Conocí
a don Rafael Llano Cifuentes aquí mismo, en esta casa de Molinoviejo donde estoy
ahora. Fue en agosto de 1960. Yo asistía a un curso de verano en compañía de
otros veintitantos universitarios de la Obra llegados de toda España, y Rafael
Llano era el sacerdote, un cura muy joven, siempre sonriente y acogedor, que
predicaba como si llevara medio siglo en el oficio.
Don
Rafael se fue a Brasil poco después y el Santo Padre lo nombró obispo de la Diócesis
de Nova Friburgo. El pasado 23 de febrero, ya como obispo emérito, celebró su
80 cumpleaños, y en la homilía de la Misa dijo, entre otras muchas cosas, lo
siguiente:
En
el curso de la vida, la existencia, en el otoño, cuando no se rechaza el núcleo
interior de la personalidad, se va haciendo cada vez más fuerte la conciencia
de lo eterno, o para decirlo más claramente, la necesidad de Dios. Las cosas y
los acontecimientos de la vida inmediata pierden su carácter perentorio. Lo que
parecía ser de la mayor importancia deja de ser así, y lo que se consideraba
insignificante cobra seriedad y luminosidad. La distribución de los pesos y los
valores que se asignaron a cada una de las cosas, pueden a veces modificarse.
Esta
toma de conciencia no conduce a una visión relativista, sino a dar luz a la
creencia de que para alcanzar la madurez y superar el escepticismo uno debe
renovarse. El idioma portugués es el único que identifica la palabra JOVEN con
la palabra NUEVO. Los más jóvenes son más nuevos. Es muy significativa esa
forma lingüística, porque realmente renovarse es rejuvenecer.
Renovar
la vida es no caer en la rutina, este tipo de decepción decrépita de los que
piensan que poco de nuevo, de diferente, le queda por vivir, que la curva del
tiempo va declinando y en vez de crecer está descendiendo… Síntomas estos de lo
que se viene llamando la crisis de la mediana edad..., de los 40 o 50 años. Una
crisis que no debería suceder a ninguno de nosotros si realmente, en cada paso
de nuestro viaje, supiéramos renovarnos. Es en ese sentido que los franceses
dicen "renovarse o morir".
La
vejez no es la situación de las personas que pierden su juventud. Tenemos que
superar este infantilismo peligroso que lleva a pensar que este momento de la
vida, que se llama juventud, es el que tiene valor para los seres humanos. A
veces la vejez se reduce a aspectos negativos: las limitaciones, pérdida de
elasticidad, la reducción del ímpetu de ciertas facultades... El anciano, de
acuerdo con este punto de vista es un joven disminuido.
Es
importante considerar en esta fase de la vida el valor de la experiencia
adquirida a lo largo del camino y la madurez que se confunde con la sabiduría.
De
hecho, la ancianidad tiene cualidades que la juventud no tiene, sobre todo la
cualidad suprema que llamamos sabiduría. La vivencia profunda de que todo pasa,
nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, a lo eterno.
La
sabiduría propia del hombre maduro, es algo muy diferente del ingenio, de la
astucia. Es más capaz de distinguir entre lo importante y lo trivial, entre lo
genuino y auténtico, entre lo transitorio y lo eterno, entre la fugacidad de la
vida y la felicidad inconmensurable de poseer a Dios.
En
esto radica el primer nivel de sabiduría: una experiencia profunda de que todo
pasa, nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, lo eterno.
La
sabiduría da luz a una estabilidad serena, nueva y excelente, capaz de inspirar
confianza a las personas de todas las condiciones y clases. Junto a ella parece
que se sienta el impulso de exclamar: ¡qué bien que le he conocido, qué buena
oportunidad poder vivir a su lado!. Confieso que esto es lo que sentí cuando
tantas veces conversé con el beato Juan Pablo II, con su sucesor, Benedicto
XVI, y numerosas oportunidades, con mi querido padre espiritual San Josemaría.
Dejo
aquí su última confidencia, cariñosa, optimista, llena de esa madurez suave que
proporciona una experiencia de vida y un elevado amor de Dios, hecha por él en
su Jubileo de Oro Sacerdotal: "Cincuenta años, estoy como un niño que
balbucea: Estoy comenzando y recomenzando en mi lucha interior de cada jornada.
Y así hasta el fin de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor
así lo quiere, para que en ninguno de nosotros haya motivos de soberbia ni de
necia vanidad.”
¡Cuántas
luchas, cuántos intentos frustrados, cuántos renovados esfuerzos, integran la
vida de los amigos de Dios! Una de las cosas que veremos en el cielo será
precisamente que la vida de los santos no será representada por una línea recta
siempre ascendente, uniformemente acelerada sino por una curva sinuosa,
ascendente y descendente, hecha de ánimos y lentitudes, emergencias y retrasos,
aumentos y disminuciones… y de recomienzos vigorosos.
Conocer
la sabiduría de un anciano es una bendición de Dios. Ahí remansa una larga
vida: amó y fué amado, sufrió pero no perdió la alegría de vivir. Y todo esto
se quedó impreso en su rostro sereno, con su voz suave, y tal vez, en su
silencio elocuente, y aún más en su vida de oración: Romano Guardini hace
hincapié en este sentido que "el núcleo de la vida de un anciano no puede
ser otro que el de la oración".
