miércoles, 7 de mayo de 2008

Regaliz (I)

Aquí comienza un cuento para niños en el día de su Primera Comunión.
Hace años lo conté a un grupo de atentísimos renacuajos en ese día tan especial, desde el presbiterio de la Iglesia de la Asunción. Luego lo escribí más que nada para no olvidarme de la historia.
Uno piensa que es preciso pelear contra la agresión creciente de la tele con la fuerza de la palabra hablada, no leída.
Si contáis este cuento a vuestros hijos, no os olvidéis de comenzar, con el “érase una vez”, y terminar, como toda la vida, con “colorín colorado este cuento se ha acabado”.
Como la historia ha quedado un poco larga la dividiré en tres partes.

Primera parte


Por aquella época aún no se había inventado el regaliz; pero como Abel tenía la manía de darlo todo, sus amigos empezaron a llamarle así: Regaliz.

Abel tenía 9 años, y era muy generoso. Si le ofrecían algo de comer se lo llevaba a casa, porque sus padres eran muy pobres; pero si se trataba de un juguete o de cualquier otra cosa, lo regalaba a sus amigos:

—¿Te gusta, Lucas? Para ti. Te lo regalo.

—No seas así, Regaliz. Quédatelo tú… Deberías pensar un poco en ti mismo.

—¿Y yo para qué lo quiero?

—Guárdalo —le insistían sus amigos—. Algún día te servirá.

—¿Y dónde me lo podría guardar? No tengo armario, ni cajones, ni nada. Y los bolsillos del pantalón están llenos de agujeros.

La verdad es que Regaliz era superpobre. En efecto, no tenía casa, ni cama, ni juguetes… Sus padres vivían de prestado en una cabaña y pedían limosna para poder comer.

A Regaliz, sin embargo, ser rico o pobre no le preocupaba gran cosa. Él siempre conseguía lo necesario y hasta llevaba a casa la cena, gracias a que los vecinos del pueblo le pagaban los muchos favores que hacía a todo el mundo.

El único juguete de Regaliz eran las aves: le encantaba contemplarlas, perseguirlas por el campo, localizar los nidos y coleccionar las plumas que perdían en el bosque. Las guardaba en una bolsa que siempre llevaba al hombro.

Según él, conocía los nombres de todos los pájaros de la región y era capaz de distinguirlos en vuelo, aunque estuvieran muy lejos, sólo por la forma de mover las alas. Claro que sus amigos no se fiaban demasiado.

—¿A que no sabes qué pájaro es aquél que se ve allá lejos?

—Ni tú tampoco.

—Claro que lo sé: es un reiazul.

—¡Valiente tontería!, ningún pájaro se llama así.

Tenía razón su primo Andrés. Reiazul no es un nombre de pájaro. Pero es que en aquella época casi ningún pájaro tenía nombre.

A Regaliz le habían enseñado en la escuela que, en el Paraíso Terrenal, nuestros primeros padres habían puesto nombre a cada uno de los animales, desde los mosquitos a los elefantes. Pero también había oído decir que Adán y Eva tuvieron que salir corriendo de aquel lugar. Así que lo más probable es que se dejaran la lista de animales olvidada junto al famoso árbol de la manzana.

—¡Pues Reiazul se llamará Reiazul —insistía Regaliz—, al menos mientras no encuentre un nombre mejor.

Cuando hablaba así, sus amigos le tomaban el pelo; pero, en el fondo, le tenían verdadera admiración porque decía cosas la mar de originales, que nadie en el pueblo podía discutir.

Una tarde, al volver del campo, por poco se tropieza con un pájaro que estaba picoteando piñones junto al camino. Era muy grande y hermoso: tenía el pico rojo, el pecho verde, y la cabeza amarilla con un penacho dorado. La cola era larguísima como la de un faisán, pero de muchos más colores.

El ave se sobresaltó al ver a Regaliz y levantó el vuelo tan bruscamente que perdió una pluma de la cola.

—¡Qué maravilla! —pensó Abel—. ¡Ésta, para mi colección!

Y mirando fijamente al ave que se alejaba, declaró:

—Tú te llamarás Pierdeplumas crestado.

Camino adelante, empezó a pensar que la pluma era demasiado bonita para una colección tan pobre como la suya. Le daba no se qué guardarla en una bolsa fea y pequeña entre plumas de gorriones, de pardillos o de estorninos. Total, que mirándola y remirándola, decidió que, si se le presentaba la ocasión, podría regalársela a alguien que la necesitara más: a un cazador, para que se la pusiese en el sombrero; a un famoso poeta, para que escribiera versos con ella o incluso a un rey, para que firmara decretos y leyes.

continúa...




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado D. Enrique. Me lo imprimo por capitulos. Mi hijo Hace la primera comunión el dia 17 y estoy emocionadisima. Por cierto, me acordaré especialmente el sábado de la macrocomunión que va a celebrar. Soy prima de los Pimentel, su saga favorita.
Gracias por las cosas tan bonitas que escribe.

Anónimo dijo...

¡Yo también recibí un cuento tuyo por mi primera comunión!. Ahora mismo no recuerdo el nombre del borrico protagonista pero cuando llegue a casa lo buscaré porque, por supuesto, lo tengo guardado...
Igual o más bonito que éste que nos estás contando ahora.
Susana.

Anónimo dijo...

Pues a ver qué te inventas para la mía. Aunque esto de los capítulos es un poco torturante!!! ¿Qué hizo finalmente con la pluma??

Anónimo dijo...

D. Enrique, que continúe pronto porque si se les leo el cuento a medias no se me duermen y me lo tengo q que inventar yo!