domingo, 5 de julio de 2009

El carpintero (Domingo XIV)

Jesús recibió muchos títulos a lo largo de su vida: lo llamaron “Rey de los judíos”, “Hijo de Dios”, “Maestro”, "Cristo", "Mesías"… Él prefería hablar de sí mismo como "hijo de hombre” aludiendo a una vieja profecía del libro de Daniel; pero, cuando regresó su pueblo, alguien lo miró con desprecio y trató de ponerlo en su sitio:

—¿No es ése el carpintero, el hijo de María…? Amigo, no presumas de sabio. Por ahí fuera puedes dártelas de persona importante y hacer milagros, pero aquí sabemos quién eres. Cuando mueras, nos encantará contar que fuiste una gloria del pueblo, que triunfaste en todo Israel, que te llamaban Rabbí. No te apures, pondremos tu nombre a una calle o incluso a la plaza mayor; haremos folletos para el turismo; pero mientras tanto, no eres nadie, ¿me entiendes? El carpintero y gracias.

A Jesús le gustó que le recordaran su oficio, el que ejerció durante años, primero como aprendiz de José y luego como maestro; pero no pudo hacer ningún milagro en su tierra, porque a los aldeanos de Nazaret les faltaba fe. Creían conocer a Jesús, y sólo fueron capaces de ver a un carpintero.

—A un profeta sólo lo desprecian en su propia tierra.

Quizá nosotros nos parecemos algo a aquellos palurdos de Nazaret. También sabemos mucho sobre Jesús; todas sus palabras nos suenan a conocidas; la Iglesia es nuestra familia. Recitamos docenas de oraciones de memoria. Hemos repasado cien veces cada uno de sus milagros, cada gesto del Señor. Ya no nos emociona verlo resucitar muertos ni aplacar tempestades. Sus palabras, ¡ay de mí!, en ocasiones incluso nos hacen bostezar.

Hoy, domingo, pido al Señor que venga “desde lejos” como si fuera la primera vez; que me borre de la memoria todo lo que creo saber sobre Él; que me conmueva con la fuerza de sus palabras recién estrenadas; que me incendie el alma; que me arrastre sin contemplaciones; que cure mis heridas, que son tantas; que nos enseñe -a todos- a ver en sus manos de carpintero las manos poderosas de Dios.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Por esta vez le doy toda la razón; el acostumbramiento puede ser una enfermedad...
Gracias, ha dado en el clavo.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Buena homilía, pardiez. Estas tiene que colgarlas el sábado anterior, para inspirar a los curas.

M Luisa dijo...

hola, a pesar del calor que me da encender el ordenador, aquí estoy.

En la homilía,el sacerdote de mi diócesis decía esta mañana que en los pueblos cada persona lleva un patrón. Jesús no se resignó a ser siempre el carpintero y la gente no le aceptó el "salirse de su lugar", pero Él se salió. A mí me ha llegado en el sentido de que por qué no voy yo a salirme de "una etiqueta", "un adjetivo", "una fama",...

si le sirve,...

Isa dijo...

Excelente. Sí, yo también quiero que cada día sea una nueva aventura junto a Jesús; que no me acostumbre a recibirlo en la Comunión, que no me acostumbre a ser perdonada siempre en la Confesión (haga lo que haga...), a recibir tanto cariño suyo...

GAZTELU dijo...

GRACIAS.....gran meditacion,no hacer mi relacion con Dios una rutina.

Clara dijo...

Pro eso rienen tanta fuerza los testimonios de los conversos. A mi me encanta leerlos, me remueven por dentro.

Gonzalo dijo...

Excelente homilía.

Saludos.

Unknown dijo...

¡Cuanta razón tiene Don Enrique!
No se imagina lo que me han conmovido sus palabras... cuanto desearía borrar de un plumazo lo que creo saber para quedar vacía y poder llenarme de la Buena Nueva...