lunes, 28 de abril de 2008

El Cuarto, honrar padre y madre (y III)

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Honrar a los padres, honrar a los hijos


Al llegar a este punto, ya estamos en condiciones de recordar el sentido del cuarto mandamiento a la luz del Magisterio de la Iglesia.

Juan Pablo II en su Carta a las familias , de 1994, dedica todo un capítulo a esta cuestión, y ya desde el comienzo explica que el precepto de honrar a los padres es mucho más que una gratuita imposición divina: la ley de Dios no sólo es norma, también es revelación, y detrás de ese mandato hay un mensaje, una auténtica definición de la institución familiar.

Para expresar la comunión entre generaciones —dice el Santo Padre—, el divino Legislador no encontró palabra más apropiada que ésta: «Honra...» (Ex 20, 12). Estamos ante otro modo de expresar lo que es la familia.

El Papa hace notar que este mandamiento sigue a los tres preceptos fundamentales que atañen a la relación del hombre con Dios:

Y es significativo que el cuarto mandamiento se inserte precisamente en este contexto. «Honra a tu padre y a tu madre», de modo que ellos sean para ti los representantes de Dios, quienes te han dado la vida y te han introducido en la existencia humana: en una estirpe, nación y cultura. Después de Dios son ellos tus primeros bienhechores. Si Dios es el único bueno, más aún, el Bien mismo, los padres participan singularmente de esta bondad suprema. Por tanto: ¡honra a tus padres! Hay aquí una cierta analogía con el culto debido a Dios.

Hay en estas palabras una referencia implícita a San Pablo, quien en la Epístola a los Efesios afirma que toda paternidad en el Cielo y en la tierra procede de Dios mismo. El Papa expone y desarrolla esta idea, y nos recuerda que la familia no es un invento humano, sino una huella de la Santísima Trinidad en el mundo; un “ecosistema” de amor reflejo del que se da en el seno de la tres divinas Personas. En ese ámbito de afecto y de entrega el hombre se siente acogido y puede crecer y madurar en libertad.

Ya estamos en el centro del Misterio: ser padre —o madre— es algo divino; es representar a Dios, hacer sus veces. De ahí que el cuarto mandamiento obligue en primer lugar a los ellos. Los padres, en efecto, deben esforzarse por ser signos sensibles de ese amor de Dios. Tienen que querer a sus hijos como el mismo Señor los ama: con un amor entregado, exigente, generoso.

Habla Juan Pablo II de “honrar a los hijos”. De esto se trata: cuando se les ama con un amor apasionado, pero desprendido; cuando se busca su bien espiritual antes que el material y se les mira como a hijos de Dios llamados a la santidad, se les está “honrando”, se les reconoce toda su dignidad humana y cristiana y se les enseña a valorarla y a vivir conforme a ella.

Padres —parece recordarles el precepto divino—, actuad de modo que vuestro comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un «vacío moral» la exigencia divina de honra para vosotros! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento «honra a tu padre y a tu madre» dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior.

Así se entiende muy bien que el decálogo no mande a los hijos sólo que amen a sus padres. Ese cariño se da por supuesto. Les invita a “honrarlos”, es decir a situarlos en el lugar que, por designio de Dios, les corresponde. No quiere que les pongamos un falso pedestal, sino que veamos en ellos el rostro, el cariño y la mirada del mismo Dios.

Luego, será estupendo procurar que padres e hijos sean amigos fieles toda la vida; pero sin olvidar esta otra relación mucho más honda, que nunca termina: ni con la emancipación de los hijos ni con la muerte.

Terminemos con una afirmación de Juan Pablo II:

En el rostro de toda madre se puede captar un reflejo de la dulzura, de la intuición, de la generosidad de María. Honrando a vuestra madre, honraréis también a la que, siendo Madre de Cristo, es igualmente Madre de cada uno de nosotros.





5 comentarios:

Dimas dijo...

Buenas noches D.Enrique, a ver si echa un empujoncito con mi amigo alberto (es el Mexicano...facil verdad)
http://berabe.blogspot.com/2008/04/una-maana-en-torreciudad.html

Juanan dijo...

Muy bueno el artículo, sobre todo ahora con lo de los "padres posconstitucionales" que dice el juez de Granada. Y también pone en su sitio a los hijos.

¡Pero por qué el bueno y el malo se tenían que llamar precisamente Juan y Antonio! Jajajaja

La Dama Zahorí dijo...

Comentaba ayer don Prudencio, párroco de mi pueblo, en la boda de unos amigos, que la principal causa de las rupturas matrimoniales era la falta de aguante. Creía que iba a soltar una mansalva de afirmaciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, pero no fue así. En su lugar, hizo hincapié en la necesidad de que el amor no fuese hipócrita (en ese caso, proponía la nulidad eclesiástica) y en que amar a una persona también supone aguantarla cuando el viento no es favorable. Habló mucho de los hijos y de la necesidad de educarlos con amor, una responsabilidad que ambos miembros de la pareja debían compartir por igual, tal como usted dice, sin delegar en el colegio ni en la TV.

Pensé largo rato en ello. Mi padre dijo una vez algo así como que "no es buen padre quien quiere, sino quien puede". No sé exactamente a qué se refería, supongo que era un modo de justificarse por el hecho de que él, que tuvo una educación severísima, nunca ha sido excesivamente cariñoso con nosotros. Nuestro hogar se ha construido a trompicones (problemas e historias que no me voy a detener en contar) y aún hoy, cuando ya todos somos adultos, parece que el suelo se nos hunde bajo nuestros pies, pero hay algo que nos mantiene unidos a pesar de las adversidades..., supongo que cosa de Dios debe ser.

Anónimo dijo...

Honrar a los hijos... Me recuerda aquella frase del Santo Padre: Dios nos amó primero. Los padres amamos primero, honramos primero. Es un tema que se pasa por alto y es necesario explicarlo y vivirlo.

Me hace gracia que Juanan se refiera al juez de menores de Granada Emilio Calatayud. Supongo que a mi marido no le sabrá mal que desvele su profesión: es el juez de menores de Tarragona; juez único en toda la provincia. Todos los días experimenta de forma directa el resultado de la negligencia y de la dimisión de los padres. Con el tiempo esos padres pasan a ser las víctimas de sus hijos y el maltrato es cada vez más frecuente. Todos estos chicos tienen un denominador común: no tuvieron unos padres que les quisieran y les exigieran.

Anónimo dijo...

Soy madre... y no me puedo contener!!! He leído cada una de las partes de su artículo que no tiene desperdicio!!! Me ha emocionado !!! porque Yo he tenido unos padres...que qué padres!!!
¡¡¡ Que vivan mis paadreess !!! a ellos se los digo muchas veces, que te quiero papá, que te quiero mamá, cada vez que puedo,-mi padre casi seguro que está en el cielo y mi madre vive en otro país- me los he comido con una mirada de profundo respeto, admiración y cariño... si me tienen pillado el corazón!!!
Han sido imágen de Dios, como Él quiere que sean los padres. De su mano y con su ejemplo aprendí a sentirme hija del Padre... ¿ se puede dar más felicidad? Gracias papá y mamá. Solo espero haber aprendido bien, en esto estoy empeñada, a ver si somos capaces de hacer a nuestros hijos tan felices como vosotros me hicisteis a mi.
Y si he dicho alguna burrada Dn Enrique, en este mismo momento me retracto.
Sólo he querido dejar constancia de lo que para mi han sido mis padres.
Gracias Dn Enrique por facilitarme esta oportunidad de hablar del tema.