domingo, 26 de julio de 2009

La corrupción bien entendida empieza por uno mismo





El refrito de este mes recoge buena parte de un artículo que publiqué en "Mundo Cristiano" hace ya muchos años, cuando la palabra "corrupción" salía en las portadas de los periódicos todos los días y en España el hedor de la política empezaba a ser insoportable.

Por aquella época, yo era capellán del colegio "Aldeafuente" y daba algunas clases de Moral en segundo o tercero de bup. Aquellas clases dieron mucho de sí, gracias especialmente a que las alumnas me salieron listas y estudiosas.

Al releer ahora lo que escribí, constato que no hemos mejorado mucho; pero me temo que, al contrario de lo que ocurrió entonces, hoy sí tendré detractores. ¡Relacionar la corrupción con el divorcio; qué barbaridad!

Lo malo del asunto es que el paso de los años y la experiencia pastoral con cientos de personas no me ha hecho cambiar de opinión. Al contrario.



—¿Alguien sabría decirme qué significa corrupción?

Como no estamos en clase de Química, sino de Moral, las alumnas comprenden que no me refiero a fenómenos de descomposición orgánica, sino, probablemente, a ciertas conductas de triste actualidad.

—Es dar dinero para conseguir una cosa…, responde Ana.

—Ya. Por ejemplo, comprar el periódico.

—No. Bueno…, es sobornar; lograr algo sin tener derecho.

—De acuerdo. Y, ¿qué os parece?: ¿podríamos también llamar corruptos a los que se drogan?

—No. Eso es una enfermedad.

—¿Y a un bígamo?

Desconcierto en el aula.

—Me refiero al que tiene dos mujeres.

—A ése habría que darle una medalla —interviene Inés, que le gusta dar la nota.

—En serio —insisto—. ¿Consideraríais corruptos a los mentirosos crónicos, a los adictos al sexo, a los glotones, a los ludópatas…?

—Eso es asunto de cada uno —interviene Leticia—. No podemos entrar en la intimidad de nadie.

Por una vez, todas parecían opinar lo mismo: corromper o corromperse —en activa o en pasiva— equivale a robar. La corrupción, por lo visto, no afecta al ámbito de la vida privada.

Como casi siempre, las alumnas coinciden con la tesis dominante. Y es que, en cuestiones de ética, para saber lo que piensa la mayor parte del personal, basta con preguntárselo al enanito que nos adoctrina tan abnegadamente desde la tele.

En este caso, la tesis oficial parece ser la de elogiar la incoherencia; incluso la esquizofrenia. Lo que se lleva es denunciar con toda energía —al menos teóricamente— los casos de corrupción política, económica, etc., y, al mismo tiempo, pasar por alto o incluso aplaudir el desorden moral en el ámbito privado. No es que exista un razonable temor a sacar a la luz los íntimos trapos sucios del prójimo. Al contrario: esos trapos se airean más que nunca, pero para exhibirlos con orgullo y jalearlos como signos de autenticidad, de independencia de criterio, incluso de progresismo ético.

Hace tiempo leí un artículo en el que se defendía, con verdadera pasión, la inmaculada honradez de un conocido político. Y, para probar su coherencia, su espíritu rebelde e inconformista (eso que se empeñan en calificar como honestidad), el piadoso apólogo relataba con pelos y señales la vida amorosa, turbulenta e irregular, del jerarca en cuestión.

Entendámonos. Dejando de lado otras consideraciones morales, parece claro, por ejemplo, que cada divorcio, cada separación, es, por lo menos, un fracaso. Y un fracaso no común, sino de mucha importancia. Un naufragio matrimonial toca al centro mismo de la persona, y deja una huella profunda y difícil de curar. El sentido del amor, la dignidad de la sexualidad humana, la capacidad de comprometerse, la grandeza de la fidelidad, son valores tan importantes como quebradizos. Cualquier herida los altera. Y nada corrompe tanto y tan íntimamente como su pérdida.

