La dimisión de la familia
En medio de todo este debate, ¿dónde situamos el cuarto mandamiento del decálogo? Es evidente que el precepto de honrar a los padres se basa en una relación natural: el amor paterno o materno no se elige; se acepta con agradecimiento, sin esfuerzo, y nada más fácil, en principio, que corresponder a él. Lo insólito es precisamente rechazarlo. Un hijo que no ama a sus padres va contra la naturaleza: es —así se ha llamado siempre— un hijo “desnaturalizado”.
Sin embargo, todo esto parece estar en crisis. No cabe duda de que la mentalidad individualista y la consiguiente crisis de muchas familias empieza a complicar las cosas.
Hace un par de meses, en un congreso sobre la familia, su secretario general habló de “la familia nominal”. Se refería a aquellas familias —si no recuerdo mal casi el cuarenta por ciento del total— que parecen haber dimitido de su tarea primordial de educar a los hijos, de transmitir unos valores y un estilo de vida, o han delegado por completo esa función en el colegio y en la tele. Se trata de familias sin problemas aparentes, en las que ya no existen conflictos generacionales, porque nadie interfiere en la vida de los otros. Los hijos viven a su aire, crecen con el alma a la intemperie, tienen su horario propio y una llave para regresar a casa. Como la prole suele ser reducida, tampoco hay excesivos problemas económicos. La nevera y el televisor centran la vida del hogar: la primera, para comer sin horario y a la carta; el segundo, para dialogar lo menos posible y eludir los conflictos.
No quisiera hacer una caricatura ni cargar las tintas: muchas de esas familias (en otra ocasión las llamé familias light) son encantadoras. Los padres dirán que sus hijos son estupendos: cariñosos, limpios y tan aficionados al hogar que no se despegan de casa ni con agua caliente.
Además aseguran los sociólogos que la mayor parte de los jóvenes —de esos jóvenes— se encuentran muy satisfechos con sus familias, mucho más que hace cuarenta años, cuando los adolescentes soñábamos con emanciparnos lo antes posible, e incluso nos fugábamos de casa alguna que otra vez, hartos de soportar las exigencias y reprimendas paternas.
Sin embargo ni aquel afán de independencia era tan malo ni el excesivo apegamiento al hogar tan estupendo. No es buen síntoma que los hijos se resistan a independizarse. Significa únicamente que la batalla generacional ha sido vencida por los más jóvenes, y su hogar ya no es un lugar de formación y una escuela de virtudes con una autoridad, un horario y un amor recio y exigente: sobre las ruinas de la familia han levantado un hotel de dos, tres o cinco estrellas según los casos.
Hace muchos años una niña de quince años, rica, rubia y superprotegida, me dijo con una frialdad glacial que nunca olvidaré:
—Mi padre no me quiere: le da igual que llegue pronto o tarde. Los viernes me da la paga, y ya está.
El padre tirano, el padre amigo y el padre amiguete.
De todas formas las cosas no siempre son así. También es corriente oír a algún padre una afirmación semejante a ésta: “yo soy el mejor amigo de mi hijo”. Y generalmente se muestra razonablemente orgulloso de haberlo conseguido.
Por supuesto, no seré yo quien ponga objeciones a una relación aparentemente tan positiva, pero tengo la sospecha de que, en algunos casos, ese tipo de amistad se relaciona directamente con la “dimisión de la familia” de que hablábamos antes.
Ser padre y ejercer como tal es complicado. Últimamente más, ya que la autoridad, que en otros tiempos se daba por supuesta, ahora hay que ganársela día a día. Los adolescentes, por razones ambientales que sería ocioso detallar, salen bastante más respondones que antaño.
En esta situación, los padres tienen cuatro posibilidades:
1. La primera, la más cómoda y también la más estúpida, es la dimisión pura y simple: conformarse con imponer en casa unas pocas normas de orden público y que el colegio se ocupe del resto. Eso sí: que el niño apruebe como sea para que no nos estropee las vacaciones.
