Con ocasión del artículo de Pérez Reverte que publiqué aquí hace unos días, recordé este viejo refrito. Ahora, al releerlo, pienso que no es un tema menor, ni mucho menos, y que no se agota en dos folios. ¿Qué opináis, por ejemplo, del tuteo de la enfermera al paciente en un hospital? ¿Y el del cuidador al anciano que va en silla de ruedas? ¿Y el del jefe al empleado, el del rico al pobre...?
A pocos metros de mi casa vive Francisco Gento, una de las figuras más grandes que ha dado el fútbol español y mundial. Gento, que ya ha cumplido los 80 años, pasea con su perro por esta calle y suele ver los partidos de fútbol en un bar concreto. Por supuesto sigue siendo muy popular y casi todo el mundo le tutea; lo llaman "Paco", le dan palmaditas en la espalda y él se presta muy gustoso a opinar sobre cualquier asunto futbolístico que se le plantee.
Sin embargo mi amigo Miguel Ángel, madridista de pro y hombre respetuoso, nunca le llama Paco, sino "don Francisco" y de usted.
¿Quién tiene razón?
—Oye, ¿a ti hay que hablarte de tú o de oiga?
—De oiga.—Vale. Oiga, ¿te importa que use el teléfono de tu despacho?
El problema de Carmen no era de educación, sino de sintaxis. Se había incorporado al cole con quince años y le sorprendió comprobar que, para hablar con las profes y con el sacerdote, todo el mundo conjugaba los verbos en tercera persona añadiendo un “oiga” de vez en cuando.
—¡Es que no me sale…!
Carmen era incapaz de faltar al respeto a una persona mayor; pero con el usted y el tú tenía serios problemas.
—Tienes que aprender —le insistía su preceptora—; si no, acabarás tuteando al Arzobispo de las Chimbambas.
—¿Y por qué no voy a tutearle?
—Porque está mal.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo, y punto.
Como la respuesta no satisfizo a la buena de Carmen, decidió acudir a mí. Le propuse discutirlo en clase, ya que, por aquella época, mi asignatura de Moral tenía un espectro de temas muy amplio.
No soy capaz de recordar todo lo que dijimos entonces, pero sí apunté las conclusiones que expuse al final. Éstas fueron:
Hablar con otra persona y escucharla es una forma de amar. Me refiero al diálogo, a la conversación, al intercambio de palabras, de conceptos y sentimientos. Las broncas y los ladridos son simples agresiones que no entran en este capítulo.
Digo que dialogar es amar, porque el amor es un acto de entrega. El que ama se da a sí mismo. Y cuando el amor es correspondido, acoge en su propio ser a la persona amada.
Se trata, pues, de un intercambio de intimidades que tiene tantos modos y matices como tipos de amor existen: más adelante, por ejemplo, me referiré al amor de amistad, que es distinto de otros amores, como el filial, el conyugal, etc. Y es que esa intimidad que entregamos o recibimos tiene distintos grados.
Podemos imaginar, para entendernos, que el corazón de cada uno se parece a su propia casa. Hay una puerta, que mantenemos cerrada con llave, para que sólo se cuelen los huéspedes a los que invitamos libre y espontáneamente. Hay un vestíbulo, al que se asoman muchas personas con las que nos tropezamos cada día. Hablamos con ellas, les sonreímos, tratamos de ser amables; pero nada más. “Mantenemos las distancias”, suele decirse. No les negamos la palabra, que sería la forma más dura de desamor, pero tampoco penetran en nuestra intimidad.
En la sala de visitas se quedan por un tiempo algunos de esos huéspedes. Nos entregamos a ellos un poco más, y ellos a nosotros quizá también. Pero el pudor aún mantiene cerradas por un tiempo muchas habitaciones.
Un día alguno de esos invitados da un paso, y penetra en el salón o en el comedor; curiosea los libros de las estanterías, se asoma a nuestras fotos de familia, y se queda a almorzar, utiliza el cuarto de baño…Empieza a ser como de la familia. Con el paso del tiempo, invade la cocina y se lleva las patatas fritas.
