jueves, 25 de octubre de 2007

Las gominolas

Este artículo que descongelo hoy sigue siendo actual a pesar de que quizá nadie se acuerde del anuncio de la tele que me sirvió como pretexto para hablar de la droga.

Cuando lo escribí estaba furioso y desolado a partes iguales. Nadie lo diría al leerlo, pero acababa de hablar con una niña de 15 años, adicta a la heroína desde que, a los 13, unos vencinitos de su mismo bloque empezaron a emborracharla y a pincharla para tenerla como esclava. Quizá un día cuente la historia entera.

Por entonces yo era muy joven y algo más cobarde que ahora. Fui muy prudente. Me temo que demasiado.




Al fin hemos descubierto una razón para no drogarnos. Ya tenemos un buen motivo para vivir, a pesar del paro, de la depresión y de la declaración de la renta: las gominolas.

Lo asegura la tele en un vertiginoso anuncio que patrocina algún organismo público. Quizá lo hayáis visto: de pronto aparecen y desaparecen en la pantalla docenas de frases que bombardean la retina del espectador, sin darle apenas tiempo de asimilarlas. Se trata de una larga lista de incentivos que deberían apartarnos de la tentación de la droga:

—las focas, el pantalón vaquero, mi perro, un paseo por el campo, mi prima Belén, las gominolas, la ecología, la playa, el cinemascope…

Llevo meses tratando de grabar el mensaje para ponérmelo después a cámara lenta y recrearme en todos y en cada uno de los exquisitos placeres que nos proponen los poderes públicos como alternativa al viaje letal de la droga. Pero es inútil: el maldito anuncio aparece de improviso, y cuando me lanzo en plancha hacia el vídeo, ya es demasiado tarde.

Lo que más me intrigó la primera vez fue la referencia a las gominolas. ¿Es posible, me dije, que las vulgares y contrahechas gominolas, tengan la virtualidad de prevenir la toxicomanía? Decidí comprobarlo.

Reconozco que hasta ayer no me había atrevido a entrar en una caramelería. Me imponen esos recipientes esferoides de tonos rosas repletos de dulces de colores, que recuerdan la Guerra de las galaxias, y la encargada, que suele ser una señorita con gorro rojo y aspecto de azafata de la TWA.

—¿Tiene gominolas?

—¿Normales o súper?

Me tomé una allí mismo en presencia de la dependienta, e incluso compartí el experimento con dos diminutos clientes, que agradecieron el detalle, aunque me aseguraron que preferían las piruletas y unos chicles que han salido ahora con sabor a natillas.

Al terminar la primera gominola, comprobé que, en efecto, no sentía el menor deseo de drogarme. ¡Esto funciona!, me dije. Y ya estaba dispuesto a contárselo a mis amigos, cuando caí en la cuenta de que antes de entrar en la tienda tampoco tenía ganas de drogarme. Es más, nunca, en toda mi vida, me había planteado esa posibilidad. El experimento, por tanto, no ofrecía suficientes garantías científicas. Debía hablar con alguien que realmente, tuviera ese problema, y ofrecerle una gominola como alternativa…

Hablemos en serio. Estoy convencido de que los creadores de ese anuncio tienen la mejor voluntad y sólo pretenden alejarnos de la heroína o del porro haciéndonos ver que hay mejores motivos para vivir. Sin embargo, el resultado es demoledor. ¿Éstos son los valores que debemos proponer a los chavales como alternativa a la droga…?

Comprenderéis que me sienta incapaz de seguir bromeando. Me acuerdo de Alberto, a quien conocí en una clínica psiquiátrica: ahora tiene 23 años, y empezó a pincharse a los 13. Una vez desintoxicado, está tratando de vivir la adolescencia que antes le robaron. Pienso también en Lucía, que se inyecta heroína desde que la iniciaron a los 13 años, y se ríe cuando le aseguran que la droga mata:

—Eso es lo que quiero —responde—. Yo paso de la vida.

Y Pepe, que un día me paró en la calle porque yo vestía de sacerdote para contarme que tenía Sida. Murió seis meses después y está en el Cielo.

Pues bien, ninguno de ellos llegó a la droga sólo por culpa del paro o del ambiente, o porque alguien les ofreciera el primer porro. Mucho antes de la primera dosis, todos pertenecían al grupo de riesgo más peligroso: el de los cínicos precoces, el de los pasotas más desesperados: tenían ya esa tristeza honda que se enquista en el alma de algunos chavales.