¿Significa eso que los divorciados o separados sean peores personas que los demás? No querría yo dar a entender eso. Pretendo decir nada más que un corrupto tipo estándar, antes de violar el séptimo mandamiento, lo más probable es que haya pisoteado el sexto (¡qué le vamos a hacer: así es la vida!). Y que la corrupción es, en principio, un problema personal antes que social; privado antes que público; íntimo antes que externo. Que, como dice el Evangelio, los frutos podridos suelen proceder de árboles podridos. Con parecida sabiduría, asegura el dicho popular que no se le pueden pedir peras al olmo.

En resumen: que para atajar la corrupción en la vida pública hacen falta leyes, reglamentos, controles y todo lo que ustedes quieran. Pero, antes de elegir a nadie para que custodie la caja de los dineros, sería útil, también, comprobar que se trata de una buena persona.

—¿Entonces, no es posible ser escrupulosamente honesto en la vida pública y, al mismo tiempo, un hedonista impenitente, un lujurioso sin freno o un vanidoso crónico en la intimidad?

—Pues qué quiere usted que le diga, joven. Cosas más raras se han visto, y yo no lo descartaría completamente; pero, por si acaso, no daré mi voto a un individuo así. Y es que la vida privada, en el fondo, es menos privada de lo que parece.












10 comentarios:

Orisson dijo...

¿Por ejemplo dar el voto a una divorciada, con un hijo probeta de padre desconocido y "casada" por lo civil?

Gracias por decirlo claro: somos responsables de nuestro voto. Y, a una mala, mejor no votar a nadie, ¿no cree, don Enrique?

Vale, y portarse bien.

Anónimo dijo...

Parodiando el título del disco de Supertramp, podríamos decir:
Corrupción, ¿qué corrupción?

Anónimo dijo...

Lo material predomina frente a lo espiritual.
El poder, el dinero, nos mancha, nos envenena.
Probar, mostrar los galones, es lo único que vale.
Tengo, luego soy. O soy, porque tengo.
¡Cómo hacer poesía en un mundo consumista!
El consumismo nos distingue en esta sociedad fría.
Mejor eres cuanto más tienes.
¿Por qué no se admira la belleza del alma?
¿Por qué lo que se valora son los bolsillos llenos?
¿Tan difícil es amarnos los unos a los otros?
Aire, oxígeno, respiración asistida.
Cualquier remedio con tal de sentirnos vivos.
Hay que reciclarnos.
Hay que amarnos como las estrellas aman al cielo.
Hay que ser solidarios.
Peregrinos del bien.
Mensajeros de la paz.
Hay que tener esperanzas.
La transformación puede ocurrir en cualquier momento.

Ave del Paraíso

Inés dijo...

Por esta vez no sé si estoy muy de acuerdo con usted.
No me gusta que me apliquen esteriotipos y de la misma manera procuro no juzgar a los demás por su situación familiar o por la manera en que han sido concevidos sus hijos.
Miro a la persona, y si me apura, en política...al equipo, porque criticar es fácil y alguien tiene que ocuparse de las cosas de todos ¿o no?

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con usted, Don Enrique. Quien no respeta ningún código moral en la vida privada, ¿qué razones va a tener para respetarlo en la vida pública?¿Quién confiaría profesionalmente en alguien que ha resultado ser un amigo desleal? Por otra parte, también sus alumnas tienen parte de razón. No es leal investigar la vida privada de la gente para juzgar su posición, excepto que se tengan serias razones para ello. Creo que casi nunca se tienen todos los datos, con lo que se puede juzgar injustamente, y la persona investigada no tiene obligación de facilitarlos, pues tiene derecho a la intimidad.

Lucía dijo...

Aunque todos somos capaces de muchas cosas horribles , tambien lo somos de algunas grandes.Pero desde luego que para las grandes hay que esforzarse mucho y en todos los campos y uno da de lo que lleva dentro.Es muy difícil que alguien que piensa que matar es bueno en algunos casos defienda la vida con ardor, o que quien piensa que no pasa nada por "echar una cana al aire" defienda la fidelidad. Al final defendemos aquello por lo que luchamos y nos gustaría encontrar políticos que luchen por lo mismo que nosotros y por tanto lo defiendan.

