Esta mañana he oído por primera vez su griterío inconfundible. Me he asomado al balcón y allí estaban como todas las primaveras, rondando la fachada del Ministerio de Economía. Ya se sabe; cuando llegan los vencejos, hay que presentar la declaración de la renta.
De los vencejos me gusta todo menos el nombre. En latín tampoco suena mucho mejor (“apus apus”); pero son unas aves fantásticas. Hay quien los confunde con las golondrinas; pero no hay color: en ellos todo es vuelo, todo alas; apenas tienen cuerpo ni patas. Se recortan en el cielo como la silueta de una hoz o como una luna nueva negra.
Los vencejos alcanzan velocidades increíbles y su capacidad de maniobra —la brusquedad de sus giros— es portentosa. Hacen carreras cuando bailan en torno a una torre o a un campanario. Y chillan, chillan siempre, mientras devoran insectos en vuelo.
Los vencejos sólo se posan una vez al año, para preparar su nido en primavera. Lo ponen en una pared vertical. Se sujetan allí con sus pequeñas garras, y despegan de nuevo dejándose caer al vacío. Nunca pisan la tierra. Si lo hicieran no podrían levantarse, porque sus patas son incapaces de mantener el peso y la envergadura de unas alas inmensas, creadas para vivir en el aire.
Comen en vuelo, cantan en vuelo, duermen en vuelo… Volar, para ellos, es tan necesario y sencillo como respirar.
Si yo fuera poeta, o algo parecido, les haría un soneto. ¡Qué menos que un soneto! Y hablaría de mi alas, es decir de mi vocación. A veces uno siente la extraña ocurrencia de caminar a ras de tierra, y entonces las alas pesan enormemente; se llenan de polvo o de basura, y la vocación se ve como una carga insoportable. Pero cuando me decido a volar, ¡qué ligero resulta todo! ¡Qué fáciles las cimas! La vocación no pesa; al contrario, nos hace ingrávidos y nos lleva por encima de las nubes, hasta el mismo sol.
12 comentarios:
Preciosa entrada.
Una curiosidad: ¿de verdad que duermen en vuelo? ¿no se chocan?
De verdad. Cuando llega la noche, se elevan, y giran, giran y giran
yo también vuelo a veces cuando duermo. He oído alguna vez que eso nos pasa cuando sentimos la necesidad de libertad.
Hola D. Enrique:
No soy nada poética. A mi me tienen preocupada dos "pájaras" de mi trabajo con las que practicaría el tiro al plato.
Como no se cazar le agradecería que encomiende el asunto "avícola" para que se resuelva favorablemente. Mi hermana María, después de lo de Otegui y de Juana, anda escéptica con la justicia terrena pero yo creo que también existe.
No se puede quejar que le pida que encomiende todo el rato por que si algo aprendí en el colegio es que "hay gente que es rata hasta para pedir". Lo dijo el capellán que se llamaba igual igual que usted. Debe ser una de las pocas lecciones que aprendí...
Por mi parte ya sabe que le encomendamos, a usted (*) a su blog.
Un abrazo
SPD
(*) más que nada por la paciencia con la que nos atiende
Yo una vez me encontré un vencejo en el suelo, concretamente en un portal (debió de colarse por error) y lo cogí con cuidado, salí a la calle y lo eché a volar... Ahora caigo que tal vez era un símbolo.
Ya hay un poema "a un vencejo herido"... Lo firma Beades, el genial poeta y polemista.
Qué bonita entrada. Rocío ¿dónde encuentro ese poema?
Eso, Rocío: a mí también me interesa ese poema
Gracias D. Enrique por su recomendación. Su blog entra de lleno en la mejor blogsfera del mundo. Viva Peque.
Pues yo recuerdo, Rocío, que el señor Juan Arana dijo:
"¡Estos poetas siempre igual! ¡un "vencejo herido"! ¿por qué nunca escriben "A un gorrión escoñao"?
Esa lección no la olvidé jamás. Aunque tampoco escribí al gorrión escoñao. Hay más días que ollas, por supuesto.
Un ave entrañable, todas las hermosas mañanas de abril que recuerdo tienen sus característicos chillidos como música de fondo. Dicen que es feo, pero todo es cuestión de gustos, por eso no se nos acerca demasiado, para evitar valoraciones estéticas y compaciones con la reina golondrina.
El asunto avícola del tiro al plato se resolvió favorablemente. Gracias por acordarse.:)
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