jueves, 8 de mayo de 2008

Regaliz ( y III)


Tercera Parte


Caminaba Regaliz por la orilla del lago cuando vio una multitud a lo lejos, en la ladera de la montaña. El sol del atardecer iluminaba la figura de un hombre vestido de blanco que, sentado en lo alto de una roca, parecía hablar a los demás.

Movido por la curiosidad, fue acercándose poco a poco. Al principio no oía bien las palabras, pero sí la voz de aquel hombre, que era recia como un trueno y, sin embargo, cariñosa y dulce como una melodía.

Regaliz empezó a subir por la pendiente. Pocos minutos después se encontró sentado junto a Jesús.

Sí, era Jesús, y estaba rodeado de sus apóstoles, de los discípulos y de una inmensa multitud: había hombres, mujeres y niños. La mayoría no eran de allí (Abel conocía muy bien a la gente de aquellas tierras). Muchos estaban enfermos, y en los rostros de todos se leía el cansancio de una larga caminata.

Jesús contaba cuentos. Hablaba de pescadores, de un hijo que se marchó de casa, de un sembrador que echaba a voleo la semilla…

Y a Regaliz —como a todos— se le pasaron las horas sin darse cuenta.

Había empezado a anochecer cuando Jesús hizo una pausa y fijándose en la multitud que le escuchaba como embobada, se dirigió a un discípulo alto y de barba roja que estaba a su lado:

—Deberíamos comprar panes para que coman todos éstos, ¿no te parece, Felipe?

Felipe contestó:

—Pero, Señor… Harían falta más de doscientos denarios de pan para alimentar a tanta gente. ¿De dónde quieres que los saquemos?

—¿Cuantos panes tenéis?

Felipe y los demás apóstoles no sabían qué contestar. Seguramente se trataba de una broma de Jesús. Pero Abel, que había oído toda la conversación, comprendió que había llegado su momento, y dijo al oído de Andrés.

—Oye, yo tengo cinco panes y dos peces. Dile a Jesús que se los regalo.

Andrés sonrió:

—Aquí hay un chico que tiene… Pero ¿qué es esto para tantos?

Jesús se acercó a Abel:

—¿Me los regalas, Regaliz?

Al oírse llamar así, casi se muere del susto.

El Señor, entonces, tomó en sus manos los panes y el pescado, y mandó a la gente que se sentasen en grupos, porque, según dijo, iba a empezar la merienda. Entre el chico y los apóstoles encendieron unas brasas para asar los peces, y el aroma se extendió por la montaña, y abrió aún más el apetito de todos.

—Oye, ¿pero no habíamos quedado que sólo tenías dos peces? —preguntó Tomás— ¡Yo ya he asado cinco!

—Y yo cinco más, contestó Abel.

—Y yo diez, aseguró Mateo.

Para entonces los panes se habían multiplicado por cien o por mil, y las gentes, que no sabían muy bien lo que estaba pasando, aplaudían, gritaban y cantaban llenos de entusiasmo.

¡Cómo disfrutó Regaliz repartiendo sus panes y su pescado entre todos!:

—Toma, para ti. ¡Te lo regalo! Y si necesitas más me lo pides, ¿vale?

Al terminar, era ya de noche. Jesús se levantó e hizo ademán de marcharse.

A Abel le dio un vuelco el corazón. No se le había ocurrido que aquello pudiese terminar así, tan pronto. Echó a correr detrás de Jesús, y gritó:

—¡Espérame. Yo me voy contigo!

El Señor se detuvo, sonrió y con un pañuelo blanco limpió las lágrimas que ya se le escapaban a Regaliz.

—Todavía no. No te preocupes. Volveremos a vernos. Ahora tienes que ir a casa… Además hay que recoger las sobras. No querrás dejarlo todo así de sucio, ¿verdad? Mira a ver si puedes llevar algo a tus padres.

Abel regresó a casa ya muy tarde.

—¿Se puede saber dónde te has metido? ¿Qué traes ahí?

—He estado con Jesús. Entre los dos hemos dado de comer a miles y miles de personas. Mirad, aquí os traigo algo de lo que ha sobrado.

Abel les enseñó una gran cesta llena de panes y de peces.

—¿Pero cómo…?

—Muy sencillo. Pierdeplumas me regaló una pluma, y, al final, mira en lo que se ha convertido.

Antes de acostarse, abrió la bolsa para sacar las plumas de su colección. Pero…, ¿qué era aquello? Había también un pañuelo. Y todavía estaba húmedo de lágrimas… Jesús se lo había metido allí, sin que él se diera cuenta.

Regaliz comenzó a extender el pañuelo sobre la estera donde dormía. Y de nuevo sintió que el corazón se le aceleraba. Allí estaba la pluma otra vez: blanca, amarilla, roja y dorada.

Aquella noche tardó mucho en conciliar el sueño. Se durmió de madrugada con la pluma en la mano, pensando a quién se la podría regalar.

11 comentarios:

Juanan dijo...

Buf, enhorabuena por el cuento. Tiene mucha miga. Me lo voy a copiar para aplicarlo a alguna catequesis... pero bien contado, como un cuento.

Adaldrida dijo...

jooooo... qué bueno. Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Con éste, el que tiene Susana de su primera comunión y algunos otros que tengas por ahí en el disco duro, podías mandarlos a la imprenta y hacer un librico (el acento me traiciona, creo). Aunque estemos en la era internet, el invento de los libros siempre estuvo bien.
Merci!

Anónimo dijo...

Es precioso, y muy útil para los niños de todas las edades.
Gracias

ARdV dijo...

Qué lindo d.Enrique!!! Ayer les leí a mis hijos la primera y segunda parte, al terminar, les dije: seguimos mañana. La respuesta unánime: nooooooo!!!!! "en serio, seguimos mañana, no tengo idea cómo termina, vamos! a dormir!" Hoy terminamos. GRACIAS!

Juanma Suárez dijo...

Me ha encantado el cuento, pero sobre todo el comentario de LUISA: "me gusta pensar que mi Dios tiene sentido del humor", porque me ha recordado a una frase que se dice en una serie de televisión que he visto hace poco y que trata sobre un programa de humor de una cadena de TV; sus actores, su guionista, su productor..., los problemas para hacer un programa en directo de comedia... La serie se llama STUDIO60, y en uno de sus capítulos los actores, antes de comenzar el programa, se reúnen todos y rezan o dicen algunas palabras de ánimo. En uno de ellos, una de las actrices dice precisamente éso (más o menos, no recuerdo las palabras exactas): "...y Señor, gracias por el humor, porque tu Hijo debió tener mucho sentido del humor para que le siguiera tanta gente..." Me encantó la frase, y LUISA me la ha recordado.

Precioso el cuento.

Nuevepornueve dijo...

GENIAL, D. Enrique. Y, después de leer los comentarios...Ahí va una idea -si es que no se le ha ocurrido ya a Ud.- Sea bueno y regalenos mañana la Oración del Buen Humor, la de Sto. Tomás Moro. Si no la tiene (que lo dudo) pídamela.

Enrique Monasterio dijo...

Gracias, Paula: tu comentario es el mejor de todos. Trataré de ir pensando otros cuentos.

Anónimo dijo...

Gracias, D. Enrique; me he emocionado.

Anónimo dijo...

Muchas gracias D. Enrique , con su permiso , he copiado el cuento para hacérselo llegar a niñas de un club de Oviedo , y para alguna más que haga la primera comunión.

Anónimo dijo...

¡Esto no es un "cuento"!...es la realidad del amor de Jesús narrada con sencillez y belleza.