martes, 11 de septiembre de 2007

Estrenar un cuaderno



Otro artículo descongelado que viene muy a cuento para este comienzo de curso. Cuando lo escribí era yo capellán de un colegio de niñas. Hablo del BUP, de la ESO… No corrijo nada, pero constato que el tiempo vuela. Mercedes, la protagonista de la historieta es ya una madre de familia. Y yo, un abuelo decrépito


Ahora que empieza el curso, me viene a la pluma lo que decía Heráclito: que nadie se baña dos veces en el mismo río. El río en este caso se llama Aldeafuente y es mi Colegio: el mismo —siempre cambiante— de los últimos quince años. Tanto tiempo llevo ya aprendiendo a ser capellán.

Dentro de unos días volveré a clase y las alumnas que encuentre se parecerán poco a las que se fueron de vacaciones en junio. Me pregunto si las de 2º de eso, que me demostraban un singular apego, seguirán siendo encantadoras o habrán adoptado ya el aire displicente y perdonavidas que preludia la llegada de la edad del pavo. ¿Y las de 1º de bup, que parecían eternamente agotadas, con la barbilla pegada en el pupitre y los párpados a media asta?, ¿habrán recuperado la normalidad? No parece fácil: la adolescencia no se cura con sol de playa y bronceador.

¿Y las pequeñas? Para ellas cada curso es una eternidad, y las vacaciones, una especie de quitamanchas, que elimina, sin dejar rastro, los recuerdos desagradables del año anterior.

A mí, sin embargo, lo ocurrido en los últimos diez o quince años se me amontona y confunde en la memoria sin orden ni concierto. No distingo los cursos ni las promociones: los adultos somos como rocas siempre idénticas a sí mismas —si acaso algo más erosionadas cada día— en medio de la corriente de un río que se renueva implacable.

El colegio que encuentre a mi regreso habrá mejorado un poco: siempre mejoramos, gracias a Dios. Habrá ordenadores más potentes; las niñas estrenarán libros llenos de colorido, que —me temo— habrán subido de precio. Los bolis y los rotuladores cumplirán su cometido sin fallos ni intermitencias. Y los cuadernos aún no tendrán churretes.

¿No es fascinante ese breve rito anual de inaugurar un cuaderno recién comprado? Uno se frota las manos en el jersey para no mancharlo, y muy despacio, con especial mimo, ceremoniosamente, escribe su nombre y apellido en las tapas. Es un gesto viejo y lleno de sentido. Cuando veo con qué pausa y primor dejan su firma las alumnas, pienso que se están diciendo a sí mismas: este año será diferente. Será un año sin borrones ni tachaduras.

Y sin embargo estoy casi seguro de que dentro de pocos días el bolígrafo de Maica depositará un borrón azul en la primera hoja; María tachará con furia un error del que no conviene dejar la menor huella; y Pilar llenará su cuaderno de corazones —dibujados sin darse cuenta en un ataque de languidez—, o escribirá declaraciones de amor en inglés dirigidas a un tal Nacho.

¡Maldita experiencia de adulto, que siempre nos lleva a profetizar catástrofes! ¿Y si ocurriera lo contrario; si las tres consiguieran mantener limpios sus cuadernos? ¿Por qué no puede ser éste el curso en que Rocío demuestre lo que vale, el año del milagro que se propone lograr Elena cada septiembre?

Hace algunos septiembres, Mercedes —que por entonces estaba en bup— me contaba, llena de pasión, sus ambiciosos planes, las metas que iba a conseguir y de las que estaba supersegura.

—Se lo prometo —repetía una y otra vez—. Ya verá cómo cambio este curso…

Ella no se acordará, pero aquel día confundí la prudencia con la cautela o con el cinismo. Tendría que haberme solidarizado con su entusiasmo, para luego, en todo caso, matizarlo un poco. Sin embargo solté esa frase tópica de adulto resabiado:

—Mira, Mercedes, no te hagas ilusiones…

¡Naturalmente que hay que hacerse ilusiones! ¿En qué estaría yo pensando?

También los mayores deberíamos ser capaces de estrenar un cuaderno nuevo cada año, cada mes o cada día con la fe y con la amnesia envidiable de los niños.

Lo que nos frena es la experiencia. Mejor dicho, las tristes experiencias de los viejos fracasos, que nos van cargando de tristeza la mochila y, si uno se descuida, acaban por aplastarnos o por inhabilitarnos para cualquier tarea original o creadora.

Pero la experiencia no debe ser un lastre, sino un motor. No un freno, sino un estímulo para recomenzar la pelea con más ímpetu y sabiduría.

Hablo, por supuesto de todos los campos de la vida; pero especialmente del terreno espiritual, de la perenne batalla que hemos de sostener por ser santos y en la que siempre hay que estar recomenzando. Nuestro cuaderno será nuevo cada mañana si nos dejamos querer y limpiar por Dios.

Escribamos nuestro nombre y apellido en las tapas, que los borrones ya no están, y el día que hoy empieza es otra vez el primero.

Y a quien le venga la tentación de apelar a la experiencia como coartada para pactar con la mediocridad, puedo contarle lo que me dijo Heinz Kloster el día de su noventa cumpleaños:

—Mira, hijo mío, la experiencia demuestra que no conviene fiarse de la experiencia. Al fin y al cabo, cuando uno tiene experiencia de verdad, ya no es capaz de recordar ni la experiencia que tiene.

9 comentarios:

Juanan dijo...

Jeje, este Kloster... ¡cuánta razón tiene! Aunque el cuaderno del día ya va con algún borrón que otro, voy a empezar desde ya a hacer las páginas limpias. ¡Verá como el resto de hoy y el cuaderno de mañana en adelante me salen impolutos!

Anónimo dijo...

Jo, Don Henry, qué mal rollo me da recordar los tiempos del cole... snif snif. Bueno, ya estoy como siempre con este estilo melancólico-llorica que me caracteriza. ¡A ver si espabilo, hombre! Yo también me hago una lista infinita de propósitos cuando llega el mes de septiembre. Todos los proyectos me apetecen e ilusionan, pero según pasan los meses algunos de quedan por el camino.
Por cierto, aprovecho la oportunidad que me brinda el ciberespacio y requiero de su enchufe "ahí arriba"; tengo a mi madre y a Camino pachuchas.
Mil gracias, Don Henry.

Benita Pérez-Pardo dijo...

El artículo buenísismo. Ahora, de abuelo decrépito ¡nada de nada!. Si quiere, le dejamos en abuelo moderno.

Un abrazo

Jesús Sanz Rioja dijo...

Ellos siempre igual y nosotros un año más viejos. Es el drama de la enseñanza.

Enrique Monasterio dijo...

Es curioso cómo me repito. Esta mañana, al hablar del 11 de septiembre, me referí a la "singular amnesia de los niños". Ahora releo este artículo escrito hace 10 años y encuentro la misma frase. Me plagio a mí mismo sin pedirme permiso y encima me creo original.
¿Veis cómo soy un abuelo?

Adaldrida dijo...

¿Le puedo piratear la foto?

Enrique Monasterio dijo...

Piratea lo que quieras, como yo te pirateo a ti

María dijo...

¿sabe que yo fui alumna de ese cole? jajaja

Ya les gustaría a los abuelos decrepitos que usté fuera uno de ellos, sería un consuelo (para ellos), pero.... no! ni abuelo ni decrépito!!

Enrique Monasterio dijo...

María: estoy viejo, pero no tanto como para haberme olvidado de ti. Claro que te sigo imaginando como cuando tenías 14 años...