Kloster me hizo ayer una extraña confidencia. Yo le pregunté si no le parecía envidiable el talento de una tercera persona.
—¿Envidiable? —me respondió— No, colega; yo ya he superado la edad de la envidia.
—Así que, según tú, la envidia tiene una edad.
—Naturalmente. Yo a los siete años envidiaba el mecano de mi primo; a los catorce, envidiaba a mi hermano porque él había dado el estirón y yo seguía siendo bajito; a los dieciocho envidiaba a todos los que hablaban con las chicas sin ponerse colorados; a los cuarenta envidiaba a mi amigo Pepe, que ganaba un pastón y tenía un mercedes; a los sesenta y tantos empecé a envidiar a los que gozaban de buena salud y comían de mariscos impunemente. Y ahora, cuando ya estoy cerca de los noventa he llegado a la conclusión de que lo único realmente envidiable era el mecano de mi primo. Lo demás se va deprisa y es mejor no lamentarse. El tiempo nos convierte en memos, feos y gruñones. Por eso, cuando descubro que hay personas más inteligentes, más jóvenes, más ricas o más simpáticas que yo, ni me sorprendo ni me lamento: las aplaudo y las elogio de todo corazón. Uno ya no está en el mercado de los envidiosos; se me ha pasado la edad.
—Ya. ¿Y desde cuándo estás así?
—Desde la semana pasada. Y he comprobado que ha mejorado notablemente mi tensión arterial; mis digestiones son casi perfectas, pierdo menos pelo y no me enfado por nada. ¿Qué te parece?
—Envidiable, amigo Kloster, envidiable.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
jueves, 20 de agosto de 2009
Las edades de la envidia
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11 comentarios:
Muy buena y muy aprovechable enseñanza.
Jajajaja...¡qué bueno!
Lástima que se nos abre un largo panorama, porque si hay que llegar a los noventa para poder superar la envidia... ay, ay, ay
¡Mejor nos refugiamos bajo el Manto Inmaculado de la Madre!
Si se envidia una virtud, ¿eso es bueno? Por un lado si se envidia algo es porque no se tiene (y eso es malo), pero por otro lo que se envidia se aspira a conseguirlo (y eso es bueno).
Qué dilema.
Magistral.
No nos confundamos: la envidia es una cierta tristeza que se produce por un bien ajeno, en cuanto se considera un mal para uno mismo. La envidia también se manifiesta como alegría por el mal ajeno, y no conviene confundirla con la "emulación", que no es un vicio sino una virtud. Si el bien ajeno nos mueve a tomar ejemplo y a luchar para conseguir algo semejante, magnífico.
A la emulación a veces la llaman "sana envidia", pero la envidia propiamente dicha nunca es "sana".
Por cierto, he clasificado la envidia entre los que voy a llamar "pecados provinciales". Me propongo escribir algo más sobre estos pecados
"La envidia de la virtud hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más."
Antonio Machado Proverbios y Cantares-X
Nunca voy a entender por que hay personas que tienen envidia, mas bien uno siempre se debe alegrarse de lo bueno y positivo de los demas, y aprender siempre de ellos, que alegria es estar siempre contento y dar gracias a Dios de lo que tenemos, sea mucho, sea poco, todo es para bien.
saludos Ann
Pues yo debo ser muy de ciudad, porque me dan envidia muy pocas cosas...últimamente pienso que me gustaría ser otra persona, pero no se cual. Supongo que yo pero sin tontunas.
........ "Desde la semana pasada", jajajaja.
El flamenco envidioso es el que mira para otro lado, como absorto en otra cosa o distraído con un pájaro que pasa por allí. "Ese sí que es insignificante", estaría pensando. El otro flamenco no es envidioso, no debe serlo al menos. Mírele cómo mira a su compañero a los ojos: él no ha dedicado un minuto a envidiar a nadie. No ha pasado la tarde rumiando su desgracia y desdeñando a su rival. La envidia solo sabe de rivalidades. Y es por eso que lo mira a los ojos. Tal vez no le cae muy bien, los envidiosos no suelen gustar mucho, desprenden cierto hedor desagradable; pero nuestro flamenco, que nos va cayendo mejor, sabe que puede mirarle a los ojos. Tal vez lo haga, incluso, con algo de orgullo; pues sabe lo que pasa por el corazón del otro, y quiere decirle que es inútil que se esconda. "¡Que no eres avestruz!"
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