Venía hacia mí camino del Estadio Bernabeu. Era negro y lustroso (espero poder decirlo sin que me denuncien). Además era apuesto, joven, con una piel envidiable y un gorro de colores: amarillo, rojo, azul.... Su vestido, ligero como el aire, era de seda u otra tela semejante, y hacía juego con el sombrero en una increíble sinfonía cromática.
Se detuvo a mi lado, sacó una pequeña cámara y comenzó a hacer fotos al estadio. Yo también me quedé parado unos segundos, y al fin ocurrió lo que preveía:
—Father ¿puede sacarme foto..., sí?
Me llamó "padre", y su castellano no era malo. Su cámara tampoco: era digital y de buena marca. En la pequeña pantalla apareció la figura del turista africano, y entonces sentí una envidia terrible: nada de "sana" envidia; cochina y miserable envidia, porque yo también querría vestirme así, de todos los colores, sin que el color tenga más significado que el puramente estético.
¿Por qué en esta cultura nuestra, y sobre todo en España, nos asusta tanto el color?: el rosa es de niña; el azul, al baúl; el verde de guardia civil: el amarillo, qué horror trae mala suerte; los calcetines blancos son horteras; el marrón es de pueblo...
Ya escribí un día sobre el doble sentido que tiene en España la palabra "serio". Lo serio es importante y lo importante debe ser serio. Si quieres ir solemne, tienes que vestirte de pingüino. Y si te atreves con los colores, supondrán que sufres qué sé yo qué extrañas perversiones.
No te arriesgues, muchacho. El color sigue siendo tabú. En África, en cambio, es inocente. Está al alcance de cualquiera. Lo único que importa es la belleza, la dignidad de la belleza.
Yo ahora voy vestido de negro. No me molesta, al contrario: es el uniforme de un oficio que no tiene horario. Pero me gustaría que ese uniforme se pareciera al del africano que fotografié junto al Santiago Bernabeu.
Pero os contaré un secreto: "yo me visto como ni los mismos reyes para celebrar la Misa". Lo escribió José Miguel Ibáñez, y tenía razón. Ayer mismo estrené una casulla blanca de seda, con una rosa dorada. No es un exceso: cuando el sacerdote se reviste para la Eucaristía, ya no es nadie: pierde su nombre y su apellido. A partir de ese instante, Cristo mismo lo expropia y toma el mando de su vida.
Es grande ser cura. Creo que ya os lo había dicho.
Se detuvo a mi lado, sacó una pequeña cámara y comenzó a hacer fotos al estadio. Yo también me quedé parado unos segundos, y al fin ocurrió lo que preveía:
—Father ¿puede sacarme foto..., sí?
Me llamó "padre", y su castellano no era malo. Su cámara tampoco: era digital y de buena marca. En la pequeña pantalla apareció la figura del turista africano, y entonces sentí una envidia terrible: nada de "sana" envidia; cochina y miserable envidia, porque yo también querría vestirme así, de todos los colores, sin que el color tenga más significado que el puramente estético.
¿Por qué en esta cultura nuestra, y sobre todo en España, nos asusta tanto el color?: el rosa es de niña; el azul, al baúl; el verde de guardia civil: el amarillo, qué horror trae mala suerte; los calcetines blancos son horteras; el marrón es de pueblo...
Ya escribí un día sobre el doble sentido que tiene en España la palabra "serio". Lo serio es importante y lo importante debe ser serio. Si quieres ir solemne, tienes que vestirte de pingüino. Y si te atreves con los colores, supondrán que sufres qué sé yo qué extrañas perversiones.
No te arriesgues, muchacho. El color sigue siendo tabú. En África, en cambio, es inocente. Está al alcance de cualquiera. Lo único que importa es la belleza, la dignidad de la belleza.
Yo ahora voy vestido de negro. No me molesta, al contrario: es el uniforme de un oficio que no tiene horario. Pero me gustaría que ese uniforme se pareciera al del africano que fotografié junto al Santiago Bernabeu.
Pero os contaré un secreto: "yo me visto como ni los mismos reyes para celebrar la Misa". Lo escribió José Miguel Ibáñez, y tenía razón. Ayer mismo estrené una casulla blanca de seda, con una rosa dorada. No es un exceso: cuando el sacerdote se reviste para la Eucaristía, ya no es nadie: pierde su nombre y su apellido. A partir de ese instante, Cristo mismo lo expropia y toma el mando de su vida.
Es grande ser cura. Creo que ya os lo había dicho.
6 comentarios:
Eso es algo que hasta hace poco no he empezado a entender. A Dios hay que reservarle lo mejor, las primicias de nuestro trabajo. Los ornamentos deben ser por tanto muy buenos, hechos en materiales bonitos y resistentes según su uso y elaborados con el mayor esmero. Una casulla no es un poncho, y un cáliz no es una copita.
También es verdad que hay mucha gente que se muere de hambre. Pero hay muchos lugares de los que sacar dinero para cuidar de ellos sin llegar a lo sagrado.
Bueno, para colores están... las corbatas. Aunque tampoco eso le satisface, me temo.
Don Enrique: vístase un día con vaquero y polo del color que más le guste, quizá pase desapercibido y nadie pare "al cura";Por un dí disfrutaría de los colores... Yo conozco a un sacerdote que le gusta el ciclísmo y se pone su "malla" de colores, sus gafas de sol(que parecen de las que usan los albañiles en américa), su casco a la última y si pasara por mi lado no lo reconocería!!!
Yo también conozco a ese cura
África es mi continente preferido, y también sus gentes: tienen una alegría dulce y tranquila, sus ojos están llenos de ingenuidad y bondad; tienen una suavidad y una cadencia especial en sus ademanes, que a mí me parecen muy elegantes. Además son tan sufridos...
Yo creo que los colores vivos de sus ropas son un reflejo de esa luminosidad de Africa.
No me extraña, D. Enrique, que mirara con envidia a ese negro tan guapo y elegante. Estoy de acuerdo con "Anónimo", quítese la envidia vistiendo como le dé la gana cuando no ejerza como cura. Usted es muy creativo.
Hoy a la Misa del colegio donde trabajo un poco asistían los padres del sacerdote que la celebraba.Ysentí envidia...creo que de la buena.
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