Los "seises", como Juan Bautista, bailan ante el Santísimo
Salió de Nazaret una mañana a lomos de un borrico y recorrió 130 kilómetros en cuatro días. No hubo custodia, ni ornamentos sagrados, ni cirios encendidos para señalar la presencia del Dios-Oculto. La caravana estaba formada por judíos piadosos que iban a Jerusalén y mercaderes de todos los países de la tierra. Algunos salmodiaban oraciones a Dios, sin saber que lo tenían tan cerca y tan escondido.
Nunca estuvo el Señor mejor amparado. Era sólo un grupito de células que crecía imparable en el vientre de una Virgen Inmaculada. María lo abrazaba con sus manos en la cintura y cantaba una nana en voz muy baja.
Fue la primera procesión del Corpus Christi. A llegar a Ain-Karin, la aldea de Isabel, Juan Bautista recibió a su primo, el Señor, como aún lo hacen los seises en Sevilla, con un zapateado en el seno de su madre.
María, entonces, ya sin miedo, cantó un himno de júbilo de alabanza a Dios:
¡Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada…!