que termino de leer su post me quedo esperando el siguiente. Gracias por compartir tanto. Y qué difícil encontrar razones para vivir cuando desaparece el "objeto" de nuestro amor. Hace unos 3 meses murió mi madre a la que llevaba cuidando algo más de una década y a la que había aprendido a querer como a una hija. Al encontrarme sin ganas de enfrentarme al día a día y notando tanto su falta, vengo pensando que Dios quiere que aprenda a amar de verdad. Que era fácil amar a mi madre, que tal vez cuando ame de verdad al prójimo por amor a Dios, no eche tanto de menos a alguien en concreto, osea, que me baste amar a quien Dios ponga en mi camino por amor a Dios, para amar de nuevo la vida. Pero no sé si eso es un imposible "pietista" y siendo de carne y hueso las cosas "naturales" siguen "su curso natural" y otra reacción más "espiritual" es imposible. No me explico muy bien, pero estoy segura de que me entiende. Gracias de todas formas por ilustrar día a día esas cosas que parece que todos vemos en blanco y negro y a las que parece devolver el color.
Que Dios le bendiga y le guarde.
Aún no sé firmar, así que pondré anónimo que parece lo más asequible, pero me llamo Almudena.

Mariano dijo...

Necesito, urgentemente, saber cómo acaba todo

Lucía dijo...

¡Qué mujer tan buena! ¡me ha emocionado!

Rocío Ardoy dijo...

Hola! acabo de entrar al blog a través del blog de Adolfo Suárez Illana. Y nada más entrar me ha impresionado esta bella historia de amor y valentía... estoy en ascuas esperando el final!!!
Saludos

Anónimo dijo...

D. Enrique, respeto todos los comentarios al post. Pero, al leerlos, siento la necesidad de decir que ante el cáncer, las cosas no son tan sencillas. Todos los tratamientos no son agresivos, sino muy agresivos (quimio, radio o cirugía, o los tres combinados). Pero, cuando tu vida depende de ellos, luchas, y luchas y sigues luchando. Lo peor no es, ni mucho menos, el tan temido tratamiento, sino la incertidumbre que la enfermedad provoca. Ningún médico, nunca, te dirá seriamente que vas a curarte; ellos mismos reconocen no saber cómo evolucionará la enfermedad.
Eso de pensar no someterse a un tratamiento, y dejar que la enfermedad progrese, ¡hombre!, así en frío... Es una decisión que no comparto.
Imagino que mañana la historia continuará por otros derroteros...
Yo, de momento y espero que por mucho tiempo, me abandono "en las mejores Manos" y agradezco las oraciones de todos.