Es una amargura epidémica que crece a medida que avanza el hedonismo teórico y práctico. Ahora mismo millones de adolescentes están aprendiendo en sus casas y en los colegios que lo importante en la vida es buscar el placer más intenso y el más inmediato; eso sí, sin correr riesgos. Algunos asimilan la lección y se convierten en monstruos: en aves de alas atrofiadas, en reprimidos crónicos, perpetuamente frustrados.

Leo en Camino: Si la vida no tuviese por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible. Es lamentable que algunos lo descubran en su propia carne, y que busquen cualquier cosa —alcohol, droga, violencia, una secta o una tribu urbana—, incluso la autodestrucción, antes que entrar en el juego estúpido de una sociedad, que ofrece como alternativa a la muerte el amor a las focas.

Si encuentras a un chaval al borde de ese agujero, no le hables de las gominolas, que a lo mejor se tira. Vence el miedo y háblale de Dios, que, aunque no lo sepa, eso es lo que está buscando.








18 comentarios:

Anónimo dijo...

No se me enfade, pero antes de hablar de Dios aconseje háblar a esa gente de su condición como persona: empieze de más abajo.No se confunda; hablar directamente de Dios no siempre es la la solución.
Eso viene al final. Usted tiene demasiada prisa, poca paciencia y recetas algo anticuadas...también tiene amor.
Sea paciente. Se morirá, y vendrán otros que probablemente entiendan mejor que usted ( y que yo) a esa gente.
Se está haciendo viejo,amigo.

Ludmila Hribar dijo...

Permitame dos reacciones opuestas:
Hubiese querido verlo entrando en la caramelería ;)
La otra mas seria : es un poco una respuesta a ayn rand (y no busco polemicas) directamente relacionada con la droga : estoy convencida que asi como nadie se enferma por exceso de cariño o amor nadie va a buscar en la droga solución a un problema que no tiene. Creo que aun no se ha encontrado (o no se quiere encontrar) una solución radical al problema de la droga, pero no conozco a nadie que le haya hecho daño hablarle de Dios, despues de haberle escuchado, que estoy segura usted sabe hacer muy bien.

Adaldrida dijo...

Estoy de acuerdo. Pero yo creo que el anuncio se refiere a la vida cotidiana, la vecina que me gusta, el vaquero que me quiero comprar, la peña con la que subo al monte o el futbol que me hace vibrar de emoción. Eso, bien encauzado, tiene mucha fuerza, es la solución. La cosa está en descubrir que todo eso es una pirámide, y que Dios está detrás.

Juanan dijo...

La droga es una mierda... ya he tenido la desgracia de conocer muchos casos, y alguno de personas que conozco y a las que aprecio.

Te quitan la salud, vale, pero te quitan algo mucho más importante: la dignidad y la libertad.

Y hay quien dice que la Religión es el opio del pueblo...

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Rocío, aunque encuentro una distancia muy grande entre los pantalones vaqueros y la peña con la que subes al monte. Quiero decir que para algunos las cosas cotidianas son personas y otros tienen unos padres que ni les miran a la cara, es la peña la que les ofrece la droga, el plan del fin de semana es estar inconsciente para no pensar, etc.

Y respecto a lo que dice ayn rand, yo pienso en aquello que decía Juan Pablo II: "nada humano me es ajeno". Es precisamente la gente que está más cerca de Dios la que mejor entiende al hombre, porque es Dios el que conoce, entiende y ama al hombre. Aparte de que las recetas con Dios no funcionan. Él actúa cuando quiere, donde quiere y como quiere.

Y claro que don Enrique se está haciendo viejo, y yo y tú. Todos vamos para viejos y para la tumba ó para la tumba sin pasar por viejos. Pero don Enrique ha tenido entre sus manos más de un caso de drogadictos, que aquí ha relatado y otros que deja entrever, y sabe de qué habla. No le estoy haciendo la pelota, son hechos reales.

Si don Enrique es paciente, a lo mejor esas personas mueren sin haber oido hablar de Dios.

Anónimo dijo...

Me entró la duda y he consultado. El que dijo "soy hombre y nada humano me es ajeno" fue Terencio, aunque yo creo habérselo oido decir a Juan Pablo II.

Bernardo dijo...

Estoy de acuerdo con el análisis de Don Enrique: "tenían ya esa tristeza honda que se enquista en el alma de algunos chavales". O de algunos adultos, me permito añadir.

El que habla del "problema de la droga" para mí es como si hablase del "problema de los mocos" cuando se refiere a la gripe. Los mocos, como la droga, son sólo un síntoma de una enfermedad que vive mucho más hondo y viene de mucho antes.

