lunes, 3 de septiembre de 2007

Yo soy escorpio, ¿y tú? (II)


Siempre he sentido la tentación de tomarme a broma uno de los fenómenos más serios y significativos de esta época paradójica y un poco esquizofrénica que nos ha tocado vivir: la epidemia de supersticiones que nos invade, y la extraña fauna de personajes que comercian con la credulidad del personal: adivinos, futurólogos, espiritistas, parapsicólogos, astrólogos, tecnoexorcistas, videntes, mediums, brujos, brujas, mesías, curanderos, sanadores, echadores de cartas, invocadores, de diablos, fantasmas, fantasmones, cazafantasmas, magos, rastreadores de ovnis, quiromantes,.., y consumidores histéricos de todas clases, que alimentan a los anteriores con admirable generosidad.

La epidemia alcanza a las librerías, a la radio, al cine, a la televisión, al mundo de la política y de la música.

Pensad, por ejemplo, en el crecimiento espectacular de la literatura esotérica que llena los estantes de los grandes almacenes. Me refiero a esos libros en los que se mezclan ingredientes tan heterogéneos como el fenómeno ovni, la Biblia, las pseudoprofecías más de moda, la posición de los astros, los templarios, la parapsicología, María Magdalena (por supuesto), el péndulo de la señorita Pepis y el huevo de Colón. El cóctel, sabiamente agitado, produce una extraña fascinación entre determinada clientela. Y lo que llaman “literatura fantástica” renta, en verdad, fantásticos beneficios a sus editores.

Los más graciosos de todos son los que adoptan aires doctorales y jergas pseudocientíficas, que ni ellos mismos entienden, para dar a sus memeces un aire aún más misterioso y arcano. Y es que la vieja terminología esotérica ya no impresiona a nadie. ¿Quién va a creer en duendes, en fantasmas, en brujas y espectros a estas alturas del siglo XX?

—¡Por favor, seamos modernos!, clamaba Benigno Ramírez, Master en Ciencias Ocultas y Dietas Alternativas, en su tradicional alocución a los diplomados de la academia. No hablemos de profetas, sino de futurólogos. No digamos espíritus malignos, sino energías negativas. Nada de voces de ultratumba: ¡psicofonías!, eso es lo que son. Y además, las grabamos y las vendemos en la sección de empanadas del hipermercado.

En la radio, que según dicen es el medio que goza de mayor credibilidad, son contadísimos los minutos a la semana que algunas emisoras —sólo algunas—dedican a la información o a la formación religiosa o doctrinal. Pero en cambio hay infinidad de espacios destinados a consultas astrológicas, al tarot, a las últimas novedades del horóscopo, etc. Por un precio verdaderamente módico, un profeta con gafas y pijama floreado lo mismo te elabora una carta astral para colgarla en el salón-comedor, que te interpreta el último sueño que hayas tenido por culpa de aquella fabada mal digerida. Y lo más sorprendente del caso es que, a la vera del profeta, hay un profesional de la emisora, un informador, que aguanta impávido la marea de estupideces, e incluso interroga respetuosamente al hechicero de turno con tanta seriedad y unción como si se tratara del Oráculo de Delfos reencarnado.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Es sólo un fenómeno sin importancia, un juego más o menos de moda que pasará igual que vino? Me temo que no.

Mañana, si Dios quiere, trataré de explicarlo.

3 comentarios:

Benita Pérez-Pardo dijo...

Es incomprensible como la gente se deja tomar el pelo y, además paga por ello.

Mi hermano, por probar, puso un puesto en el retiro con un cartel que ponía: "se leen las manos y los pies". Se le acercaba clientela hasta que la policía le aconsejó que se fuera. ¡Qué tendrán las manos que no tienen los pies!.

Eugenia dijo...

Hay muchos consumidores histericos como usted dice, pero tambien de los que dicen no creer... pero por las dudas... no pasan por debajo de las escaleras.

Juanan dijo...

Como no tienen dónde agarrase... se agarran a esos memos tan atrayentes. Y luego nos dicen que le lavamos el cerebro a la gente con nuestras creencias injustificadas.