Esto es sólo —repito— una especie de parábola. Quiero decir que el corazón se va abriendo poco a poco. Y no todos los visitantes tienen permiso para curiosear en el fondo. Naturalmente, tampoco nosotros podemos invadir las intimidades ajenas si antes no nos franquean de buen grado la entrada.
Pues bien, esto tiene un reflejo en el lenguaje, en la palabra que nos damos como primer acto de amor. Me gusta tratar de usted a quienes aún están en el vestíbulo o en la sala de visitas del corazón precisamente porque me encanta el tú, y querría reservarlo para los que comparten conmigo algo especial. El usted es mi forma de decir a las personas que llegan a mi puerta, que las respeto, que no pretendo asaltar su intimidad si ellos no quieren. Elijo el usted para que el día en que nos tuteemos ese tuteo signifique algo; para que la palabra tú sea una pequeña declaración de amor, de predilección, de confianza.
Por eso cuando el tú se hace universal e indiscriminado, pierde su belleza y su sentido.
—Pero los ingleses no distinguen entre tú y usted —me interrumpió Carmen—.
—Es cierto; pero, como necesitan una forma de expresión semejante, en las viejas películas de amor, llega un momento en que los protagonistas dejan de llamarse Mr. Brown o Miss Douglas para ser Paty y David. Es su forma de tutearse.
—¿Y si alguien te tutea sin pedirte permiso y sin conocerte de nada?
—Eso ocurre alguna vez, sí. Es como si alguien llamara a la puerta de tu casa y entrara directamente a hasta el dormitorio. Es una invasión de tu intimidad y, por tanto, una pequeña grosería socialmente admitida.
—Lo que no entiendo —intervino Lucía— es por qué podemos hablar a Dios de tú, y al sacerdote, que se supone que lo representa, le tratamos de usted.
Me vino entonces a la memoria la letra y la música de una vieja canción mexicana llena de recuerdos. Habla de la laguna de Chapala y de sus pescadores; y llama a aquel lugar “rinconcito de amor, donde las almas pueden hablarse de tú con Dios”.
Es lógico que tuteemos a Dios, porque Él sí que entra hasta la cocina de nuestro corazón. Más aún, nos da permiso para que cada uno de nosotros hagamos lo mismo… Tutear a Dios es descubrir que somos sus hijos.
El cura también podrá tutearnos, cuando acudimos a él por ser sacerdote y esperamos que nos hable en nombre de Dios. Pero su corazón sigue siendo el de un hombre que necesita poner cerrojos en algunas puertas. De ahí que se defienda con el “usted” ¿Lo entendéis?
Sí que lo entendían. Y, como casi siempre, no logramos agotar el tema. Y es que el tuteo generalizado tiene bastante que ver con el impudor, con el vestirse y el desnudarse, con la trivialización de la afectividad…
Pero me quedé sin tiempo igual que ahora me quedo sin espacio.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
jueves, 3 de abril de 2008
Sobre el tuteo y el “usteteo”
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9 comentarios:
Yo no puedo estar más de acuerdo. El usted no sólo no me parece "lejano", sino me parece una fórmula del español preciosa que no se debería perder. Implica respeto, y el respeto siempre implica cierto cariño, o aprecio. Yo a los sacerdotes les trato de usted, aunque no me enseñaron a hacerlo así. En mis tiempos, en el ambiente en que me movía, en Asturias, todo el mundo era "de tú". Por supuesto los sacerdotes los primeros.
Pero luego me hice un poquito mayor y me di cuenta de que los sacerdotes no eran personas cualquiera. Bueno, esto último sé que puede llevar a interpretaciones erróneas, pero yo lo veo así. Tengo mi explicación, pero no me quiero prolongar.
En cuanto a la gente mayor, me parece precioso tratarla de usted, también. Y en el trabajo, a todos aquellos con quienes hablo, menos a mis compis, claro. Pero sí a mi jefe, por ejemplo. Y a todos los profesores.
Y no creo que sea rebajarse, ni muchísimo menos.
Su entrada me ha hecho recordar a mi padre, un maestro de los de antes, muy vocacional, que al final de su vida sufrió una serie de complicaciones por la diabetes. Cada vez que entraba en el hospital y empezaba el personal "venga, Antonio, tómate la pastilla", se ponía malo de verdad. El tuteo y las confianzas abusivas (que no es lo mismo que el cariño) hacían aún más inhumana su estancia allí.