"El problema de la droga" no es otro que el problema del hombre que se aparta de Dios.

Historias del Metro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Historias del Metro dijo...

Buff... tengo 28 años y he probado muchas cosas, entre ellas las drogas, y cosas que para mí son aún peores... No me considero vieja, aunque sé que probablemente los jóvenes de 15 años y yo no tenemos ya nada que ver...
Sólo sé que cada cosa que he hecho al revés en esta vida me ha dejado una marca tan profunda, que ojalá alguien me hubiera hablado de Dios en su momento.
Me temo, Ayn Rand, que el que te estás haciendo viejo eres tú... Crees que mencionar a Dios puede hacer que los demás echen a correr, que no nos entiendan... Pero te aseguro que la naturaleza del hombre busca a Dios desesperadamente.
No nos entenderán, no soy ninguna ilusa, pero la mención de un Padre que te quiere infinitamente y te perdona mucho antes de que lo hagas tú mismo se queda en el subconsciente de la persona.
Sé que no basta con mencionarlo. Hay que acompañar a la persona, hacerse su amigo, ganarse su confianza, atenderlo hasta en las cosas más mundanas. Pero dejes de nombrar a Dios, desde el primer momento, porque las personas lo piden a gritos, aunque a gritos te contesten cuando les hables de él.
Tus palabras suenan a desesperanza. Dios tiene sus tiempos.

j.a.varela dijo...

Don Enrique:

Usted enseña. Pero los comentarios otro tanto. Cada vez más contento de formar parte de este vecindario.

j.a.varela

Benita Pérez-Pardo dijo...

De acuerdo con D. Enrique: atacar el problema de raíz. La raíz del sentido y la verdad es Dios. La falta de sentido, la falta de Dios es la causa de todos los males que se manifiesta de mil formas.

De acuerdo con Bernardo. La adición es un síntoma de algo que va mal. Nadie quiere ser adicto a nada y cada día aparecen más adiciones. Esa "libertad mal entendida" lleva a las peores enfermedades. Las enfermedades "voluntarias" de hoy en día. Voluntarias entre comillas porque, (y es una visión desde la Fe, pero también desde la experiencia), lejos de Dios hay poca libertad: consumismo, materialismo (envidias, injusticias), hedonismo, culto al cuerpo (enfermedades de la alimentación)... en las que todos caemos en mayor o menor medida.

Que curioso, buscando una "pretendida libertad" se acaba esclavo y enfermo por una pasión...

Lucía dijo...

Tengo dos casos cercanos de drogadicción y hoy estaba en el coche del metro donde hubo dos disparos...y aún no me he repuesto.A estas situaciones no se llega de repente, ni se llega cuando uno se siente amado por Dios.Probablemente se llega cuando uno no se ha sentido amado de verdad, porque el verdadero amor humano es un reflejo del divino.

Anónimo dijo...

Gracias D. Enrique, por el artículo, que, como otros muchos suyos, me ha puesto un nudo en la garganta. Recuerdo, a raíz de los comentarios del vecindario, aquella frase de la "Redemptor Hominis", la primera encíclica de JPII: "El misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado".

Pues eso. Un abrazo a todos.

Adaldrida dijo...

Aunque este comentario sea antipático, no lo voy a firmar como anónimo sino con mi nombre. Lo siento, don Enrique, pero esta semana he estado pensando en lo sumamente prepotente que son esas palabras que todos los católicos hemos dicho alguna vez, "aunque no lo sepán, lo están buscando", "lo están pidiendo a gritos..." ¿Quién c... nos creemos para saber lo que los demás están pidiendo, "aunque ellos mismos no lo sepan"?

Enrique Monasterio dijo...

No es prepotencia, Rocío, sino experiencia. ¡Cuantas historias tristes y alegres hay detrás de esas palabras!

Por otra parte es fácil comprender que lo que un chaval busca en la droga, en el alcohol o en cualquier otra escapada de la realidad, sólo Dios se lo puede dar.

El tema daría mucho más de sí... Otro día

Ludmila Hribar dijo...

Bernardo muy original el comentario! ...."Los mocos, como la droga, son sólo un síntoma de una enfermedad que vive mucho más hondo y viene de mucho antes".

Enrique Monasterio dijo...

Caray con las gominolas. Lo que dan de sí!

Historias del Metro dijo...

Rocío, me encanta tu comentario... me gustaría poder escribirte con calma... espero que no te importe si me meto en tu blog y te escribo...
Un saludo!