Cuando
el curso de nuestra vida sigue la voluntad de Dios, todo lo que vive se
eterniza, aunque lo que se haga parezca banal: el Señor nunca olvidará las
renuncias que hemos hecho para ser fieles a nuestra vocación, nunca se olvida
de los pequeños sacrificios , las alegrías experimentadas por su trabajo y el
amor, nunca se borrará la ayuda que damos a los demás, aunque fuera tan pequeña
como la del Evangelio que se reduce a dar por amor un vaso de agua ... (Cf. Mt
10:42). Son las palabras, los gestos y obras esculpidas en el libro de la vida
con caracteres de oro que no se desvanecen con el tiempo.
La
sabiduría de la vejez, que pido al Señor me dé, no se consigue con melancólicos
recuerdos, pero sí impregnando este "síndrome" del verdadero atleta
que se esfuerza más y más cuando está llegando a la meta. Hillary, en un
discurso pronunciado en el Parlamento británico después de su primer intento
fallido de alcanzar la cima del Everest, mirando la fotografía de la cumbre,
lanzó un reto: "Voy a ganar. Tú creciste todo lo que podías crecer y yo
todavía estoy creciendo.”
Todavía
estoy creciendo. Esta sabiduría no se deja vencer por la tentación de los
recuerdos, continúa centrada en el futuro que le espera.
Todavía
queda mucho por hacer, todavía queda mucho por construir, mejorar, muchas
virtudes por obtener, muchos proyectos por realizar, muchas personas a quien
hacer felices, hay todavía muchas almas para salvar... Y todavía tenemos la
eternidad de Dios que nos espera junto a los seres queridos! Reflexionando así
sobre las cosas, cómo es posible envejecer!
¿Alguna
vez pensamos en el sonido fonético y psicológico que tiene la palabra “todavía
“? “AINDA” Sigue siendo una de las palabras más bellas de nuestro léxico
portugués. “Todavía” es el adverbio de esperanza y juventud.
La
vida de un hombre que vive en este clima nunca deja de crecer hasta el último
instante. Cada hora, cada día, cada año, cada dolor, cada alegría tiene un
sentido de esperanza: no pasa para gastarlo, sino para construirlo
definitivamente. La gran fuerza del renovado sentido de la vida, de la
esperanza cristiana siempre presente, da una juventud perenne, eterna juventud,
que está en la conciencia profunda y gozosa de que la vida en la tierra es un
preludio de la vida eterna. Para aquellos que se abalanzan hacia adelante y
corren hacia su felicidad eterna, siempre hay en el horizonte un más y más. Y
al final de sus días en la tierra, este hombre puede decir, como el viejo
Simeón, teniendo finalmente en los brazos al Salvador que anhelaban toda su
vida: "Ahora, Señor, ya puedes dejar partir en paz a tu siervo"
(Lucas 2: 9)... Estas palabras abren serenamente las puertas de la felicidad
eterna.
Si
la esperanza es el módulo para medir la juventud, ser joven es tener mucho futuro,
un hombre en el ocaso de su vida - tal vez ya cercanos los noventa años - se
puede sentir como un niño que se enfrenta a un futuro sin fin, un futuro
eterno...
Es bonito que la iglesia denomine el día de la muerte dies natalis,
el "día de nacimiento".
13 comentarios:
Hola: conste que he tenido el valor de leerlo entero y que no tiene desperdicio me quedo con dos cosas:no perdió la alegria de vivir y Todavia estoy creciendo. me parece buenísimo. ¡Felicidades a su amigo! Adiosle
Después de leer estas letritas se puede arrancar bien la semana. Hace poco leí en una novela de un autor mozambiqueño: "Velhice não é idade: é um cansaço" "Vejez no es la edad: es un cansancio" Un cansancio que bien puede sentirse en plena juventud, cuando no se encuentra el motivo para levantarse cada día. Cansancio que no siente el anciano sabio para el que cada día es un empezar, un renovarse, a pesar de...
"Todavía estoy creciendo..." bello.
Muy bueno!!! Muchas gracias!
Qué hermosas y extraordinarias palabras!. Gracias D. Enrique por compartirlas.
Antuan, eres unico.
Qué planteamiento de la vida tan interesante !!
Me ha hecho recordar aquella bellísima Carta a los ancianos que escribió JPII también ya en la plenitud de su vida. Mucho que aprender por mi parte.
Gracias D. Enrique. Hace pocos meses falleció mi padre con 84 años, ¡cuanto le hubiese gustado leer este artículo! Cuantas veces me hablo en estos mismos términos. Le pido a Dios, para mi y para todos, esta sabiduría del envejecimiento renovado.
precioso!!!!!.un beso Rosa Jarillo
“La esperanza es el módulo para medir la juventud” Me deja pensando esa frase, y mucho. Y es que el secreto de la eterna juventud lo tenemos en la Esperanza divina, en la reconfortante tranquilidad de la Fe. En saber que todo empezará de nuevo y mejor cuando Él disponga. Y esto no hace sino aliviarnos la carga terrenal, la desesperanza por lo cotidiano, las preocupaciones por lo material.
Suena bien, volver a empezar, renovarse, mantener el espíritu joven a base de Esperanza. Con el soporte de la Fe, claro.
Al final tuve el merecido tiempo que necesita este articulo para hacerlo mio..Casi me lo he aprendido dr memoria de lo bueno que es.
Gracias Don Enrique
¡Muy buenas globeros!
Muy bonito el texto, que me daba al principio pereza pero la he superado. Cada día levantarse, sabiendo que no somos perfectos. Que ser cristiano, entre otras cosas, es saberse imperfecto y humilde para reconocerlo.
Hasta que Dios quiera, siempre aprendiendo y transmitiendo lo aprendido.
Cuanta sabiduría y cuanta belleza.
Gracias por compartirlo.
Esta homilía, es para releerla de ves en cuando.
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