Pseudonima anonima dijo...

Tener las ideas claras para contagiarlo alrededor,pero no me gusta cuando se juzga. "Id del brazo de aquellos que no piensan como vosotros!"

Anónimo dijo...

Cuánta razón tiene Dn Enrique. primero uno es lo que es, con más o menos convencimiento, con más o menos lucha y después eso mismo se proyecta, se refleja en las cosas que hacemos... Lo dice muy bien aquello de "vive como piensas o acabarás pensando cómo vives.
Alguna vez he actuado justificando un mal menor... cada día estoy más convencida de que el mal es mal y no existe lo de "menor".
Al pan pan y al vino vino. Corrupto/a, según la R.A.L.E, es una persona que se deja o a dejado sobornar, pervertir o viciar. Dañado, perverso, torcido. Nada tiene que ver lo que se siente con el corazón por las personas que están en estas situaciones, pero a eso no se le llama "intimidad".

Anónimo dijo...

Coincido en que sólo se tiene una cara o se tiene demasíada.

Nunca votaría a un político que me conste que engañe, haya engañado a su mujer o, el asunto le parezca irrlevante. En términos generles, si engaña a quien prometió amor eterno ¿cómo no me va a engañar a mi que no me conoce?.

Puede que su mujer sea una plasta pero también puede que la situación económica en la que le toque el mandato sea complicada así que votaría a un hombre que sepa sobreponerse a las dificultades.

Rosa dijo...

Este post es bastante duro. Vivir la castidad y la fidelidad no siempre es fácil, aunque se tenga intención y buena voluntad.
Por si algunos se han desanimado un poco al leer este post y quizá verse reflejados en él, permítame Padre, recordarles que no luchan solo, que tienen siempre a su disposición la gracia de Dios:

Un ejemplo bíblico nos ayudará a descubrir el poder de la gracia. Todos recordamos quien era Moisés y qué le dio Dios en el Sinaí. A pesar de ello muchos desconocen que el mismo Dios, entre los preceptos de la Alianza que estableció con Moisés, dejó escrito la posibilidad de la poligamia y del divorcio, denominado libelo o documento
de repudio (Dt 24,1). Esto sucedió mil doscientos años antes de Cristo. Y esta fue la costumbre del pueblo escogido durante doce siglos. Un día, uno de los discípulos preguntó a Jesús: «¿Cómo es que Moisés ordenó que, si el marido quiere divorciarse, dé a su mujer un documento de divorcio?». Jesús respondió con fuerza: «Moisés
os permitió divorciaros de la mujer por vuestra dureza de corazón. Pero al principio no era así. Y yo os digo que
quien se divorcia de su mujer, fuera del caso de una relación ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio.» Fue
tanta la sorpresa, el desconcierto y la incapacidad para entender las exigencias del amor humano que el Maestro les presentaba que le dicen ingenuamente: «Si la situación entre marido y mujer es esta, vale más no casarse.
» (Mt 19,3-10).
¿Cómo es posible, ante una tradición de siglos, que ahora, el mismo Dios, cambie de repente aquello que Él mismo dispuso con respecto al amor de los esposos, sobre la fidelidad por siempre jamás?. ¡Los discípulos no se ven
capaces de vivirlo! ¿Qué ha sucedido para que ahora se pueda pedir a todos sin excepciones? La respuesta está en la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, fuente de vida nueva que capacita al hombre para vivir
en plenitud todas las exigencias de la dignidad humana y del amor humano. Sin Cristo, sin su gracia, que nos llega ordinariamente por los sacramentos –la eucaristía y la confesión frecuente, la vida de oración y la vida moral– es imposible vivir el amor como Cristo nos ha enseñado y nos ha mandado. Pero, con Él, todo es posible. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5) –afirmó Nuestro Señor contundentemente–; con Él, lo podemos todo.


(fragmento de la conferencia "El amor humano" del Dr. Joan Costa Bou)
http://www.jp2madrid.org/jp2madrid/documentos/coleccion_educar_amor/EDUCAR_08001.pdf