Soy profesora en la universidad y tengo que explicar esto a mis alumnos y aun decirles que los tratamientos no son alienantes ni fascistas (los regímenes comunistas tienen usos y tratamientos aún más rígidos). Es más, que el 98% de los hablantes de español son hispanoamericanos y que por esas tierras el tuteo no está tan generalizado como en España (y ni de lejos como en Andalucía) y que si no manejan estos usos, pueden sufrir sus consecuencias en el mercado laboral. Pero me miran con ojos como platos; todavía quieren ser "el profe enrollao". Pero ¡cuántos me comentan años después, cómo se han acordado de nuestras clases!
¡Qué bonito, qué cómodo y qué conveniente es un usted a tiempo!
Felicidades, me ha encantado la comparación del tuteo con una casa. Chapó
La parábola de la casa está muy bien, sí. Hay como una conciencia extendida de que el usted supone lejanía, como ha dicho Historias del Metro. En cierto modo es cierto, pero también es cierto que esa distancia existe y debe recorrerse poco a poco. Me parece una muestra de respeto preciosa saber recorrer poco a poco esa distancia, sin avasallar y a la vez sin negarse a andar. Pero la gente se ríe del "saber esperar" (recordemos "Amo a Laura"...).
Pero hasta ahora lo he tenido fácil: a los mayores y superiores, de usted, a los compañeros y a la gente de mi edad, de tú. ¿Cuándo tendré que cambiar a tratar de usted a mis semejantes?
Pues yo creo que un día, Juanan, sin darte mucha cuenta, te encontrarás hablando de usted a una persona que parece de tu edad, pero que, al no conocer de nada, preferirás tratarle con esa fórmula de cortesía y respeto.
Mi padre es profesor jubilado. Dio clases a mis hermanos. Ellos , en el aula le decían: Sr. Estil-les ... ¿podría volver a explicar "tal"? . Por supuesto "oiga", "usted" etc...
Mis hermanos lo veían de lo más natural. De "usted" en clase porque en ese momento su función era enseñar literatura. "Papá" y de "tú" en los pasillos del cole.
También mi hermano pequeño ( y de eso hace muy poco tiempo) ha dado clases de literatura a mis hijos. Y lo mismo: Sr. Estil-les, oiga, usted.
En este caso no se trata de más o menos cercanía o intimidad. A veces puedes tratar a la misma persona de tú o de usted dependiendo de las circunstancias.
Completamente de acuerdo, D. Enrique. Y coincido en el acierto del símil de la casa, porque este asunto no es un tema de educación o fórmulas de urbanidad, que son cambiantes. Es, como Usted dice, algo más profundo.
De todos modos... confieso que hay un lado de la cuestión que "pica" un poco, y es el de asumirlo personalmente: desde hace poco ya me tratan a mí de usted. Confieso que la primera vez me "hundió", como mostraba el anuncio de cocacola ese...
Y no me refiero a situaciones paciente-médico o cliente-dependiente, sino a un niño de unos 10 años que, por la calle, a mis espaldas venía diciendo "Usted, usted, señora!" y yo no me giraba CONVENCIDA de que no iba por mí... Ante la insistencia, me di la vuelta "para mirar" y... ¡era a mí! Se me había caído un foulard sin darme cuenta y él lo había recogido.
Pues eso: que también hay que asumirlo. ¿Señora? Uf. JAJAJJAJA
El tratar de Ud o tú a alguien desde mi punto de vista, depende del respeto que ese alguien merezca. A ver: ahora te llamo de tú porque te pienso mi amigo, pero en realidad le debo tratar de ud. por el respeto que ud merece por su posición, edad, altura intelectual, o servicio que me presta. O sea que no depende de lo que YO sienta en ese momento, si no de lo que la propia persona representa.
Vamos D Enrique que a mi no me sale llamarle de ud aunque me conozca desde mi mas tierna infancia, y haya metido a mi tia en un convento!
Borramos la última frase y decimos que no me sale llamarle de TÚ... ASí se entiende mejor.....
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