jueves, 27 de noviembre de 2014

Versos con paracetamol

Termina el tercer día del curso de retiro. Kloster y yo nos hemos quedado solos en la casa antigua de Molinoviejo. Al otro lado —en la residencia— hay cuarenta mujeres que rezan y callan hasta el próximo domingo.
Se ha levantado un vendaval en el jardín. Los pinos de Valsain se balancean como mástiles de unos veleros gigantescos a punto de naufragar en el océano. El viento en Molinoviejo es ruidoso y a mí me produce dolor de cabeza. Nada que no pueda resolverse con un comprimido de paracetamol.
Kloster me sugiere que descanse frente al televisor. Por lo visto no se le ocurre una tortura más eficaz. Gracias a Dios aún no he terminado la segunda lectura del poemario incompleto que recibí ayer. Es un libro que seduce al lector desde la primera línea. Es alegre, triste, chispeante, divertido, melancólico…
¿Cómo te atreves, Rocío, a escribir unos versos tan sencillos, sin esdrújulas disonantes, sin columnas salomónicas ni cisnes ni una miserable gardenia? ¿Cómo te atreves a ser tan transparente, tan normal y tan grande?

Tienes razón; muchos de tus poemas pueden ser leídos "a lo divino". Mañana, en la primera meditación leeré éste:

Si susurras mi nombre gota a gota
parece que es el viento quien lo dice:
un lenguaje solar entre cien árboles,
el baile de las hayas en verano
con ráfagas de luz oscura y ámbar.

Tu voz parece verde y tan sombría
que sorprende la luz como un relámpago
dorado cuando, sílaba por sílaba,
me dices y me inventas, y rescatas
mi nombre de ser nada y de ser nadie.


  

4 comentarios:

Juanma Suárez dijo...

Pues es un poema precioso, sí señor.

Cordelia dijo...

Oh, sí

Adaldrida dijo...

Qué fuerrrrte, Don Henry, aparecer aqui. Quién me lo hubiera dicho cuando leía de adolescente "El Belén que puso Dios".

Llumla dijo...

Genial