2. La segunda consiste en fortificar la familia, hacer una barricada y ejercer la autoridad por encima de todo, contra viento y marea, con un reglamento lleno de noes y de imposiciones. Ni que decir tiene que el sistema no sirve. También es cierto que ya casi nadie se empeña ya en practicarlo.
3. Hacerse amigo de los chicos es la tercera posibilidad. Se trata de esforzarse por romper barreras y tender puentes. Es intentar conocer a cada uno, escucharlos de verdad y también darse a conocer, sin miedo a abrir algún armario de la propia intimidad. En esa tarea sí que vale la pena poner todo el empeño del mundo; pero sin olvidar jamás que los padres deben ante todo padres. También amigos, desde luego; pero nunca amiguetes o colegas de la tribu.
4. Ésta es en efecto la cuarta alternativa, tan errónea como la primera y no tan insólita como podría parecer: en los últimos años empieza a proliferar la figura un tanto ridícula del padre dimitido, que ha decidido integrarse en el clan del niño: es el papá “compa”, “colegui” y hasta cómplice según en qué cosas. Este tipo de actitudes se da sobre todo en matrimonios rotos y más entre los varones que entre las mujeres. Se conoce que los hombres estamos más capacitados para hacer el ridículo.
—Mi padre es genial —me contaba hace meses una chica de dieciocho años—. Muchos viernes salimos juntos y liga más que yo.
No quise profundizar en este último aspecto de la cuestión.
Concluyo mañana.
5 comentarios:
ja,ja,ja... del carácter de los prófugos me suena que sabe algo!!
Creo que los padres han de ser primero padres y después padres. Los amigos los del cole.
De todas formas ser buen padre es un poco agotador: hay que dar buen ejemplo y todo eso!. Pienso que educar bien es una "inversión" de unos quince años (en lo que se tarde en formar una persona más o menos) con renta vitalicia!!!
Gracias D. Enrique por haberme aclarado que no era tan malo el deseo de irnos pronto de casa de antes. Ni tan bueno que se apalanquen en casa como si de un hotel se tratara.Respetuosos saludos. Cordobesa.
A veces uno no se quiere ir de casa porque "de verdad" es fgeliz en ella, no porque quiera ser un vagoneta de la vida. Me ha gustado su esquema de cuatro opciones. Y el padre y la madre SÍ deben ser amigos, después de padres. Quizás empezar a ser amigos en la niñez de los hijos, y hacer un paréntesis (un amigo mío dice que todo chico o chica, al cumplir los trece, debería avisar: "papá adios, hasta los diecinueve, que mañana me vuelvo idiota"...)Pero al llegar a los veinte, es vital que los padres se vuelvan de nuevo amigos de los hijos, o al menos a mí me dio resultado...
¿Qué cuatro posibilidades tienen los hijos frente a los padres? que es también de lo que habla el 4º mandamiento.
1.- Hijo de ocasión: es decir, dar señales de vida en ocasiones especiales.
2.- Hijo de intercambio: tiene la conciencia tranquila porque hace un ingreso correspondiente cada mes. Puede ser la llamada a la semana, la carta al mes...
3.- Hijo "director de orquesta": Cada vez que viene a casa, la madre se encomienda a todos los santos para que encuentre el hijo todo en orden y lo pase bien. Suele ser un hijo que tiene su particular punto de vista en todo y que no suele coincidir con el de sus padres. Sabe más...¡qué se le va a hacer!. Da muchos consejos y pelín perfeccionista.
4.-Hijo pasotilla: No se implica demasiado en sus necesidades pero tampoco complica demasiado al resto.
Esto es un ejemplo, me figuro que habrá muchos más. Creo que los asilos nos pueden hablar de muchos de ellos. Hagamos una encuesta, Nos sorprenderían. Y eso los buenos hijos y que solo tienen un padre y una madre, ahora con tanto lio ya veremos quien les cuida, mima, escucha, atiende, reza, etc en la vejez...
En la siguiente frase podría haber una errata:
"sin olvidar jamás que los padres deben ante todo (ser?) padres".
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