sábado, 15 de septiembre de 2007

Cruces y flores

En los todos los oratorios de los centros del Opus Dei hay una cruz de madera negra, desnuda, sin crucificado. No está en el presbiterio, sino en una pared lateral o incluso en la pequeña habitación que algunas veces sirve de antecámara de la capilla.

La cruz puede ser grande o pequeña, según los casos; pero tiene siempre las mismas proporciones y el mismo color. A su lado, hay una leyenda grabada en madera o en piedra que recuerda las indulgencias que concedió el Santo Padre Pio XII a quien besare esa cruz o la venerare con una jaculatoria. Es una historia antigua, y la inscripción sólo sirve ya de recordatorio.

Esa cruz de madera se llena de flores rojas dos veces al año. El 3 de mayo y el 14 de septiembre.

El 3 de mayo se celebraba en tiempos la “Invención de la Santa Cruz”. Fue una fiesta popular que recordaba el descubrimiento en Jerusalén del auténtico madero que fue el trono del Redentor. Era una fecha alegre que hizo florecer miles de cruces en muchos lugares de España y de Hispanoamérica. Todavía hoy continúa la tradición de las flores de mayo, que inmortalizó Juan Ramón en aquel conocido poema que comienza así:

Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
¡Vivan las rosas, las rosas del amor
entre el verdor con sol de la pradera!

El 14 de septiembre es la fiesta de “La exaltación de la Santa Cruz”. ¿Qué significa? Que debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, como escribió San Pablo en una de sus cartas. Que el dolor —que en sí mismo es malo— puede ser fecundo con tal de que sepamos abrazarlo cuando venga y convertirlo, por amor, en Cruz con mayúscula.

Cuando San Pablo empezó a predicar el evangelio portando una cruz como estandarte, los gentiles lo tomaban por loco y los judíos se escandalizaban. El pueblo de Israel sabía que quien pende de un madero es maldito según la ley de Moisés.

San Pablo, que también lo sabe, escribe: Él nos redimió de la maldición de la ley haciéndose maldito por nosotros. Y en otro momento precisa que se humilló hasta la muerte y muerte de Cruz.

En nuestro siglo no hacemos muchos distingos a la hora de elegir el modo de ser ejecutados; no entendemos que haya muertes más infamantes que otras. El privilegio del gentleman, que tenía derecho a ser ahorcado con un cordón de seda, nos produce risa. Pero no: todavía hay muertes vergonzosas y muertes heroicas. Morir fusilado puede sugerir una acción bélica, incluso gloriosa; pero morir en la horca…

Pues bien, morir en la Cruz era eso: morir en la horca del siglo I. Y ¿quién enarbolaría ese horrible instrumento de tortura como signo de entrega y de redención? Jesús los hizo. La lógica del amor venció a la lógica del pecado. Y la Cruz perdió su veneno.

No tengamos miedo a abrazarla. Si lo hacemos, brotarán las flores de la alegría. En cambio, quien se pase la vida tratando de arrancar las flores evitando el sufrimiento a toda costa, descubrirá que los pétalos se le deshacen entre los dedos; que la auténtica alegría sólo es perdurable cuando tiene sus raíces en forma de Cruz.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La cruz, las contrariedas y las dificultades forman parte de la vida y en muchas ocasiones es inevitable. Supongo que con la ayuda de Dios, pesa menos y cobra sentido. ¿Por eso las flores?.

Anónimo dijo...

¡Qué bonito!

aranchagodoy dijo...

Gracias, padre!!!!!!!