El cinturón
Ya estoy en mi habitación. He sacado de la maleta el pequeño equipaje que traigo y me dispongo a preparar la homilía. En ese momento se produce una inesperada tragedia: la hebilla de mi cinturón salta por los aires. Recojo los restos y compruebo que la fractura no tiene remedio. El pantalón necesita un apaño, so pena de exponerme a perder el honor en plena ceremonia nupcial.
Salgo a la calle y me acerco a una señora de aspecto maternal y comprensivo.
—Por favor, señora ¿sabe usted dónde podría comprarme un cinturón a estas horas?
La mujer me mira con detenimiento. Me mide y me valora con la mirada.
—Venga usted conmigo.
Caminamos hasta un portal cercano.
—Pase usted.
Estamos en su casa. Me ofrece un vino y me invita a sentarme. Yo, completamente desconcertado, no me atrevo a decir nada. Ella abre un armario y saca tres cinturones: dos usados, de color marrón, y otro negro aparentemente nuevo.
—Yo creo que este le vendrá bien. Era de mi difunto marido. Lo usó una semana nada más. Así que está de estreno.
Es de mi talla, en efecto. Al vérmelo puesto, la señora casi lloriquea. Dice que había pensado enterrar a su marido con ese cinturón, pero que luego pensó que a él ya no le hacía falta. Qué mejor destino que regalárselo a un sacerdote.
—¿Regalarlo…?
Trato de darle algo, pero se ofende. Me obliga a tomarme un fino que tiene en la nevera, me da dos besos y me echa de su casa.
Cuando se lo cuente a Kloster, dirá que me invento estas historias. Envidia es lo que tiene. Cuando uno va de cura por el mundo, pasan cosas así. Y no ha sido la última de este viaje.
12 comentarios:
Padre Cura, ¿estas cosas le pasan a Vd. de verdad, en estos tiempos?
que buena gente! Encontrarse con gente así se agradece ¿verdad?
Incrédulo: Andalucía es así.
¡Qué divertido! ¡Y qué tipaza la señora!
Incrédula pero creyente... ¡me lo creeré!
Necesito pruebas: ésta si que no me la creo...
No lo dudo nada. Seguro que fue así.
Sólo me gustaría saber qué le da a su Ángel de la Guarda para que le mime tanto... Me dejé el cinturón para ir a una boda (de testigo) y tuve que ir al Corte Inglés.
Esa señora sabía que tenía asegurado un recuerdo suyo cada vez que se ponga el cinturón de su marido, seguro. ¡Menuda espabilada!
Estoy rodeado de incrédulos. ¿Tú también, Rocío, a pesar de que eres de esta tierra? Andalucía es la cercanía, la cordialidad, la locura siempre posible.
¿Pruebas, Dante? No mereces llevar ese nombre.
Yo sí me lo creo. Aunque no todos los andaluces son así, ni mucho menos.
Yo sí que me lo creo. La buena gente abunda, pero no grita. Incluso fuera de Andalucía.
¡Pero si he dicho que me lo creo!
Publicar un comentario