Un rey de la India ordenó reunir a todos los ciegos de su país. Una vez juntos, mandó mostrarles sus elefantes. Un ciego palpó una pata; otro, la cola; un tercero, el comienzo de la cola; un cuarto, el vientre; un quinto, el lomo; un sexto, las orejas; un séptimo, los dientes, y un octavo, la trompa.
Luego dispuso el rey que los ciegos vinieran a su presencia, y les preguntó: “¿a qué‚ se parecen mis elefantes?”.
El primer ciego respondió: “tus elefantes se asemejan a las columnas”. Era el que había palpado la pata. El segundo dijo: “son semejantes a una escoba”. Era el que había tocado la cola. El tercero dijo: “se parecen a una rama”. Es el que había examinado con sus manos el comienzo de la cola. El que había palpado el vientre dijo: “tus elefantes se parecen a un montón de tierra”. El que había estado tocando el costado, aseguró: “son semejantes a un muro”. El que había palpado el lomo, declaró: “se asemejan a una montaña”. El que había tocado los dientes, dijo: “son semejantes a los cuernos”. El que había palpado la trompa, dijo: “se parecen a una cuerda gruesa. Y todos los ciegos comenzaron a discutir entre sí...
He querido recordar esta conocida fábula oriental, porque la utiliza Juan Pablo I en su libro "Ilustrísimos Señores" para hablar del relativismo. La historia es más larga, pero la moraleja es sencilla: en asuntos humanos parece razonable desconfiar del propio punto de vista.
Incluso cuando uno está seguro de acertar, más vale oír otras campanas antes de pontificar. Y es que—como escribió mi amigo Kloster— la verdad casi siempre se parece a una sinfonía: nace de mil acordes tocados por cientos de instrumentos distintos, que al final se encuentran en un crescendo armónico lleno de belleza.
Todo esto es verdad, como digo, cuando hablamos de cuestiones puramente humanas. Pero —se pregunta Juan Pablo I— ¿ocurre lo mismo con las verdades sobrenaturales? ¿Es posible que Dios haya enviado a su Hijo al mundo para decirnos Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, para luego reducirnos a la triste condición de los ciegos de la parábola, cada uno con una partecita de verdad, miserable y distinta de las demás? Ciertamente que no, concluye: sería una broma cruel, indigna de Dios y del hombre.
Hoy más que nunca los cristianos defendemos el poder de la razón humana. Así lo hace Benedicto XVI en incontables ocasiones. Dios nos ha dado una inteligencia capaz de alcanzar la verdad y de descansar en ella; capaz de conocer a Dios: no de abarcarlo —de “comprehenderlo” dirían los filósofos—, porque Él es infinito, y toda una eternidad no será bastante para profundizar en su esencia y en su amor (ésa será la gran aventura del Cielo). Pero conocemos su existencia, decimos verdades sobre Él, y somos capaces de entenderle cuando nos comunica su Palabra.
Dios, al crear al hombre, ha querido tener un interlocutor a quien amar por sí mismo. Y nos pide fe. Es decir, que le creamos, porque es razonable creerle; porque es Dios y nos quiere.
Ese depósito de palabras, de verdades, son nuestro mayor tesoro, y hay que defenderlo con inteligencia y con pasión frente al escepticismo sofocante que se respira en el ambiente. Porque —seamos serios— los mártires no dieron su vida por una verdad provisional, con fecha de caducidad.
Ahora tendría que seguir explicando que esas verdades recibidas de Dios deben hacerse vida en nosotros; que la fe debe impregnarlo todo: el trabajo, el estudio, el descanso, la vida en familia, el amor, la amistad... Pero he de terminar, y se me viene a la memoria aquel conocido poema-proverbio de Machado:
¿Tu verdad? No, la verdad./ Y ven conmigo a buscarla,/la tuya guárdatela.
Y se acabó. Mañana…, contaremos historias, cambiaremos de música.
6 comentarios:
Ahí está el punto fuerte, en Cristo. Resulta evidente, pero la verdad es que hasta ahora no me había detenido a considerarlo. Será porque me dirían igualmente que "mi Cristo" es el Cristo que yo veo desde mi subjetividad.
Juanan. No te vendría nada mal leer despacio, sin ninguna prisa el "Jesús de Nazaret" de Benedicto XVI. Tú estás en condiciones de entenderlo y de valorarlo.
Esta claro que la inteligencia no basta para creer, es necesario querer creer. Por eso pienso que el agnosticismo no es más que una manifestación del miedo que se siente al plantearse aceptar a Dios... con todas su consecuencias.
Gracias por su explicación.
Todo esto me ha hecho pensar mucho y creo que es sanísimo para profudizar en lo que creo.
Desde luego creo que la razón me lleva a Dios. Y me doy cuenta de que la fé es fundamental y hay que cuidarla, además de vivirla.
Da la impresión de que a menudo repetimos la expresión de Pilatos : ¡y qué es la verdad! y como el, sin esperar respuesta,no vaya a ser que nos comprometa.Porque quién mejor que Jesús podía contestarle,y no quiso...
antes de cambiar de música...
hoy salió, en un diario donde escribo un artículo sobre las palabras de Benedicto en Austria, en Mariazell,
tal vez a alguno de los amables lectores le interese leerla y comentarla, todos los comentarios son bienvenidos, también aquellos en que se formulan observaciones críticas...
Los invito a :
Benedicto XVI en Austria, entre la verdad y la intolerancia
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