No se habla de otra cosa en Madrid. Aquí todos se espían y todos son espiados. Algunos políticos aseguran se sienten observados y acusan a otros políticos de ser unos cotillas y de mirarlos por el ojo de la cerradura. Éstos, a su vez, dicen que no y que no, que las víctimas son ellos y que los acusadores en el fondo son los causantes de todo el enredo y se van a enterar, porque sienten en la nuca el aliento de un espía que les sigue a todas partes y, la verdad, así no hay quien espíe en paz.
Comprendo que el asunto es complejo y yo no sé explicarme mejor. Lo que no entiendo es de qué se quejan. Aquí si no te espían no eres nadie. A mí mismo, que soy irrelevante, me siguen legiones de agentes secretos. Hoy, por ejemplo, he salido a la calle, y José María, el portero de la finca, me ha interrogado con mal disimulado interés sobre mis planes laborales. Le he informado (para despistar) sobre mi ataque de lumbalgia que, gracias a Dios, está ya en franca recesión, y nada más poner el pie en la acera, “Godo”, el perrito de los vecinos, me ha mirado con la agudeza que le caracteriza. He dirigido la vista al cielo. En ese instante los satélites de Google pasaban por la Castellana y filmaban todos mis movimientos. Yo me he encasquetado un sombrero impermeable. Siempre he dicho que es para la lluvia, pero lo cierto es que trato de protegerme la sesera, no sea que el satélite grabe también mis malos y buenos pensamientos.
Antes de llegar a la parada del 27, ya había superado varias cámaras de seguridad: las que ha instalado el Ayuntamiento en la Plaza de Cuzco para la cosa del tráfico y dos más de contribuyentes privados. También había un equipo móvil de televisión que no sé qué pintaba delante del Ministerio de Industria.
Dentro del autobús apenas había pasajeros. Estaba, eso sí, el carterista del 27, un viejo amigo que trabaja esa línea e intentó robarme hace un par de años con poco éxito. Hoy le he visto triste. Será que la crisis le afecta. Le he saludado con cariño y le he recordado el pequeño incidente que tuvimos cuando me metió la mano en el bolsillo y yo le agarré un dedo con imperdonable violencia. No me ha contestado, pero su mirada… Para mí que ahora es espía. La prueba es que se ha bajado en la primera parada y ha huido a gran velocidad.
He bajado en la plaza de Colón y he sacado unas cuantas fotografías de las vacas coloreadas que han colocado por todas partes. De pronto he caído en la cuenta: las vacas me miran, sus ojos tienen un no sé qué diferente de los bovinos de mi infancia. ¿Serán espías disfrazados? Yo, por si acaso, he ocultado la máquina de fotos y me encaminado deprisa hacia la calle Lagasca.
En esto oigo una voz.
—Perdone, padre, ¿conoce usted a don José?
Reconoced que es una extraña pregunta. Naturalmente que conozco cientos de ciudadanos llamados don José.
—¿Se refiere usted a don José Ortega y Gasset?
Al espía le hizo gracia mi salida y fingió que se interesaba por otro clérigo al que no tengo el gusto de conocer.
Camino de la consulta del dentista, me detuve en la Casa del Libro. El dependiente no dejaba de observarme, así que huí rápidamente. El doctor Ausín, que es hombre de trato afable, me recibió con cordialidad, pero sospecho que me ha implantado una grabadora en miniatura.
Creo que yo también daré un comunicado a la Prensa.
No me llaméis "blog". Soy un globo que vuela a su aire, se renueva cada día y admite toda clase de pasajeros con tal que sean respetuosos y educados, y cuiden la ortografía. Me pilota desde hace algunos años un cura que trata de escribir con sentido sobrenatural, con sentido común y a veces con sentido del humor.
domingo, 25 de enero de 2009
Espías y espiados
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10 comentarios:
De todos los espías que ha sentido hoy,..... los de verdad, pero de verdad de la buena son las vacas. Llevan cámaras en los ojos, que yo lo sé
Pregúntele a Cristina V
¡Mucho ojo con el dentista!
Muy bueno D Enrique; aunque me ha producido un poco de angustia.Prefiero no saber que me espian.¡Se vive mejor!
Muy bueno. Creo que sus lectores también le espían...
¿Qué dice, D Enrique, esto parece una novela de espionaje
… ah , qué interesante, … pero que a usted también le siguen, leo. Pues yo mañana cuando me dirija al trabajo acecharé si alguien me sigue ya que soy una mujer muy importante. Por las vacas, quítese el miedo, que agentes disfrazados no son.
Que…. le voy a poner un link en mi blog, (como en éste hay de todo un poco….) , si no le parece bien, hágamelo saber con un espía.
Jaja, me encanta la punta que le saca usted a todo...
Tenga usted mucho cuidado con las vacas y no olvide el gorro ése...
Esto de los espías da para mucho. En el fondo, si uno lo piensa, o todo el mundo te espía o todo el mundo pasa de ti. ¿Qué opción es la mejor?
D.Enrique ánimo con el lumbago! Es síntoma de juventud.
Y las vacas?. Fijo que tienen cámaras conectadas para controlar los detractores...
Uf!. Lo de la lumbagia duele una barbaridad!. Menos mal que se le ha pasado!
Las vacas me miran y hoy una, cerca de Mallorca, me dijo gordo.Todo esto me recuerda, al misalito regina para jóvenes de ambos sexos, donde un gran ojo decía que Dios todo lo ve, hasta los más ocultos pensamientos. me siento vigilado por su blog.
Es cierto, sinretorno. La vaca de Mallorca tiene muuuu mala pinta
Recuerde siempre: "el que seas paranoico no quiere decir que no vayan a por tí".
Hace poco leí un artículo muy interesante sobre lo perspicaces que llegan a ser los paranoicos: pueden detectar el menor signo de antipatía o disgusto en el brillo del blanco del ojo. Y claro, se sienten rechazados por su interlocutor incluso antes de que abra la boca. De ahí su paranoia, que curiosamente cuando la expresan verbalmente provocan precisamente ese sentimiento de rechazo. La pescadilla que se muerde la cola.
Bueno, en fin, por favor encomienden mañana lunes a mi tía Consuelo, de 96 años de edad, que la operan de la cadera a las 19:00, cachis la mar.
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