Nos encontramos a pocos metros del portal de mi casa. Yo iba con cierta prisa hacia el aparcamiento, pero él me detuvo por las bravas poniéndome su manaza abierta en el centro mismo del pecho.
—Para, para, para… ¿Dónde vas?
Era más alto y más ancho que yo. O sea, un armario ropero de 2 metros. También era más joven, aunque, a primera vista, podría parecer mi abuelo. Apestaba a alcohol y no se preocupaba por disimularlo. Vestía una cazadora de piel triturada por el uso y una extraña gorra que tal vez formó parte de algún uniforme.
—¿Qué quieres?
—Tú rico y yo pobre. Yo no tengo tripa, mira.
—Ya. ¿Y de dónde eres?
—Soy ciudadano francés, de Córcega.
—¿Eres corso?
—Soy corso, y no pido limosna.
Sacó del bolsillo una cartera y trató de enseñarme su documentación con tan mala fortuna que se le cayeron al suelo la mitad de los papeles. Blasfemó en perfecto castellano.
—Perdona. No sé qué digo. Ayúdame a recoger papeles. Tengo mal la espalda.
Más que la espalda, tenía mal el sentido del equilibrio por culpa del alcohol. De rodillas en el suelo, fue recuperando sus papeles con cierta dificultad.
—Yo no quiero limosna.
—De acuerdo, entonces ¿qué quieres?
—Yo he estado en Argelia y Marruecos. Y quiero comer. Diez euro… Yo te devuelvo luego.
Le di un euro. Lo miró con desprecio y casi me escupió a la cara:
—¡Esto no es limosna! Yo no quiero limosna. ¡Yo te devuelvo!
Pero se quedó con el euro; dio un traspié, se agarró a una papelera y siguió su camino.
3 comentarios:
probin ... no estaba pidiendo limosna, estaba atracando
Una vez perdida la dignidad, se refugia asustado en su orgullo. ¡Ay!, si él supiera...
jajaja, qué comentario tan asturiano!
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